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El Terror Rojo carece hoy de evangelistas que lo relaten porque el miedo y la pereza conforman el consenso de la mentira codificada en la Ley de Memoria Democrática, cuyo único objetivo consiste en estigmatizar a los mártires de la barbarie socialcomunista, anarquista y separatista poniéndolos en la picota universal del Fascismo, pecado original para el que no hay perdón ni redención. A tal fin no hay engaño al que no recurran ni rapacidad de la que no se sirvan para reclamar una ética que están muy lejos de exigirse a sí mismos, enmascarando sus crímenes atroces, brutales, de una crueldad previa a la codificación de la tortura. El Terror Rojo, tan elocuente en el odio como en la mentira, desplegando todo su esplendor en la ostentación de la barbarie con la Ley de Memoria Democrática.
Desde la Cruz del Gólgota nadie ha desplegado una ferocidad cainita como la que el Frente Popular llevó a cabo entre 1936 y 1939 en España. Bolcheviques y nazis industrializaron la muerte, es cierto; pero ninguno de ellos alcanzó el grado de artesanía en la tortura, de sofisticación en el dolor de las víctimas y de lirismo en el salvajismo al que llegaron los cipayos españoles de Stalin en la Guerra Civil.
Oviedo, capital de Asturias, el útero de España, resistía el Cerco Rojo. Tres mil hijos del linaje de Don Pelayo, a las órdenes del Coronel Aranda, aguantaban la tempestad de fuego y acero de la artillería roja y la embestida de más de treinta mil milicianos socialcomunistas. Oviedo fue Covadonga y fue también la Cruz del Gólgota para uno de sus defensores y para su madre. El 14 de octubre de 1936 fue hecho prisionero por los Rojos el sargento voluntario del Regimiento de Infantería Milán N-32, Manuel del Rey Cueto. El Mando Rojo hizo acudir a la madre del prisionero para que contemplara lo que iban a hacer con él. Aquella mujer vio cómo a su hijo, vivo, le sacaban los ojos y le arrancaban la lengua con unas tenazas para que no pudiera pronunciar una oración ni gritar ¡Arriba España! en las fauces de la muerte. Cegado y enmudecido no pudo contemplar las lágrimas de espanto de su madre, Ángela, ni despedirse de ella. A esa mujer aún le aguardaba lo peor, todavía no había descendido a las sentinas más sórdidas del Terror Rojo. Estaba sólo y sola en la ladera del Gólgota, le faltaba coronar la cima del espanto cuando vio a los carpinteros comunistas portar a hombros una cruz de madera. Sobre ella arrojaron a su hijo vivo y atrozmente mutilado. Vio cómo lo clavaban en la cruz, cómo lo izaban hasta alcanzar la verticalidad que convierte en un tormento cada inspiración del crucificado, y vio cómo el insulto patibulario y la broma macabra de cheka comunista salpicaban de ponzoña la agonía de su hijo en la cruz. Consumada la crucifixión, dejaron que Ángela, como María, volviese arrastrando el dolor y el horror para que contase a los hijos del linaje de Don Pelayo, a los Defensores de Oviedo, lo que a su hijo le habían hecho. No se rindieron porque Oviedo era Covadonga, y Covadonga el Gólgota. En el Gólgota nació la Luz del Cristianismo y en Covadonga nació España, y en esas dos Patrias caben el martirio y la muerte, pero no la rendición.
El 21 de octubre de 1936, el sargento Manuel del Rey Cueto fue encontrado clavado en la cruz por las Columnas Gallegas que establecieron contacto con la capital asturiana, sitiada aún por el Terror Rojo. Jamás se rindieron. ¿Vamos a rendirnos nosotros hoy por miedo al Terror Rojo de la Ley de Memoria Democrática?
Autor
- Eduardo García Serrano es un periodista español de origen navarro, hijo del también periodista y escritor Rafael García Serrano. Fue director del programa Buenos días España en Radio Intereconomia, además de tertuliano habitual de El Gato al Agua en Intereconomia Televisión. Desde el 1 de Febrero del 2019 hasta el 20 de septiembre del 2023 fue Director de El Correo de España y de ÑTV España.
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