15/05/2024 04:46
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Javier de Navascués es catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Navarra, y ha impartido clases y conferencias en universidades de Europa y América. Es autor de una veintena de libros y más de doscientos de artículos y capítulos de libro sobre la cultura y la literatura de Hispanoamérica.

¿Por qué decidió escribir un libro titulado Aventureros del Nuevo Mundo?

Me pareció que hacía falta un libro que, lejos de polémicas y leyendas, contara con relatos claros y documentados las vidas individuales de una treintena de personajes significativos de un periodo poco conocido para el gran público. Se habla mucho del Descubrimiento y la conquista, pero no se sabe tanto del tiempo real de dominio español en el Nuevo Mundo. Es un periodo histórico de 300 años, un siglo más que el que llevan las repúblicas hispanoamericanas siendo independientes. Se trata de una época fascinante y compleja por la que pasan “aventureros” muy variados, no solo exploradores y militares, sino también virreyes, misioneros, esclavos, campesinos, caciques, monjas, escritores, pícaros, científicos, pintores, etc. Me han interesado los destinos de hombres y mujeres, españoles, negros, indígenas, mestizos, etc. Solo desde esa variedad es posible empezar a comprender una época tan rica.

¿Por qué además de dibujar las pinceladas lumínicas de los héroes no podemos olvidarnos de los tonos tenebrosos de los villanos?

Ningún proceso histórico que se extienda en la historia tanto tiempo puede ser blanco o negro de forma absoluta. Ciertamente el vasto corpus jurídico que se tejió en torno a las Indias estaba encaminado a establecer una sociedad justa, pero ¿quién ha dicho que las regulaciones se cumplen por el hecho de legislarse? El imperio español, como cualquier otra sociedad humana, no era una excepción.

El proyecto de instaurar la cristiandad en América impulsó la conquista y evangelización y ciertamente se logró. ¿Hasta qué punto fue beneficioso el cristianismo para los nativos?

Es una pregunta sustancial. Algunos aspectos de ciertas culturas precolombinas, como el canibalismo o la poligamia, se proscribieron en un plazo más rápido. Pero la evangelización real fue un proceso mucho más largo del que suponemos. Una conquista militar puede erigir espléndidos edificios a partir de las ruinas de los antiguos. Puede transformar con un poco más de tiempo mapas, leyes, instituciones. Pero darle la vuelta al modo de pensar y de sentir la relación de una sociedad humana con el misterio de las cosas, la muerte y el más allá, es tarea de mucho más tiempo. Por eso los misioneros vieron la enorme dificultad de trasladar las exigencias del nuevo credo. No pocos religiosos denunciaron que sus fieles continuaban apegados a las tradiciones anteriores.

¿Cómo explicar que la Virgen y los santos no eran dioses, sino seres humanos a los que uno se dirige como intercesores ante el dios cristiano? ¿Qué diferencia hay entre venerar y adorar, entre pedir protección a un poderoso difunto y rezarle al Dios del que dependen todos, incluidos los santos y la Virgen? ¿Por qué la madre de Dios no era una diosa, sino una mujer de carne y hueso? Algunos misioneros se desgañitaban tratando de hacer entender estas distinciones y otros directamente pasaban del asunto. Lo que parece claro es que las poblaciones fueron sumándose poco a poco a las celebraciones cristianas y, lo que fue más importante, algunas devociones arraigaron profundamente y plantaron la idea de una divinidad próxima, humanizada y misericordiosa.

Además del desarrollo espiritual, ¿Cuáles fueron los principales avances en el plano material? ¿Cómo afectaron a la población indígena estos adelantos?

Por supuesto la llegada de los europeos trajo avances muy variados desde la rueda a la escritura alfabética pasando por la industria metalúrgica o el empleo del caballo. Una red de infraestructuras relacionó a lo largo de tres siglos espacios incomunicados en el continente: puentes, caminos, rutas fluviales o marítimas. En zonas donde las culturas amerindias eran nómadas, o seminómadas, y tenían una economía de subsistencia, las misiones introdujeron adelantos que hacían la vida cotidiana más sencilla. Es un caso notable el de las reducciones jesuíticas del Paraguay, que establecieron alianzas con los pueblos guaraníes y les enseñaron técnicas de cultivo para alimentos de su propia dieta que hasta entonces solo se recolectaban. Pero no solo se transformó América.

El contacto entre los dos mundos, además, implicó muchos cambios en nuestra perspectiva del mundo. Por ceñirnos al plano material, que es el de la pregunta, ciertas especies medicinales conocidas en América por los indígenas, como la quina, se aplicaron con éxito en Europa. De ahí viene nada menos que la quinina. Y lo mismo se puede decir de las comidas y las bebidas. La alimentación en América se enriqueció con un gran número de ganado y especies trasplantadas allí: un inmenso número de plantas, legumbres y verduras. Y, a su vez, ¿qué sería de nuestro día a día español sin la patata, el maíz, el tomate… o el chocolate? Una revolución alimentaria modificó la dieta, y, por ende, la salud, de los habitantes de Europa y América.

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Sin embargo es lógico, que dada la condición humana, muchos en vez de buscar solo ese noble ideal tuviesen intereses más terrenos. La avaricia y la lujuria siempre han tentado al ser humano…¿Fueron muchos los atropellos a este respecto?

Todos los atropellos que podamos imaginar en millones de personas que pueblan un continente a lo largo de tres siglos. Basta acudir a las crónicas o a la ingente información almacenada en el Archivo de Indias de Sevilla. Cuando fijas tu atención en las biografías individuales, te das cuenta de cómo las miserias y debilidades operan dentro de cada sujeto y afectan al resto de la sociedad. Por supuesto esto se denunció muchas veces. No es que los españoles de entonces se dejaran seducir por la leyenda negra y pensaran que su imperio era un error: es que bastaba con tener algún espíritu crítico, como el que ahora gastamos con los políticos. Un ejemplo entre cientos: el mercader de libros Diego Mexía, sevillano radicado en la Audiencia de Charcas, escribió a un amigo una epístola en verso, en la que le manifestaba su preocupación porque “está sordo el pueblo español y pecando”, de modo que “no advierte que el que puso a los indianos/ reinos en su poder [Dios] con su potencia/ se los puede quitar de las manos”. Según el poeta, grandes avisos habían revelado que Dios no estaba contento con lo que hacían los españoles: diluvios, tsunamis, erupciones volcánicas.

Una de las grandes reclamaciones se organizó en torno a las encomiendas, un sistema con buena intención, pero muy poco justo en su puesta en marcha. Las quejas de indígenas, religiosos y hombres de buena voluntad en general, fueron muchísimas. Por otro lado, la administración era intrínsecamente corrupta. Cada vez que llegaba desde España un nuevo virrey, tenía una red clientelar a la que colocar y otra, la del virrey saliente, a la que buscarle empleo. Una de las grandes figuras de mi libro, Juan de Palafox, virrey de Nueva España y arzobispo de Puebla, combatió infatigablemente, pero en vano, la corrupción de los cargos administrativos ocupados por españoles.

¿A qué atribuye que el mestizaje, el cruce de razas entre españoles y los nativos americanos, apenas haya tenido parangón en la historia?

Antes de responder a la pregunta, tengo que decir que el cruce de razas no se dio solo entre naturales y españoles, sino también con los africanos. El número de esclavos, o descendientes libres de esclavos, llegó a ser muy notable, incluso en ciudades como Lima donde llegaron a componer un número altísimo de su población, como se ve en los censos del siglo XVII. Por tanto, los cruces se dan entre gentes de Europa, África y América, y de ahí surgen diversas categorías de mestizos: mulatos, zambos, castizos, etc.

Hecha esta precisión, el mestizaje es consecuencia de la misma condición del imperio, que se planteaba como la fundación de un orden nuevo en una tierra nueva. Este impulso tiene mucho de utópico en el sentido que le da Santo Tomás Moro cuando inventa el término: “Utopía” sería un espacio aislado y una sociedad perfectas regidas por normas derivadas de la ley natural. En ese espacio convivirían los hombres en armonía. Por eso el imperio español funda ciudades en su comienzo en las que se mezclan inevitablemente las etnias. Además, el proyecto evangelizador plantea la inclusión de las poblaciones indígenas en el sistema. Esto no quiere decir que el mestizaje fuera un resultado querido por las autoridades.

De hecho, en pleno siglo XVI era bastante común que los españoles no quisieran reconocer a los hijos habidos en uniones con mujeres indígenas. Ahí está, entre muchísimos ejemplos, el caso famoso de uno de los mayores escritores del Siglo de Oro, el Inca Garcilaso de la Vega. Con todo, la realidad fue imponiéndose poco a poco y para el siglo XVIII la mayoría de la población podía ya ser mestiza, como se advierte en las “pinturas de castas” de Miguel Cabrera otro de los personajes del libro. Y así, el mestizaje es un aspecto que distingue al imperio español de otros imperios europeos de su época, en especial del británico, que se despreocupó absolutamente de los pueblos americanos que encontró a su paso, cuando no los fue empujando hacia el oeste de América del Norte. “Los españoles fundaron ciudades y los ingleses clubes”, recuerda con frase brillante Felipe Fernández-Armesto.

¿Por qué la conquista de América no se puede explicar sin entender que muchos pueblos indígenas aprovecharon la ayuda de los españoles para liberarse de sus opresores?

España carecía de un potencial demográfico, económico y militar suficiente como para emprender una conquista de esa magnitud. Era necesaria la alianza con otros pueblos dentro de América, lo cual resulta bastante lógico. Imaginemos por un momento el caso opuesto. Si los naturales de América hubieran entrado en Europa del siglo XVI con intención de conquistarla, hubieran encontrado un continente dividido por las disputas entre franceses, españoles, ingleses… Así que los españoles se dieron cuenta que podían aprovechar las divisiones que encontraron, ya que el mundo americano no era un bloque uniforme. El hecho fue que se establecieron alianzas con las élites enemigas de los pueblos hegemónicos (me refiero, sobre todo, a los casos azteca e inca). Después de la conquista los pueblos que colaboraron con los españoles reclamaron su parte del botín. Este proceso no se hizo sin dificultades, como cuento en las vidas del virrey Francisco de Toledo o el cronista indígena Felipe Huamán Poma de Ayala.

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Si tuviese que destacar una heroicidad y una villanía. ¿Cuáles elegiría?

Tenemos una idea vistosa de la heroicidad, con muchas batallas por medio y largas caminatas por selvas y desiertos. Es la que pueden representar las mujeres conquistadoras con las que arranca el libro (María de Estrada e Inés Suarez), o las de arrojados militares como Blas de Lezo. También hay otro tipo de heroicidades relacionadas con la evangelización. Es el caso fascinante, por ejemplo, del jesuita Antonio Ruiz de Montoya, que organiza un éxodo de miles de personas por la selva para salvarlas de los traficantes de esclavos portugueses. Sin embargo, yo prefiero quedarme con otra heroicidad más compleja y profunda, que es la del individuo que lucha contra sí mismo y contra las injusticias del mundo. Después de escribir el libro, creo que sigue pareciéndome Juan de Palafox uno de los grandes olvidados de nuestra historia. Lo fue todo: virrey, arzobispo, visitador general, juez, gobernador… Su honradez le ganó miles de admiradores y unos cuantos enemigos. Hoy en día se le recuerda por haber creado la primera biblioteca pública de América con la donación de miles de libros de su propiedad, pero es un personaje enorme con muchos otros elementos que vale la pena descubrir.

Y mi villano por excelencia, sin duda, no es un español (y eso que los hay muy canallas), sino Thomas Gage, un religioso inglés que pasa varios años en Nueva España y, cuando regresa a Gran Bretaña, cuelga los hábitos y apostata: primero se hace anglicano y después puritano. Como delator manda a la horca a varios jesuitas, algunos de ellos mártires de la Iglesia. Siempre con la idea de hacer méritos delante de Oliver Cromwell, escribe una crónica tan amena como disparatada sobre sus andanzas en Nueva España. Gage escribe muy bien, es muy pintoresco todo lo que cuenta, pero es un hijo de su tiempo y de la leyenda negra. En su libro trata de justificarse por su pasado católico y da información sobre las posibles debilidades del imperio español en México y el Caribe, ya que su propósito es animar a los ingleses a invadirlo.

¿Cómo enriquece su libro la vastísima literatura que hay al respecto y por qué recomendaría leerlo?

He querido situarme lejos de comparaciones y polémicas generalizantes para tratar las vidas reales de individuos que vivieron un periodo excepcional. A muchos les pasan cosas tan sorprendentes que quizá podemos sentir que sus existencias son diferentes de las nuestras. Y lo fueron ciertamente, pero he intentado que el lector de hoy se ponga en su lugar y los comprenda. Ese, creo, debería ser el camino del historiador o del biógrafo: intentar conocer el mundo y a las personas mediante la comprensión de sus motivos o sus contradicciones. Y es lo que he tratado de hacer con un tono fresco y entretenido, con su punto de humor, que tanta falta hace. Los lectores dirán si lo he conseguido.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Pero los virreyes, funcionarios y administradores eran los políticos de la época (anticristos sedientos de poder que solo corresponde a Dios), muy pocos para tanta población que escapaba totalmente a su control en un continente inmenso. El «derecho» (engaño anticristiano), poco poder tuvo sobre la población. El poder real lo ejercían las almas consagradas misioneras transmitiendo el Evangelio y los sacramentos entre los indígenas: frailes y monjes, cuya autoridad cimentada en sus votos, ejemplo incomparable, bondad y caridad sobre los pueblos indígenas era total, así como el amor con el que eran reverenciados. Además, recibieron la ayuda imprescindible del Cielo en Guadalupe (Méjico), confirmando la benignidad de la presencia de la católica España allí. La Iglesia Católica (casi sinónimo de española a la luz de los hechos históricos) ganó incontables almas para la salvación eterna en América, partiendo de un auténtico infierno indígena de sacrificios, holocaustos, genocidios, canibalismo, limpiezas étnicas, idolatría, supersticiones, brutalidad, barbaries y todo tipo de males. Era la América Española la pura Cristiandad, donde la inmensa minoría de los funcionarios del rey eran los corruptos y degenerados de la época, muy centrados en el negocio de las minas de oro y plata (que trajeron a España y a toda Europa la hiperinflación de precios del siglo XVI, no sin impulsar la economía a niveles nunca antes vistos en el viejo continente. Dios hace el bien del mal del hombre), pero de millones y millones de nuevos cristianos católicos, mayoritariamente indígenas, que prosperaban de modo inimaginable en períodos anteriores a su inclusión en España. Los funcionarios y administradores, los virreyes, gracias a Dios entonces pocos y con poco poder dada la extensión de aquellas tierras ganadas para Dios y su Santa Iglesia Católica, no pudieron influir en la principal obra magna de España en América, su Evangelización y cristianización, tanto espiritual, como material, desgraciadamente arruinada a partir del siglo XIX, cuando España abandona forzada por las circunstancias aquellas tierras españolas dejándolas en manos de esos caciques criollos políticos anticristos, masones, conservadores, liberales y pro ingleses racistas exterminadores de indígenas. A partir de estos políticos anticristos es cuando empieza la espiral de sangre, corrupción, degeneración, perversión y decadencia que hunde a la América Española hasta nuestros días.

En la América Española bajo la unión con España como provincias, que no imperio como tanto se afirma, hubo un nivel de libertad religiosa (católica, claro está, pues otra no es «libertad», pues la idolatría, la herejía y la blasfemia no son libertad, sino ultraje a Dios mismo) y material hoy día impensable en cualquier nación del mundo, angloparlantes incluidas. Bien puede decirse que la América Española, desde comienzos del siglo XVI, hasta tres siglos después, fue la región más próspera y rica de toda la tierra, mientras estuvo unida a España bajo influencia católica plena. Por cada político de entonces, había decenas de miles de hombres y mujeres indígenas, mestizos o españoles allí afincados en busca de legítima fortuna que apenas tenían contacto con la administración, pudiendo llevar a cabo en la América Española, lo que dos siglos después llevaron a cabo otros europeos predominantemente anglosajones en USA de un modo incomparablemente más brutal y sangriento con los indígenas.

En la América Española hubo un orden espiritual y una prosperidad generalizada que apenas ha conocido el mundo en otros lugares y épocas históricas, aunque hoy desgraciadamente, los propios antiespañoles de allí, tratan de ocultarle por todos los medios a sus manipuladas poblaciones, haciéndoles creer que la América indígena pre española, era un «paraíso» y que los españoles «exterminaron 40 millones de indígenas en su conquista», lo propio de la propaganda diabólica que atribuye el mal a los justos y fieles a Cristo. En la América Española hubo tierras y riqueza para todos en abundancia para todos, se instruyó en la fe para salvación de incontables almas, se abolió la esclavitud, los sacrificios humanos, la servidumbre, la poligamia, la mujer como moneda de cambio y reducida a la condición de ganado doméstico, la promiscuidad (destructora de la raza por consanguinidad entre generaciones, letal para la humanidad), el canibalismo, el aborto, la idolatría, se crearon escuelas, institutos y universidades, palacios, hospitales, centros de salud, astilleros, puertos, fábricas, industrias, obras públicas que aún hoy perduran, se logró una prosperidad económica realmente envidiable donde apenas hubo perjudicados por la enorme extensión y riqueza de recursos que los indígenas ni sabían utilizar, que incluyó a los propios indígenas, que prosperaron de modo inconcebible en cualquier imperio, aunque ni hoy lo sepan y lo agradezcan. De hecho, España no tuvo imperio en América, sino provincias. Así lo reconocen incontables documentos de la monarquía española desde los Reyes Católicos hasta e infame Fernando VII. Nunca se consideró América algo distinto a las islas Canarias, Baleares o Ceuta y Melilla. En vísperas de la mal llamada «independencia» de la América Española, (promovida por políticos masones anticristos de la época como el genocida criollo y cacique antiespañol Simón Bolívar, el general traidor San Martín y otros), en realidad, abandono de España de las tierras americanas (por imposibilidad de mantener el flujo humano hacia allí por la devastación napoleónica aquí), dejándolas huérfanas de Cristiandad por la indefensión de los ciudadanos indígenas, mestizos y españoles de allí ante el avance antiespañol financiado y apoyado militarmente por UK, USA (de quienes se hizo esclava la América Española), el judaísmo y la masonería, en las dos primeras décadas del siglo XIX, España dejó la América Española bastante por delante en cuanto a orden, paz interior, fe católica generalizada, prosperidad de toda la población, riqueza y cultura generalizadas de lo que entonces tenían incluso Europa entera y los Estados Unidos de América, de mayoría protestante y judía sangrienta y racista contra los indígenas norteamericanos, exterminados por ellos. Y por entonces era impensable el nivel de control que sobre la población ejercen hoy los políticos, por eso pudo prosperar tanto (la libertad es un don de Dios y solo con Dios y en Dios puede ser ejercido y dar fruto de prosperidad incluso material. Si no se conoce la Verdad, es decir, a Dios, no se conoce la libertad). Al fin y al cabo, la política, en todo tiempo y lugar, consiste en impedir la vida y la prosperidad de otros, así como su libertad. La política esclaviza. Por eso la política es el problema, por eso la política es satánica y debe ser sustituida por los mandamientos de Dios enseñados en los Evangelios y el NT, como en la América Española durante tres espectaculares siglos de unión con España.

Más allá de la América Española, Guinea Ecuatorial, nación que fue provincia española, la actual nación más rica en PIB per cápita PPA de toda África, y eso que Obiam Engema la sumió en una sangrienta guerra civil tras la cesión de soberanía por parte de España hace unos sesenta años, da testimonio de la prosperidad material y espiritual que conlleva la presencia y gobernanza católica estricta de una nación (gobierno misionero de almas consagradas), frente a la diabólica influencia de los políticos, sean del signo que sean, verdaderos ídolos demoníacos de masas que llevan a las naciones al infierno engañando a millones de votantes que son responsables de sus obras de maldad.

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