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Los pueblos no emiten sentencias: condenan o perdonan

                 Al hilo de todo lo que se está escribiendo sobre Don Juan Carlos y de sus imputaciones y posibles procesos judiciales se me ocurrió comprobar cómo fue el proceso y el juicio que llevó a Luis XVI, el Rey de Francia a la guillotina y me encontré con el discurso de Robespierre que fue la puntilla y la muerte para el pobre diablo. Si lo leen se darán cuenta de dos detalles curiosos: lo que dice de que los pueblos no pueden juzgar como un Tribunal de jueces y que someter a juicio al Rey era exponerse a que saliera libre y si el «reo» era inocente había que condenar a la Republica.

                                Ya sé que no tienen nada que ver un caso y otro caso, ni aquella Francia con esta España, pero reproduzco el Discurso del incorruptible Robespierre por su curiosidad… Como curioso fue que con sus mismas palabras muy poco después el pueblo francés lo llevara a él a la guillotina.

                              Pero, pasen y lean:

 

No hay aquí juicio por hacer. Luis XVI no es ningún acusado. Ustedes no son ningunos jueces. Ustedes no pueden ser más que hombres de Estado y los representantes de la nación. No tienen que dar ninguna sentencia en favor o en contra de ningún hombre, sino que una medida de salvación pública por tomar, un acto de providencia nacional por ejercer. 

Luis fue rey y la República ha sido fundada. Luis ha sido destronado por sus crímenes. Luis denunciaba al pueblo francés como rebelde: él ha llamado, para castigarlo, las armas de tiranos colegas suyos, la victoria y el pueblo han decidido que él solo era rebelde. Luis no puede entonces ser juzgado: ya ha sido condenado o la República no ha sido absuelta. Proponer someter a juicio a Luis XVI, de cualquier forma que ello pudiese acontecer, es retrogradarse hacia el despotismo real y constitucional; es una idea contra-revolucionaria, puesto que sería someter a la Revolución misma a litigio. 

En efecto, si Luis puede todavía ser objeto de un juicio, puede todavía ser inocente: ¡Qué digo! Es presumido serlo hasta que sea juzgado: pero si Luis es absuelto, si Luis puede ser presumido inocente, ¿qué se convierte la Revolución?

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Los pueblos no juzgan como las cortes judiciales; no emiten sentencias, fulminan; no condenan a los reyes, los reducen a la nada: y esta justicia bien vale la de los tribunales. ¿Si es para su bienestar que se arman contra los opresores, cómo se les obligaría a adoptar un modo de castigarles que pudiera convertirse para ellos mismos en un nuevo peligro?

Cuando un rey ha sido aniquilado por el pueblo, ¿quién tiene el derecho de resucitarlo para convertirlo en un nuevo pretexto de agitación y rebelión, y qué otros efectos puede producir este sistema? Abriendo una arena a los campeones de Luis XVI, estarán renovando las querellas del despotismo contra la libertad, están consagrando el derecho de blasfemar contra la República y contra el pueblo; ya que el derecho de defender al antiguo déspota conlleva el derecho de argumentar todo lo relacionado con su causa…

Para mí, aborrezco la pena de muerte prodigada por sus leyes; y no tengo por Luis ni amor, ni odio; yo no odio más que sus crímenes. Pronuncio arrepentimiento ante esta fatal verdad, pero Luis debe morir porque es necesario que la patria viva. Yo pido que la Convención Nacional lo declare desde este momento traidor a la nación francesa, criminal ante la humanidad.                                                                                                                                           3 de diciembre 1792

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.