21/11/2024 15:03
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Políticamente correcto, socialmente perroflauta, indiscriminadamente adoctrinado y generalmente necio. No tiene ideas propias porque no tiene ideas. Cree que con la izquierda hemos llegado a la perfección democrática y que con Podemas y el montífero en el Gobierno, el pueblo al fin ha encontrado el nirvana.

Abraza las consignas porque lo ve contestatario y progre, y porque su cacumen es incapaz de retener más de una frase. Consume yerba más o menos dura, no se pierde una peli del subsidiado cine español, y mata el aburrimiento hogareño sin hacer melindres a los camelos de los celestinos y a las satisfacciones de la vida sexual y de la mafia rosa que le cuentan los programas de «rojos y maricones» de la tele.

Entiende que eso del papel crítico de la prensa son paparruchas, que la prensa ha de dedicarse en cuerpo y alma a corear con amabilidad al poder de las izquierdas, que son quienes con toda la abnegación del mundo defienden al pueblo soberano. Y concluye que sólo cuatro desgraciados desafinan en el concierto, quejándose despechados de que el Gobierno ayude a sus fieles y valientes aliados mediáticos con unas decenas de millones.

Hace años que viene tildando de conspiranoicos a quienes analizan la realidad a su disgusto, los mismos años que no es capaz de abrir un libro, pues dice que eso es cosa de teólogos, y que por eso está la Iglesia española como está, perdiendo cruces y ganando remordimientos, gracias a Dios, y que no existe ningún hombre tan sabio como los demonios; y el que lo dude que mire a sus Cojuelos cabecillas izquierdosos.

Sin embargo, habla con devoción de Francisco I porque según él es un papa que deja en libertad a todos para «peer a su gusto». Está convencido de que fue sentarse en la silla de San Pedro y dejar España de ser tierra papal. La prueba es que ahora las mujeres ya no menean las nalgas, como antes, aunque eso es también gracias al feminismo y a sus tiorras.

Se jacta de ser feminista «a tope», un homosexista «fetén» que bate palmas con bobalicona costumbre en todos los exhibicionismos gais; le parece muy moderno y muy justo que se adoctrine sexualmente a la infancia, intercala en su conversación frases hechas en inglés y cree que El miembrotriste de los predicadores es un tratado escrito por un monje mendicante.

Razona que infiltrar en la sociedad española otras tradiciones y culturas es un acierto, porque facilita el globalismo; y que los recién llegados, con su sacrificio, nos aseguran la manutención futura. De ahí que esté de acuerdo con la inmigración y con aquella historia del niño inmigrante que pregunta a su madre cuál es la diferencia entre democracia y racismo.

– Democracia – le dice su madre- es cuando los españoles trabajan para que nosotros podamos gozar de subvenciones, de casa gratis, sanidad gratis, educación gratis, y nos construyan mezquitas y centros comunitarios. A veces recibimos más dinero que sus propios pensionistas. Eso, hijo, es democracia.

El niño, asombrado, pregunta:

– ¿Y los españoles no se enfadan por eso?

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Su madre le responde:

– ¡Unos cuantos sí! Y a eso lo llamamos racismo

Del Rey no habla mucho, no le cae mal, tan calladito. Además, le tienen dicho sus jefes que el asunto de la monarquía no hay que precipitarlo, porque los asaltantes de la fortaleza burguesa se han mutado en sus guardianes jurados mientras se quede quieto, y el trono en tales circunstancias puede ser un aliado. No obstante, salvo mayúscula sorpresa, el Rey no es peligroso: de momento está tan seco como un arenque ahumado.

Tampoco ahora tiene nada que decir del Ejército, de la Guardia Civil, de la Policía, de la Justicia… Todos ellos parecen haber comprendido, por fin, que en España la democracia brilla más que nunca, que esos que hablan de drenar las responsabilidades del crimen de Estado y de la corrupción, se están inventando las cosas. ¡Qué falacia eso de que nuestras izquierdas han conseguido, con unas mezquinas dádivas, romper el brazo a dichas instituciones! ¡Y qué mejor ejemplo que su dócil acatamiento, su obediencia debida, ante el coronavirus!

Acerca de los políticos del PP declara que son unos pobres hombres y mujeres envidiosos, porque en el fondo admiran lo que hacen las izquierdas sin reconocerlo. La prueba es que cuando gobiernan no erradican las doctrinas de sus opositores, sino que las asientan. Algo que debiera repugnar a la razón, pero que tanto ellos como sus porfiados votantes aceptan con tranquilidad de espíritu. De ahí que no los tenga mayor inquina, pues escenifican bien su rol de policía bueno, y se dejan humillar con sumisa complicidad.

De Gibraltar afirma que, según nuestros gobiernos democráticos de turno, Inglaterra es una fiel aliada. Y que por eso ningún gobierno mínimamente patriótico debiera rechazar tal alianza con un país que además protege una parte de nuestro territorio. Máxime dándose el caso de que tales gobiernos, a más de leales a España, han convertido a Gibraltar, de la mano y con el sacrificio de la metrópoli, en un emporio de negocios limpios, gracias a los cuales Andalucía -e incluso España entera- se beneficia.

Presume de referirse a nuestro idioma denominándolo castellano, no español, voz ésta que le desasosiega tanto como los ajos a Drácula, y se muestra solidario con aquellos vascos o catalanes separatistas que se agachan a coger piedras de su terruño para tirárselas a su tierra grande, empujados por el español que sin saberlo llevan dentro, que tiene hambre de guerra civil.

Partidario fervoroso de las Autonomías, infiere que son un motivo centrípeto de fecundidad. Deduce que gracias a su existencia, familias enteras se enriquecen por medio de subvenciones, empleos lucrativos o carguillos más o menos elevados. Y para mantener la fidelidad de sus votantes, tratándose de beneficios recibidos, los gobernantes autonómicos se obligan a repetir sus dones. Esta necesidad absoluta en que se ven ciertos partidos de prodigar favores, este pozo sin fondo, constituye no obstante para él una tremenda ventaja. Sabido es que el dinero público no es de nadie, y conviene repartirlo entre la secta.

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Piensa que Viriato fue un político de ultraderecha, que la bandera española la inventó Franco, y que los pantanos, las vacaciones obligatorias, las pagas de julio y diciembre y la Seguridad Social las ha traído el PSOE. Se entusiasma contemplando la profusión de rotulaciones en la lengua de Shakespeare, pues así «se debilita el castellano», un idioma mesetario, y está de acuerdo en que el aborto, lejos de ser un espantoso horror, es un avance de la civilización occidental; y también que la mujer, en efecto, debe llegar a casa sola y borracha.

Hacia el atardecer suele reunirse con tres o cuatro barbilindos para discutir cosas que no son del tiempo, y después de beber y fumar porros como templarios, estos bobos de Coria se van a hacer destrozos íntimos por todas las calles, callejuelas y travesías de Chueca o similares, conjurándose de paso para que a VOX le venga un cagasangre.

Este ejemplar de tonto útil que aquí se retrata es una consecuencia política, económica y social del Sistema, un paradigma del marxismo cultural de diseño que nos asfixia desde hace cuatro largas décadas. Su mochila es un pozo sin fondo a la hora de guardar los santos y seña de los tramposos y llegado el momento se comerá el marrón -poniendo incluso el culo, si se tercia- para que sus amos sigan impunes en sus dachas. Como buen tragasalsas de inmoralidades y nesciencias, carece de la mínima elegancia para alejarse melancólicamente del lugar del oprobio.

 

Tres días a la semana acude al despacho de la célula o de la oenegé correspondiente para escuchar coces dialécticas e insidias contra la dignidad, y aprenderse las nuevas contraseñas; y una vez al mes a retirar el sobre del subsidio. Y con eso, y a costa del «pueblo soberano» que, mientras lo despluma, dice proteger, su encrestado cuerpo serrano aguantará los meses sucesivos hasta las próximas elecciones.

¡Pobre España si no es capaz de distanciar política y socialmente a estos husmeavanos sin ciencia ni conciencia, opuestos a la razón y a la ética y alérgicos a la bandera española! ¡Hasta que no ondee una bandera en cada balcón de los españoles de bien no nos redimiremos!

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.