21/11/2024 18:30
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«Querida madre, te escribo desde las trincheras. Estoy fumándome una pipa. Pero espera, en la pipa hay tabaco alemán. Te lo habrás encontrado, dirás. ¡Qué va, me lo dio un soldado alemán! Ayer los británicos y los alemanes nos juntamos en la tierra de nadie, nos dimos la mano, intercambiamos regalos. Sí, fue un verdadero día de Navidad, como te lo cuento. Maravilloso, ¿no crees?» Esta es la carta que Henry Williamson, un soldado de 19 años, le escribió a su madre el 26 de diciembre de 1914. Bruce Bairnsfather, otro oficial británico, describió escenas parecidas: «Me acerqué a un oficial alemán, charlamos y le pedí un par de botones de su uniforme, yo le di dos del mío a cambio. Lo último que vi fue a uno de mis hombres, peluquero en la vida civil, cortándole el pelo a un dócil bocheque se dejaba hacer de rodillas en el suelo. No me habría perdido aquel peculiar día de Navidad por nada del mundo».

Apenas cinco meses antes, el ejército alemán se había lanzado sobre el norte de Francia; frenada la ofensiva, los frentes se estabilizaron y ambos bandos empezaron a excavar trincheras, dando paso así a una guerra de posiciones que se alargaría cuatro años más. Pero las grandes batallas aún estaban por venir y el odio entre enemigos todavía no estaba demasiado acerado. Además, la llegada de cartas y regalos desde casa ablandó a los soldados ante las primeras Navidades de la guerra. En varios sectores del frente occidental, los alemanes colocaron abetos adornados con luces sobre los parapetos, respondidos por villancicos y gritos de feliz Navidad de una trinchera a otra. «Cuando las campanas sonaron en los pueblos cercanos ocurrió algo fantástico y nada militar: soldados alemanes y franceses cesaron las hostilidades, se visitaron a un lado y otro, intercambiaron coñac y cigarrillos por jamón de Westfalia», relató Richard Schirrmann, oficial alemán destinado en los Vosgos. Los testimonios son abundantes, hay numerosas fotos de estos grupos de soldados mezclados y sonrientes, incluso se habla de partidos de fútbol disputados en la tierra de nadie.

Aquella tregua de Navidad fue tan solo un breve paréntesis de humanidad en una guerra que sería terrible. En adelante, las autoridades de ambos bandos prohibieron y castigaron toda muestra de confraternización para que no se repitiera nada parecido. Cuando llegaron las navidades de 1915, tras 12 meses de sufrimiento y millones de muertos, pocas ganas había de celebrar nada. Hoy, aquella magia pasajera que durante unas breves horas se adueñó del frente todavía se percibe en las brumas de Flandes y Lorena, flota sobre los campos cubiertos de cruces, sobre los restos de las trincheras y fortificaciones, sobre los memoriales de Ypres y Freilinghien dedicados a unos hombres que encontraron el valor para celebrar una verdadera noche de paz.

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El 24 de diciembre de 1914, a la caída de la tarde, soldados de ambos bandos empezaron a entonar villancicos en sus trincheras y desearles feliz Navidad a sus enemigos al otro lado de la tierra de nadie. A la mañana siguiente se produjeron emotivos episodios de confraternización, incluso se celebraron partidos de fútbol entre ingleses y alemanes. Las cúpulas militares de ambos bandos no permitieron que se repitieran hechos similares.

Hoy, en España, no se respira esa tregua de Navidad entre los grupos políticos contendientes a los que los problemas de los ciudadanos se las trae al fresco; no digamos ya las creencias religiosas que tengan que ver con nuestra civilización: ninguno reivindica el espíritu cristiano de otros tiempos, cuna de la civilización occidental. Prefieren a los que creen enemigos de esta como es, lo ha sido y lo será, la batalla de la yihad del Islam. La guerra de civilizaciones de Huntington está a la orden del día; aunque parezca mentira que la figura de Jesús sea uno de los pilares fundamentales de la religión islámica.

La cultura musulmana considera a Jesús como uno de los profetas de Alá y todos los musulmanes deben de guardarle respeto y amor. Para la religión musulmana, Jesús es uno de los cinco profetas más importantes del islam y, aunque su nacimiento no forme parte del calendario oficial de las fiestas islámicas, se conmemora de alguna manera el nacimiento del profeta.

Muchos musulmanes celebran la llegada de Jesús a través de encuentros en las mezquitas, leyendo el Corán, su libro sagrado, o recordando a Dios en grupo. Además, también se pueden hacer comidas familiares, cantar cánticos religiosos o simplemente ayunar. Pero este tipo de celebración no está establecida como algo obligatorio e incluso muchos musulmanes no están de acuerdo en celebrar la llegada del profeta Jesús.

Que la Guerra Civil española es un tema candente todavía en la actualidad es algo que he querido dejar claro en numerosas ocasiones en este blog, al igual que la importancia que le damos a resaltar y no dejar ocultas las consecuencias que tuvo posteriormente. Tratar de negarlo no es más que intentar postergar una falacia con fecha de caducidad.

Efectivamente, nada demuestra más esto como una de las «canciones de campamento» más famosas de España, canción que se ha cantado durante años y todavía se puede escuchar entre los niños que acuden a estos lugares, a los scouts… es una canción que ha acompañado a numerosas generaciones y que, si se pregunta a la gente de a pie, lo más seguro es que la conozcan.

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Caminando por el bosque/entre flores vi que había/una carta ensangrentada/de cuarenta años hacía.

Era de un paracaidista/de la octava compañía,/que a su madre le escribía/y la carta así decía.

Madre, anoche en las trincheras,/entre el fuego y la metralla,/vi correr al enemigo:/la noche estaba cerrada.

Apunté con mi fusil/al tiempo que disparaba;/una luz iluminó/al rostro que yo mataba.

Era mi amigo José,/compañero de la escuela,/con quien tanto yo jugué/a soldados y a trincheras.

Ahora el juego era verdad,/a mi amigo ya lo entierran:/madre, yo quiero morir,/ya estoy harto de esta guerra.

Si te vuelvo a escribir,/tal vez lo haga desde el cielo,/donde encontraré a José/y jugaremos de nuevo.

Dos claveles en el agua/no se pueden marchitar,/dos amigos que se quieren/no se pueden olvidar.

Si mi sangre fuera tinta/y mi corazón tintero,/con la sangre de mis venas/te escribiría un «te quiero».

Se llama «Madre, anoche en las trincheras», aunque se conoce más comúnmente por «Caminando por el bosque». Se dice de esta canción que su origen se remonta a la Guerra Civil, a las trincheras en las que se batallaba contra el enemigo, y narra la historia de un soldado (no se especifica en qué facción luchó, aunque no es eso lo importante de la canción) que escribe a su madre contándole lo que está viviendo en la guerra. Sin embargo, su madre jamás recibió esta carta, y somos nosotros los que al final acabamos leyéndola.

En cualquier caso, esté o no basada realmente en una carta real, la canción habla, claramente, de la pérdida, del dolor de una guerra y más de una guerra civil, entre hermanos. Del recuerdo, del no olvido, de los horrores de una batalla donde uno pelea contra la gente que conoce y quiere, en muchas ocasiones. De una historia que no se puede ocultar, y que busca cualquier recodo por el que poder aparecer, luchando contra el silencio que se impuso en la nación tras la guerra. Luchando contra la injusticia.

Y vosotros, ¿habíais oído y cantado esta canción?

Pero esto no lo saben los alfa-betas que nos gobiernan; y los que no, tampoco. Y si en el orden religioso y moral estamos así, podemos esperar cualquier cosa en el orden socio-político.

Autor

REDACCIÓN