
Según la RAE, «reciedumbre» y «fortaleza» son sinónimos.
Respecto a la fortaleza, enseña Santo Tomás de Aquino que es una virtud que se manifiesta en dos tipos de actos: “acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza”. Dado que es una virtud de la que hay muchas cosas que decir, le dedicaremos dos artículos, centrándonos en este primero en los actos consistentes en “acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros”.
1. Épica en la conquista de Perú.
El hecho histórico que narro a continuación -con breve exposición de episodios relacionados que nos ayuda a entenderlo- es un buen ejemplo de ese tipo de actos de fortaleza.
En 1513, Francisco Pizarro acompañó a Vasco Núñez de Balboa en su gesta del descubrimiento del océano Pacífico -ellos lo llamaron Mar del Sur, sin sospechar siquiera que fuera un gran océano-, tras cruzar el istmo de Panamá desde Darién. Allí oyó decir a un nativo la palabra mágica «Biru», mientras le señalaba el sur. Preguntó y supo que se refería al río Biru y a las grandes riquezas que se encontraban en esos territorios. Este nombre se quedó grabado en la mente de Pizarro, como marcado a fuego, y decidió dedicar el resto de sus días a explorarlo.
En 1524, en Panamá, primer asentamiento hispano a orillas del océano Pacífico, donde Pedro Arias Dávila, Gobernador, había establecido la capital, Francisco Pizarro y su amigo Diego de Almagro sellaron un pacto con el clérigo Hernando Luque, quien aportó sus muchos caudales al servicio de la conquista y reparto de las tierras del sur. Y, enrolados los hombres para la campaña, iniciaron la marcha siguiendo la costa y teniendo siempre a su izquierda la gran muralla natural que forman los Andes, con sus cumbres permanentemente cubiertas de nieve.
Llevan ya gastados tres años, soportando hambre y todo tipo de padecimientos, sin recompensa alguna, al rebasar el Ecuador, ocurrió un encuentro inesperado: se trata de una barca grande, lujosa, con recio velamen y con una tripulación bien ataviada. Fue una visión nueva, inusitada, como una ventana que mostraba un mundo distinto, y que hizo renacer las esperanzas y la ilusión que estaban a punto de perder. Se trataba de una embarcación inca y fue el primer y esporádico contacto de los españoles con un Imperio, cuyas dimensiones ni siquiera podían imaginar.
I.2. Una raya en la arena de la playa.
Poco tiempo después del encuentro con la embarcación inca, en septiembre de 1527, arriban dos navíos enviados por el nuevo gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos, que, cansado de oír hablar de “una expedición que lleva consumidos hartos años y hombres como para retirarle cualquier crédito”, traen la orden de que esos dos barcos regresen con todos los hombres, dando por concluida la empresa.
Más Pizarro no es alguien que se deje impresionar por decisiones tan contundentes y no piensa para nada en el regreso. Leyendo en sus soldados el ardiente deseo de volver a casa, hace uno de esos gestos épicos que marcan la conquista de América. Traza con su espada una raya en la arena y habla así a sus hombres: “Allí, proclama señalando el norte, está Panamá, donde os esperan la familia y el sustento diario. Al sur aguardan el hambre, la sed, las fatigas, pero acaso también la gloria y las riquezas. Decida cada cual su destino, disponiéndose a uno u otro lado de esta raya”. Fueron 13 los que cruzaron la raya para seguirlo. Fueron los 13 de la fama, en su día nombrados hidalgos con solar conocido y caballeros de la espuela dorada.
Los socios acordaron comisionar a Pizarro para viajar a España y solicitar al mismísimo rey el permiso para continuar la misión. Carlos I, favorablemente dispuesto tras la conquista del Imperio mexica, que había multiplicado las posesiones españolas allende los mares, aflorado riquezas insólitas, concedió el permiso. Y Pizarro regresó con más hombres.
Siguieron avanzando hacia el sur y se adentraron en territorio enemigo, el Imperio Inca de más de dos millones de kilómetros cuadrados, el reino del Altiplano de al menos seis millones de habitantes que controlaba de modo absoluto el emperador Atahualpa.
Hubo de pasar todavía siete años, con todo tipo de privaciones y peligros, antes de concluir la proeza que, en la tarde del 16 de noviembre de 1532, lograron un pequeño grupo de 175 españoles con un puñado de caballos. Comandados por Pizarro, derrotaron al ejército de Atahualpa, inmensamente superior en número, tras hacer prisionero el emperador inca en la Plaza de Armas de Cajamarca.
Luego, ya con las generaciones siguientes de españoles, llegaría el establecimiento del segundo centro administrativo de España en el Nuevo Mundo, el Virreinato de Perú, que traería libertad y progreso para aquellas gentes: universidades -San Marcos, la primera en 1551-, hospitales, caminos para llevar sus mercancías hasta Acapulco y Cartagena de Indias. Además de la evangelización y el idioma.
2. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, buscadora apasionada de la Verdad.
Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, no nació católica, sino judía, en Breslau (Polonia), el 12 de octubre de 1891. Su madre, mujer fuerte y de fe profunda, infundió un elevado código ético a sus hijos: Edith aprendió algunas virtudes que nunca perdería: sinceridad, espíritu de trabajo, sacrificio y lealtad.
Poseía una inteligencia e intuición extraordinarias, por lo que fue una alumna brillante en todos sus estudios. Se sintió atraída por la historia y la filosofía. En su proceso de búsqueda, se encuentra con la obra «Investigaciones lógicas» de quien será su maestro y admirado filósofo, Edmund Husserl, padre de la fenomenología.
Ante algunas conversiones de amigos al catolicismo y algunas escenas de fe que la habían impresionado, Edith empezó a leer obras sobre el cristianismo y el Nuevo Testamento. Estando en casa de unos amigos conversos, una noche tomó un libro al azar, que resultó ser la autobiografía «La Vida» de Santa Teresa de Jesús. Le absorbió por completo. Cuando lo acabó, sobrecogida, exclamó: “¡Esto es la verdad!”. Inmediatamente, compró un catecismo y un misal. Al poco tiempo (1 de enero de 1922) recibió el bautismo con el nombre de Teresa Edwig.
Muy pronto quiso entrar en el Carmelo, pero no se lo permitieron hasta 10 años después. En ese tiempo, tuvo una intensa vida académica y encontró la manera de unir ciencia y fe, y de hacer comprensible esta cuestión a otros. Durante toda su vida, sólo quiso ser «instrumento de Dios». «Quien viene a mí, deseo conducirlo a Él».
En 1933, se presenta a la Madre Priora del Monasterio de Carmelitas de Colonia. «Solamente la pasión de Cristo nos puede ayudar, no la actividad humana. Mi deseo es participar en ella». El 14 de abril de 1934, tuvo lugar la ceremonia de toma de hábito. Desde aquel momento, Edith Stein llevará el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz.
En 1940, es capturada junto a otros 244 judíos católicos y es conducida a Auschwitz, donde enseña el Evangelio a los detenidos y cuida a los niños allí encerrados, acompañándolos con compasión hacia la muerte, y ella misma murió mártir. S. Juan Pablo II la canonizó el 11 de octubre de 1998.
Queda claro que en este primer tipo de actos de fortaleza tienen especial protagonismo virtudes como la valentía, la audacia y la perseverancia.
3. Algunas reflexiones sobre la fortaleza/reciedumbre y ejemplos de acciones para desarrollarla.
1. La virtud de la fortaleza, al estar orientada a obrar el bien y rechazar el mal, ha de consultar el juicio de dos virtudes cardinales: prudencia y justicia; de manera que, sin el “visto bueno” de ellas, no habrá verdadera virtud de la fortaleza: no puede haber valentía si previamente no hay prudencia.
2. En nuestro día a día, son muchas las oportunidades de ejercitar esta virtud. En realidad, hemos de ejercitar la fortaleza para desarrollar todas las virtudes. En las historias de la introducción, podemos encontrar abundantes pistas para concretar propósitos y, como muestra, mencionamos unos pocos ejemplos de situaciones que nos exigen vivir la fortaleza-reciedumbre:
– Levantarse a la hora prevista, venciendo la pereza. Cuesta obedecer con prontitud a quien nos llama o al despertador, un día y otro, y todos los días; pero esa victoria en el primer reto del día anima mucho y ayuda a encarar bien la jornada.
– Tener planificadas las actividades de la jornada y esforzarse por cumplirlas, aunque también con flexibilidad para introducir modificaciones ante imprevistos o si cambian las circunstancias.
– Valorar las tareas que debes realizar, más por el servicio que prestas a los demás que por los beneficios que te proporcionan.
Conclusiones
Debes proponerte ser una persona recia y valiente, tenaz y constante, procurando no quejarte ante las dificultades, terminando bien todo lo que empieces, sobrellevando con buen ánimo las pequeñas o grandes contrariedades de la vida, esforzándote por sonreír aunque estés cansado o sin ganas. Así resistirás cuando la contradicción arrecie en tu vida; serás como el junco cuando llega el vendaval, puede que se bambolee, pero no se rompe y acaba recuperándose. De lo contrario, acabarás siendo una chica o un chico blandengue que sólo se mueve por sus caprichos y por lo que le apetece. Naturalmente, esto no se consigue de un día para otro, sino con perseverancia, intentando mejorar en algo cada día, igual que los buenos deportistas, que se proponen pequeñas metas de mejora en su plan diario de entrenamiento.
Julio Íñiguez Estremiana
Colaborador de Enraizados
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