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Si algo ha caracterizado a los españoles a lo largo de la historia es la resistencia. Desde la capacidad para rechazar, o para asimilar, de las tribus iberas las oleadas de otros pueblos, hasta la capacidad para ensamblarse con ellos y avanzar en el futuro de la historia. Desde entonces, la resistencia ha sido un condicionante imprescindible en nuestros actos. Las expediciones de fenicios, griegos y cartagineses no borraron la huella de los pueblos antiguos de Iberia, como tampoco la dominación romana, que los incorporó a la civilización y les ordenó la vida social y jurídicamente. Resistencia para rechazar los ataques vikingos y normandos sobre nuestras costas cantábricas; y con especial énfasis a la islamita, durante ocho siglos, cuyas razias no consiguieron doblegar a la España cristiana en la obediencia al islamismo y en la pertenencia en la cultura occidental heredada de Roma, situándose incluso a la cabeza de la misma en su expansión al Nuevo Mundo.
Resistencia de los exploradores españoles desplazados por el Nuevo Mundo, sin conocimientos del terreno que pisaban por primera vez; sin mapas, sin noticias de los indígenas de aquellos territorios, sin remedios para las infecciones provocadas por los insectos, la mayoría desconocidos, sin conocimientos prácticamente de los dialectos con los que comunicarse con ellos.
Resistencia ante los conflictos geopolíticos de los que disputaban el poder a España; de la Europa reformista que siguió a Lutero; de los avatares para mantener unidos a los territorios del Norte, a través de la mayor obra de ingeniería militar y civil que los europeos conocieron después de las vías romanas, el Camino Español de los Tercios, que llevó a nuestros combatientes desde Barcelona a Génova y Milán, cruzando el corazón de Europa por los pasos suizos de Engandina y Valtelina, continuando por los condados de Alsacia y Lorena, hasta llegar a Flandes, transitado por primera vez en 1567 por un cuerpo de ejército al mando del III Duque de Alba.
Encomiable la resistencia de nuestros religiosos que cubrieron a pie las grandes y desconocidas tierras de los actuales Estados Unidos, con fray Junípero Serra, el mallorquín de Petra, que se dejó los muñones en su tránsito, creando presidios y cristianizando a esos pieles rojas que el cine de Hollywood nos ha retratado como feroces e indomables, cuando en realidad se dedicaban al cultivo de maíz y otros productos, en muchos casos, y los religiosos españoles los bautizaron y convivieron con ellos en lo que fue una relación aceptada por ambos mundos tan dispares, y se dejaron cristianizar y llegaron a aprender nuestra lengua; ahí el caso del famoso Gerónimo, de la tribu de los bendokes, uno de los grupos apaches chiricahuas, bajo la protección espiritual de los jesuitas.
Resistencia contra las invasiones militares de los pueblos conquistadores, contra los elementos ambientales en los mundos desconocidos… la resistencia de Baler, la de los últimos de Filipinas, encerrados meses en el solar de una pequeña iglesia, dispuestos a morir antes que rendirse, que levantó la admiración de todos, empezando por los enemigos que permitieron la retirada con bandera y arma al hombro de nuestros soldados.
Pero hay más, resistencia en aquel archipiélago durante trescientos años dominando realmente una porción de terreno más pequeña que la que cuentan los tratados de historia que generaciones de españoles han tenido como libro de texto por lustros… sólo con leer el informe del capitán general de Filipinas, Fernando Norzagaray, con ocasión de la incursión del teniente coronel Palanca en territorio indochino, en la vanguardia de un ejército francés desplazado para pedir cuentas a los annamitas por el asesinato de los obispos cristianos españoles y franceses en aquel reino, nos da la idea de la dificultad de mantener izada la bandera española en aquellos fuertes.
Pero resistencia también ante los ataques de consignas del nuevo orden mundial que surge de la Ilustración, que atacan precisamente la línea de flotación de nuestra cultura occidental cimentada por la religión católica; frente a las insidias de una bien orquestada campaña, a la que también han contribuido algunos antecedentes del impresentable Puigdemont y su continuador Torra (Antonio Pérez, secretario de Felipe II). Me refiero, cómo no, a la Leyenda Negra que, aunque ya muy desprestigiada, todavía tiene seguidores disciplinados para sembrar el odio y la confusión.
Somos capaces de resistir y de esa actitud surge la victoria final. Con la esperanza de superar esta situación a la que nos ha llevado la amenaza del corona virus, por un lado, y la flacidez e insensatez de las autoridades, animo a los españoles a salir cada tarde, a las 20 horas, a nuestros balcones y aplaudir a nuestros exploradores de hoy, el personal sanitario (médicos, enfermería, celadores, personal de ambulancias etc.); a los miembros de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y a cuantos profesionales continúan haciendo posible que una mínima parte de normalidad presida aún el día a día, exponiéndose a se contagiados.
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