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Hoy, 18 de julio de 2020, no hay más remedio que recordar aquel 18 de julio de 1936, porque con «Memoria Histórica» o sin «Memoria Histórica» aquel día se inicio la Guerra Civil que acabó con la Segunda República y el comunismo en España.

            Naturalmente, hoy, en la España socialista-comunista (otra vez, y eso que la Historia no se repite) se volverá a hablar del tirano Franco, del fascismo falangista, de la «matanza» de Badajoz, del trágico bombardeo de Guernica (126 muertos), del asesinato de Lorca (para algo le pagan al señor Gibson) de las cárceles franquistas, de los campos de concentración y de las cárceles franquistas y hasta de «las 13 rosas»…

Pero, naturalmente, no se hablará de la masacre de la Cárcel Modelo (Melquíades Álvarez los ministros Rico Abellon y Álvarez-Valdés, Conde de Santa Engracia, Ruiz de Alda, Fernando Primo de Rivera, el exdirector general de prisiones Elviro Urdiales, los generales Villegas y Orgaz, Fanjul Sedeño (el hijo del general del Cuartel de la Montaña, ya fusilado), José María Albiñana, los diputados Sabort y Esparza, el comisario Martín Báguenas y 20 más), ni de Paracuellos (8.000 fusilados), ni de los asesinatos de Ramiro de Maeztu y Muñoz Seca, ni de las Iglesias y conventos incendiados, ni de los 10.000 religiosos masacrados, ni del bombardeo de Cabra (220 muertos)… ¿para qué? Si estos todos eran fascistas.

Bien, pues yo no les voy a hablar hoy, 18 de julio de 2020, de lo de los Hunos ni de lo de los Hotros… yo, humildemente, y sabiendo a lo que me expongo, voy a hablar de un hombre que me entusiasmó ha tiempo y admiré en mi juventud y al que (lo que es la vida) pude conocer cuando ya era otro y se había olvidado de quien fue y de lo que hizo. Estoy hablando, les quiero hablar, de Rafael Alberti. Pero no del Alberti que escribe la maravilla del «Marinero en tierra», no, sino del Alberti que se enamoró de Stalin y al que le dedicó el baboso «Redoble lento por la muerte de Stalin» y acabó convertido en un asesino… aunque para seguir bien los pasos de ese «romance» es obligado viajar con él (y con ella, porque no se puede hablar de él sin hablar de ella, de María Teresa León, su mujer y su cómplice) hasta Rusia y Moscú. Pues, viajemos con ellos.

 

Maria Teresa León y Rafael Alberti 

PRIMER VIAJE: 1932

            En 1930 se conocen Rafael Alberti y María Teresa León. Él es ya Premio Nacional de Literatura (por su «Marinero en tierra») y ella es una divorciada de 27 años, con dos hijos, y líder del «feminismo» marxista. Según sus amigos era una mujer bellísima y una gran escritora. Se casan dos años más tarde y a María Teresa el Gobierno le concede una «Beca de Ampliación de Estudios» para informar sobre el teatro actual europeo y como «luna de miel» viajan a Paris, Berlín, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Roma. Estando en Paris reciben una invitación para asistir a un Congreso de estudiosos del teatro ruso y allá se van. A partir de ese momento, y tras conocer la Rusia que le enseñan los soviéticos, se hacen comunistas, tanto que en cuanto regresan a Madrid se afilian al PCE y «cambian de chaqueta». Se fue a Moscú –decían sus amigos- siendo solo un poeta de Izquierdas y volvió siendo un propagandista comunista con un Dios llamado Stalin. El propio Luis Cernuda un día dijo de ese nuevo Alberti: «Rafael se fue a Moscú siendo un Poeta Grande y volvió siendo un poeta menor. ¡Allá él!». Luego, en sus «Estudios de poesía española contemporánea» dirá de él que si con «Marinero en tierra» se hizo grande con «Consignas» (su primera obra comunista) se rebajó hasta hacerse «un escritor superficial acomodado en un formalismo hueco» y con ello le daba la razón a Lorca que antes había dicho «cuando un poeta se hace militante de una ideología deja de ser poeta».

Rafael Alberti y María Teresa León vuelven a España el 27 de abril de 1977

            Pero tal era ya su espíritu de profeta stalinista que nada más volver entre ambos fundaron la revista «Octubre» (como órgano de expresión de los «escritores españoles revolucionarios» y en recuerdo-homenaje del «Octubre Rojo» ruso de 1917) y en sus páginas quedó ya patente que Alberti ya no era Alberti.

  

SEGUNDO VIAJE: 1934

¡Pero ay! En 1934 se celebra en Moscú el Primer Congreso de Escritores Soviéticos y allá van como fieles y sumisos militantes Rafael Alberti y María Teresa León, como invitados representantes de los escritores españoles. Aquel Congreso significo la intromisión definitiva del Partido Comunista en el terreno artístico, ya que allí se definieron las consignas que debería respetar la creación literaria y se proclamó la necesidad de encontrar nuevas formas de expresión y se implantó el realismo socialista como dogma estético. En una de sus intervenciones el nuevo Alberti explicó el papel que estaba desempeñando la revista «Octubre» en la España republicana, tratando de arrastrar a los intelectuales españoles al campo revolucionario y comprometerlos a una participación más activa y decidida a favor de las masas populares.

Rafael Alberti y María Teresa León 

«En calidad de testigo del ascenso del fascismo europeo –escribe Allison Taillot– el poeta español había decidido ya asumir definitivamente una doble función de propagandista y de poeta proletario, lo que nos lleva a insistir de nuevo en la interrelación, tanto en su caso como en el de María Teresa León, entre experiencia vital y creación literaria».

María Teresa León en un miting en las Jornadas de Escritores Antifascistas, 1937

¡Ay!, pero estando en Moscú estalló la Revolución de Octubre en España y decidieron regresar de inmediato. Sin embargo, en Estambul un telegrama de la madre de María Teresa les avisó que la policía había allanado y registrado su casa de Madrid desenterrando hasta las plantas de la terraza buscando armas y precintando la puerta del domicilio… Y es que como explicaría el propio Rafael Alberti ambos eran conocidos en aquella época como «Los Rusos». Esto hizo que cambiaran sus planes y de ser invitados de Moscú pasaron a ser emisarios del «Socorro Rojo Internacional», una de las organizaciones tapadera de la Internacional Comunista y como tales iniciaron una gira por los Estados Unidos y América Latina el 2 de marzo de 1935. Viaje que les mantuvo fuera de España más de un año. Aquella Revolución, con el triunfo inicial de los mineros de Asturias sería considerada por María Teresa León «como un ensayo general de lo que habría que ocurrir más tarde»

María Teresa León Goyri 

Lo curioso de todo es que Alberti ni antes ni después dejó de ser un «Bon vivant», el «poeta del pueblo» que solo se hospedaba en hoteles de cinco estrellas y hasta tuvieron los médicos, a instancias de la propia María Teresa, que restringirle la ración de caviar que se comía diariamente. A este respecto no me resisto a reproducir la famosa escena que, al parecer, se vivió un día con Miguel Hernández de protagonista. Dicen que el verdadero «poeta del pueblo» fue un día a visitar a Alberti y María Teresa León, que habían organizado en su casa (bueno, en el expropiado Palacio de Zabálburu, ubicado en la C/Marqués del Duero en Madrid) una velada de escritores antifascistas y al comprobar la prodigalidad de los alimentos, se levantó airado y susurró a su anfitrión, el poeta Alberti, «Aquí hay mucha puta, y mucho hijo de puta». Alberti, inveterado vividor a pesar de sus escasos años, le conminó a que lo dijese en voz alta. El oriolano no sólo lo voceó, sino que lo escribió, dicen los que presenciaron su enojo, en una pizarra donde figuraba el programa de la velada o el menú (no hay acuerdo en los testimonios). La bella María Teresa León se levantó con bravura guerrera y le dio una sonora bofetada a Miguel Hernández que le llevó con sus huesos a sentarse en el suelo. En el fondo, el oriolano tenía razón, no en la forma. Sus compañeros comprometidos contra el fascismo, no dejaban de ser los cerdos de Orwell en «Rebelión en la Granja», mientras la población de Madrid experimentaba la crudeza del sitio franquista.

 

Según le contaba la propia María Teresa a María Zambrano, lo de Alberti con el caviar ruso llegó a ser como un veneno adictivo desde su primer viaje a Moscú, hasta el punto de que se lo tuvieron que prohibir los médicos. Se dice que incluso llegó a hacer un pacto de intercambio con sus amigos de Moscú por el que ellos le mandaban caviar ruso (ojo, eso sí, del Caspio) y él les mandaba jamones pata negra desde España… y eso fue lo que provocó las iras de Miguel Hernández.

TERCER VIAJE: 1937

            Sin embargo, la guerra seguía su curso, aunque las tropas nacionales avanzaban paso a paso arrollando a las republicanas, cuando se convocó en Moscú el Congreso de la «Alianza de Intelectuales Antifascistas» y en representación de España ¡cómo no! hasta allá se fueron en marzo de 1937 los ya comprometidos, mejor dicho, comprometidísimos, con la causa comunista, don Rafael Alberti y doña María Teresa León. Por el francés Allison Taillot sabemos los objetivos de ese viaje:

María Teresa León y Rafael Alberti, en Moscú.

«En primer lugar, se trataba para estos dos heraldos de la causa republicana de entrar en contacto con el pueblo ruso y de movilizarlo mediante «mítines, […] conversaciones, […] discursos, […] representaciones teatrales». Entre los actos a los que asistieron, cabe destacar la celebración de un gran mitin en el Teatro Bolshoi con motivo del día jubilar de la mujer, el 8 de marzo, y con motivo del cual María Teresa León pronunció un discurso destinado a dar cuenta de los sucesos españoles. En «Memoria de la Melancolía» y con el lirismo que la caracteriza, la intelectual explica que les contó a las mujeres de la Unión Soviética «cómo [en España] se moría de pie, porque no habían podido arrodillarnos», a consecuencia de lo cual «la sala, repleta de mujeres, lloró fraternalmente unida al destino de un país lejano del que sabía poco». Se ve aquí una clara inversión de papeles. A principios de los años 1930, era de la Unión Soviética de la que se hablaba muy poco en España, lo que había llevado a Rafael Alberti y a María Teresa León a esforzarse por difundir los principios y los valores del desconocido modelo soviético. En cambio, en 1937, les tocaba a ambos intervenir en el terreno político para informar al mundo y dejar constancia de la realidad de la Guerra de España. En este sentido, se trataba más radicalmente para ellos de solicitar el apoyo del régimen soviético.

Stalin

Este segundo objetivo se concretó en uno de los episodios más importantes de esta estancia: la entrevista de María Teresa León y Rafael Alberti con Stalin. Mientras que en sus viajes anteriores habían tenido por principales interlocutores sus homólogos soviéticos, pudieron, en 1937, pasar más de dos horas con el líder soviético que calificaron de «sencillo y paternal» en el diario Ahora del 18 de abril. En todos los relatos y artículos dedicados al asunto en la prensa republicana, la pareja se contenta con expresar su admiración por él. A diferencia de un André Gide en su polémico «Regreso de Moscú» (junio de 1937), no hay ninguna huella de crítica al «gran jefe de la Unión Soviética», a la falta de libertad, a las desigualdades o a la represión. Tal parcialidad viene a confirmar la idea de los dos intelectuales como auténticos y duraderos propagan-distas y emisarios de la República. Es de notar en efecto la continuidad que existe entre las declaraciones de la pareja al respecto publicadas en la prensa republicana tras su vuelta a España y sus autobiografías. A la insistencia de ambos en dar cuenta, en abril de 1937, de la «simpatía [del pueblo soviético] y su amor hacia nuestra lucha y nuestros héroes» hace eco la descripción del gabinete de Stalin en Memoria de la Melancolía «Sobre el muro se extendía un gran mapa de España lleno de señales; en otra pared, un plano de Madrid. Los puntos de colores eran batallas, bombardeos».

Por su parte el propio Alberti contaría así su tercer viaje a Moscú:

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«Mi tercera visita a Moscú. Mi tercera despedida. Esta vez, más que nunca, me siento como si fuera un viajero que se marchara sin irse, que pudiera verse a sí mismo de camino y a la vez quedándose entre vosotros. Me vuelvo a España, a Madrid. En 1934, cuando vine como delegado al Congreso de escritores soviéticos, embarqué en Odessa. Era el mes de octubre. Embarcaba entonces hacia la España de la revolución de Asturias; luego, la de Gil Robles y la represión más violenta. En 1937, ahora, salgo de Leningrado hacia la misma España que dejé hace dos meses: la heroica de la guerra civil, de los defensores de Madrid, de los más bravos antifascistas del mundo. Siempre que vine a la Unión Soviética encontré algo de mi país entre vosotros. Esta última vez, desde que atravesé la frontera, me encontré con él por entero. Desde Belosostrov, el nombre de España empezó a llenarme los oídos, a hacerme la respiración más profunda.

María Zambrano

Los camaradas Apletin, Kelyin y Mirzov, que fueron de Moscú a Leningrado para recibirme, eran la primera muestra de esa España que luego había de hallar en todos los corazones soviéticos. ¿Cuál es mi visión de Moscú, de este Moscú de mi tercera visita? Como en las fotografías superpuestas, no lo puedo mirar sin ver que España se me transparenta debajo. ¿Qué veo? Siempre el mapa de mi país en todas partes. La casa más inesperada me recibe abriéndomelo sobre sus muros, marcados con exactitud sobre su bella forma (de abierta piel de toro, hoy martirizada, todos los frentes de combate, seguidos con emocionada atención). Su presencia ya no ha de abandonarme nunca durante mi estancia. He de verlo continuamente ante mí, de manera real, o he de seguirlo en el recuerdo a través de las conversaciones, de los mítines, de los discursos, de las representaciones de teatro. Antes, los otros años, cuando visitaba, por ejemplo, una fábrica, el principal interés de los obreros era el de demostrarme el aumento de la producción, la mejora de la calidad de los productos, etc. Ahora, esta vez…

Nos invitaron una tarde, a mi compañera y a mí, los trabajadores de la fábrica Thaelmann, de encajes. En el salón de actos, la camarada Kaganovich, con motivo del día de la mujer, leía un detallado informe a un extenso auditorio, compuesto en su mayoría de trabajadoras. En primera fila, las más viejas obreras de la fábrica vestían los antiguos trajes populares. 

Cuando aparecimos, estalló una inmensa ovación, coronada de vivas a España, de calurosas manifestaciones de simpatía y amor hacia nuestra lucha y sus héroes. Tocando una trompeta plateada, aparecieron formados los pioneros. Después de saludarnos, se destacaron dos, subiendo a la tribuna. La ceremonia fue sencilla, llena de ingenuidad y gracia. Empinándose y alzando los brazos, mientras nosotros curvábamos el cuerpo, nos rodearon el cuello con la roja corbata que les distingue, anudada por un pequeño broche plateado, haciéndonos el honor de nombrarnos pioneros, rejuveneciéndonos con esto hasta la más primera adolescencia. Las viejas trabajadoras, con una agilidad imprevista, cimbreándose y cantando a la vez, bailaron al son de una antigua melodía que recordaba los villancicos españoles. Los saludos, los discursos, las más pequeñas intervenciones, todos los aplausos fueron para España. Aquel Moscú, aquellos ciudadanos soviéticos que tenía ante mis ojos se exaltaban por mi país, me llevaban a él, dejándomelo clavado ya toda la noche en la memoria. Y así, por todos los sitios, esa misma sensación de España transparentándose a través de Moscú, fundiéndose en un solo entusiasmo, en una sola cosa.

–         No te vayas, quédate con nosotros –me suplicaron los niños de ya no sé qué escuela.

–         María Teresa, ven al Asia Central –le dijo en el Mostorg a mi compañera, reconociéndola de pronto, un soldado rojo.

¿Qué veo? ¿Cuál es mi Moscú de 1937? Ticiano Tabizde, el gran poeta georgiano, me ofrece en una reunión de escritores un precioso album de poesías dedicadas a la guerra de España por los poetas de su país, cuya escritura y columnas de versos recuerdan la Alhambra de Granada. El Instituto del Petróleo nos entrega una carta, llena de fe en la victoria, dirigida a «Pasionaria», al camarada Largo Caballero, al general Miaja y José Díaz. Los ferroviarios, los alumnos de una escuela de aviación, los ingenieros del Ejército Rojo, los redactores de «Izvestia», los actores, los directores y el público de los cines y teatros, todo el mundo se pone de pie y nos aclama como homenaje al esfuerzo heroico, sobrehumano de los defensores de Madrid, de la valiente España popular y republicana que se bate contra las naciones más potentes y reaccionarias de Europa. Y, al final, como corona de toda esta devoción y cariño, el camarada Stalin, durante dos horas de charla familiar con nosotros, resumiendo el claro sentimiento de su pueblo hacia el nuestro; demostrándonos el conocimiento profundo de los más difíciles problemas planteados actualmente en nuestro país; sencillo, paternal, entusiasta de nuestra juventud, interesado por los campesinos, intelectuales y jefes de nuestro ejército popular; el camarada Stalin, digo, corona nuestra estancia en Moscú, dejándonos de la Unión Soviética, como recuerdo, las dos horas más agudas de emoción por España.

¿Qué queréis, camaradas y amigos? Mi Moscú de este año es el de la fraternidad y el entusiasmo por mi patria. Parece como si nuestro mapa se hubiese prolongado hasta el vuestro y mis pies siguieran pisando su propia tierra. He visto las nuevas construcciones de vuestra capital, la aparición de nuevos cafés, tiendas, almacenes. También he recorrido el Metro. Moscú se ensancha, crece, se perfecciona. Estáis alegres. Vivís cada vez mejor. Llega la primavera… Pero, cuando regrese a Madrid, permitidme que diga a sus defensores, a todos mis compañeros, que el Moscú de 1937, el mío, el que yo he visto y sentido, es el que, emocionado y con un sólo pensamiento, abre todas las mañanas los periódicos para leer las crónicas de Kolzov o Ehrenburg y los telegramas venidos de allá lejos: de los frentes heroicos de la Libertad.» 

Alberti y María Teresa volvieron todavía más radicales y comunistas que se fueron. La entrevista con Stalin y las dos horas y media que se pasaron con él le obnubilaron y los dos se enamoraron del tirano hasta límites increíbles. De ahí que desde su vuelta a su huida en los últimos días de la guerra, ya en marzo de 1939, se transformaran en verdaderos verdugos y asesinos de la «quinta columna madrileña», y además en los «Bon vivant», como lo reflejan la anécdota que me dio a conocer mi amigo Eduardo de Guzmán.

«Aquella noche del 28 de noviembre el motivo de la fiesta era un homenaje a las Brigadas Internacionales que ya se habían incorporado a la lucha y de momento habían conseguido frenar a las tropas de Franco. Naturalmente allí estaban esa noche la flor y nata del PCE, los escritores afines, los mandos militares comunistas y anarquistas, el Embajador ruso y algunos altos cargos de la embajada y ¡cómo no! los influyentes Iliá Ehrenburg, el escritor, y el gran comisario Mijail Koltsov, el hombre de Stalin en Madrid durante la Guerra Civil española.

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Durante la cena, en el gran salón del Palacio, se sirvieron los manjares que acompañaban siempre a Alberti: caviar, filetitos de langosta, colas de cigalas, «pescaito frito»… ¡y jamón! Curiosamente los españoles se ponían «moraos» de caviar y los rusos y extranjeros de jamón.

A los postres Rafael Alberti tomó la palabra y tras agradecer a los jefes de las Brigadas que ya estaban participando en la batalla de Madrid, el general soviético Kléber y el húngaro Maté Zalka «Lukacs», y el líder comunista francés André Marty, leyó, con la voz profunda que siempre tuvo el del Puerto de Santa María, un poema que le dedicaba a los brigadistas y que decía:

A las Brigadas Internacionales

Venís desde muy lejos… Mas esta lejanía
¿qué es para vuestra sangre que canta sin fronteras?
La necesaria muerte os nombra cada día, 
no importa en qué ciudades, campos o carreteras.

De este país, del otro, del grande, del pequeño, 
del que apenas si al mapa da un color desvaído, 
con las mismas raíces que tiene un mismo sueño, 
sencillamente anónimos y hablando habéis venido.

No conocéis siquiera ni el color de los muros
que vuestro infranqueable compromiso amuralla. 
La tierra que os entierra la defendéis seguros, 
a tiros con la muerte vestida de batalla.

Quedad, que así lo quieren los árboles, los llanos, 
las mínimas partículas de la luz que reanima
un solo sentimiento que el mar sacude: ¡Hermanos! 
Madrid con vuestro nombre se agranda y se ilumina.

 

Al terminar Alberti y cuando aun duraban los aplausos, tomó la palabra André Marty, quien en un francés chapurreado de español dio las gracias en nombre de las brigadas y pidió un brindis ¡por la República española!

Pero, no había terminado la cena, y cuando ya rusos y españoles se llenaban de Vodka, entró el joven Santiago Carrillo, que venía rodeado de su guardia pretoriana y con cara sonriente y entre saludo y saludo se dirigió a Alberti y le dijo algo al oído. Entonces Alberti pidió silencio, tocando con un tenedor la copa de cristal que tenía en las manos, levantó su voz y dijo:

«Señoras y Señores, compañeros, camaradas, mi joven amigo Santiago Carrillo, Nuestro Delegado de Orden Publico y Seguridad, me acaba de comunicar que hoy ha muerto uno de nuestros mayores enemigos, el católico, monárquico y fascista Pedro Muñoz Seca. ¡Son gajes de la Guerra!… el mes pasado ellos acabaron con nuestro admirado y grandísimo Federico, Federico García Lorca, y hoy le ha tocado el turno a uno de ellos. ¡Donde las dan las toman! Ahora dirán que somos unos asesinos ¿y ellos? ¿Qué son ellos? Con una diferencia, que ellos sabrán donde cayó y ha sido enterrado «su» escritor y nosotros no sabemos dónde reposan los restos del nuestro. Pero nosotros venceremos y más ahora que ya están con nosotros los Internacionales… porque la Razón y el Derecho están de nuestra parte… ¡Tampoco pierde mucho el teatro!… ¡Viva la República! ¡Viva Rusia! ¡Viva Stalin!«

Y aquello sí que fue ya una fiesta. No, Alberti no quiso salvar a Muñoz Seca, su paisano y vecino del Puerto de Santa María. ¡Y pudo salvarlo!»

 

¡Ay!, pero esas alegrías, esas bravuconadas, esos «paseos» terminaron como tenía que terminar. Con las «ratas» escapando del barco, que se hundía, no, que ya estaba hundido, eso sí, dejando que se ahogara el pueblo al que tanto decían amar y defender. Aquella derrota, aquel comunismo,  hizo cambiar a muchos socialistas, republicanos e intelectuales, también a los del exilio… pero no al «enamorado» y «chequista» Rafael Alberti, porque, incluso cuando ya los propios comunistas de Moscú estaban tirando las estatuas del tirano que había «purgado» a media Rusia, tiene la desfachatez de escribir (¡¡1953!!), cuando recibe la noticia de la muerte del «Gran Padre» de todos los rusos un poema que le marcaría ya para el resto de su vida. De «baboso», lo calificó Ramón J. Sender. Por su interés, y porque el «Agit-pro» ya se encargó de ocultarlo, lo reproducimos integro:

«REDOBLE LENTO POR LA MUERTE DE STALIN»

Por encima del mar, sobre las cordilleras,
a través de los valles, los bosques y los ríos,
por sobre los oasis y arenales desérticos,
por sobre los callados horizontes sin límites
y las deshabitadas regiones de las nieves
va pasando la voz, nos va llegando
tristemente la voz que nos lo anuncia.

José Stalin ha muerto.

A través de las calles y las plazas de los
grandes poblados,
por los anchos caminos generales y
perdidos senderos,
por sobre las atónitas aldeas, asombradas campiñas,
planicies solitarias, subterráneos
corredores mineros, olvidadas
islas y golpeados litorales desnudos
va pasando la voz, nos va llegando
tristemente la voz que nos lo anuncia.

José Stalin ha muerto.

Va cruzando las horas oscuras de la
noche,
la madrugada, el día, los extensos
crepúsculos,
todo lo austral y nórdico que
comprende la tierra,
y no hay razas, no hay pueblos, no hay rincones,
no hay partículas mínimas del mundo
en donde no penetre la voz que va llegando,
la voz que tristemente nos lo anuncia.

José Stalin ha muerto.

 

II

(A dos voces)

1. Padre y maestro y camarada:
quiero llorar, quiero cantar.
Que el agua clara me ilumine,
que tu alma clara me ilumine
en esta noche en que te vas.

2. Se ha detenido un corazón.
Se ha detenido un pensamiento.
Un árbol grande se ha doblado.
Un árbol grande se ha callado.
Mas ya se escucha en el silencio.

1. Padre y maestro y camarada:
solo parece que está el mar.
Pero las olas se levantan,
pero en las olas te levantas
y riges ya en la inmensidad.

2. Cerró los ojos la firmeza,
la hoja más limpia del acero.
Sobre su tierra se ha dormido.
Sobre la Tierra se ha dormido.
Mas ya se yergue en el silencio.

1. Padre y maestro y camarada:
vuela en lo oscuro un gavilán.

Pero en tu barca una paloma,

pero en tu mano una paloma

se abre a los cielos de la paz.

2. Callan los yunques y martillos.

el campo calla y calla el viento.
Mudo su pueblo le da vela.
Mudos sus pueblos le dan vela.
Mas ya camina en el silencio.

1. Padre y maestro y camarada:
fuertes nos dejas, Mariscal.
como en las puntas de la estrella,
como en las puntas de tu estrella
arde en nosotros la unidad.

2. Vence el amor en este día.
El odio ladra prisionero.
La oscuridad cierra los brazos.
La eternidad abre los brazos.
Y escribe un nombre en el silencio.

III

No ha muerto Stalin. No has muerto.
Que cada lágrima cante
tu recuerdo.
Que cada gemido cante
tu recuerdo.
Tu pueblo tiene tu forma,
su voz tu viril acento.

No has muerto.
Hablan por ti sus talleres,
el hombre y la mujer nuevos.
No has muerto.

Sus piedras llevan tu nombre,
sus construcciones tu sueño.
No has muerto.

No hay mares donde no habites,
ríos donde no estés dentro.
No has muerto.

Campos en donde tus manos
abiertas no se hayan puesto.
No has muerto.

Cielos por donde no cruce
como un sol tu pensamiento.
No has muerto.

No hay ciudad que no recuerde
tu nombre cuando era fuego.
No has muerto.

Laureles de Stalingrado
siempre dirán que no has muerto.
No has muerto.

Los niños en sus canciones
te cantarán que no has muerto.
Los niños pobres del mundo,
que no has muerto.

Y en las cárceles de España
y en sus más perdidos pueblos
dirán que no has muerto.

Y los esclavos hundidos,
los amarillos, los negros,
los más olvidados tristes,
los más rotos sin consuelo,
dirán que no has muerto.

La Tierra toda girando,
que no has muerto.
Lenin, junto a ti dormido,
también dirá que no has muerto».

      

            Pero, no puede cerrarse un «apunte» sobre Rafael Alberti y su amor por el tirano Stalin sin recordar los «paseos» que dio desde «El Mono Azul» durante aquellos días y aquellos meses del comunista fanático y el revolucionario ciego que ya solo vive por y para la revolución y se transforma en líder no solo espiritual sino práctico de las checas madrileñas él no mataba físicamente, pero sus palabras eran condenas de muerte. ¡Su presencia diaria en la checa más temible de todas las que funcionaron en Madrid, la del Bellas Artes, se hizo notar y no ha podido borrarse de su biografía. A pesar de que el «Agit-pro», incluso haya retirado de todas las bibliotecas españolas los ejemplares de aquel asesino «mono azul».

            Desgraciadamente la Historia oficial ha sido otra y aquel Alberti acabó recibiendo el Premio Cervantes de la nueva España socialista-comunista.

 

                                                                   Julio MERINO

               Periodista y Miembro de la Real Academia de Córdoba

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REDACCIÓN