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El 25 de julio de 1938 comenzó la batalla del Ebro, una de las más sangrientas de toda la Cruzada de Liberación Nacional, en la que más combatientes participaron y en la de más larga duración, que tuvo lugar en el cauce del valle bajo del Ebro, en Tierra Alta entre la zona occidental de la provincia de Tarragona y en la zona oriental de la provincia de Zaragoza.

En su inicio el ejército rojo tuvo una importante victoria inicial, como se reflejaba en el canto de sus soldados, invitando a reescribir en el Frente de Gandesa, hasta que tras cuatro meses de lucha dejaron de cantarla.

Comenzó con el Ejército Nacional perseverando en sus ataques frontales propios de la primera guerra mundial, y los republicanos manteniendo su defensiva a ultranza. La sierra de Caballs que domina la llanura de Gandesa, se reveló como la clave de las operaciones. El Quinto Cuerpo mandado por Lister la defendió, mientras la trituraban, día tras día, los devastadores ataques artilleros y aéreos nacionales.

Los Cuerpos de Ejércitos de Yagüe y García Valiño estaban dispuestos a tomar la sierra a cualquier precio. Trascurrido tres meses, la batalla había supuesto un desgaste considerable para ambos bandos.

El 28 de octubre estaba preparada la séptima ofensiva nacional con la mayor densidad de fuego conocida desde la Gran Guerra. Solo a un kilómetro, se habían situado frente al objetivo más de 300 obuses y cañones y todos los morteros y ametralladoras de la División preparada para asaltar.

El día 30 de octubre empezó la contraofensiva final de los Nacionales en el Ebro: El punto de ataque estaba en el paso de un kilómetro y medio de anchura al norte de la Sierra de Cavalls. Durante tres horas, después del amanecer, las posiciones rojas fueron sometidas al bombardeo de 175 baterías Nacionales y más de 100 aviones. La respuesta vino de un centenar de cazas rojos que apareció sobre el aire para contestar aquella concentración, produciéndose la mayor batalla aérea de todas las habidas en el Ebro.​ Los defensores, como era costumbre,  se resguardaron en  los refugios hasta que se terminase  el bombardeo, con la intención de volver a sus trincheras antes de que el enemigo inicie el asalto, era la táctica que les había permitido vivir hasta entonces, pero esta vez no les dio resultado esperado, ya que, durante el último cuarto de hora del bombardeo, el Cuerpo del Maestrazgo, a las órdenes de García Valiño se lanzaron al ataque y con los regulares y los legionarios de Juan Yagüe junto a los navarros de la Primera División de Navarra al mando de Mohammed ben Mizzian, que se habían plegado a las explosiones se lanzaron, en el último minuto, al asalto y conquistaron las posiciones republicanas abandonadas durante el bombardeo. La batalla en las cumbres de Cavalls se prolongó durante todo el día, pero, por la noche, en 15 minutos toda la Infantería de su División les siguió hasta lo alto y la Primera División de Navarra conquistó el pico más famoso de la cabeza de pueste denominado Punta Redonda, poniendo punto final a 100 días de asedio sobre Gandesa.

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Aquellas montañas habían caído en manos de los nacionales y con ellas 19 posiciones fortificadas y toda la red de defensas republicanas. Y así dieron parte de haber tomado a los rojos 1.000 prisioneros, 500 muertos y 14 aviones derribados. La caída de Cavalls supuso un duro golpe para la República, ya que aquellas posiciones dominaban toda la región.

Y aquello no fue más que el principio. La noche del 1 al 2 de noviembre de 1938 las fuerzas de la 84.ª División Nacional, mandada por el coronel Galera, lograron finalmente conquistar la Sierra de Pándols, la única cota de terreno que permanecía en manos de la República.

El 2 de noviembre el ejército nacional tiene el dominio total de las sierras de Pándols y Caballs.

El día 3, avanzando a través de Pinell, las fuerzas de Yagüe llegaron al río Ebro y con ello cumplían uno de sus objetivos pendientes desde que comenzase la batalla. Todo el flanco sur republicano se vino abajo y las fuerzas de Líster hubieron de cruzar el río, al tiempo que el día 7 caía Mora la Nueva. Los Nacionales lanzaron un ataque masivo contra un altozano conocido como Picosa, donde los republicanos se habían atrincherado con gran habilidad. Sin embargo, tras la caída de Picosa, la acometida de los blindados nacionales, el eje defensivo rojo se vino abajo.

El 7 de noviembre la Primera División de Navarra llega a Mora de Ebro y el comunista Juan «Modesto» ordenó que sus fuerzas rebasasen el río.

El 10 de noviembre solo quedaban seis baterías republicanas al oeste del Ebro y sus últimas posiciones fueron abandonadas tras una huida desenfrenada y deliberada. El pueblo de Fatarella, situado en lo alto de una loma, cayó ante las fuerzas de Yagüe.​ Las últimas operaciones militares se realizaron al tiempo que caían las primeras nevadas, en un campo de batalla que sofocante de calor en el mes de agosto había sido intolerable.

El 11 de noviembre las topas nacionales consiguieron finalmente el control del nudo de comunicaciones la Venta de Camposinés, la batalla está prácticamente decidida.

El 14 de noviembre la Cuarta División de Navarra tomó el pueblo de Fatarella sin apenas resistencia en los últimos actos de la batalla del Ebro se traduzco en la persecución de los rojos en desbandada.

A la caída de la tarde del día 15 de noviembre, bajo las órdenes del anarquista Manuel Tagüeña, todo está preparado en Flix para el cruce del río, en sentido inverso, de las tropas republicanas, más de 20.000 hombres, que se fueron replegando ya a las cuatro y media de la madrugada, ante el avance hacia ellos y a gran velocidad del ejército nacional.

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Ya día 16, los últimos combatientes republicanos del Ebro habían cruzado a la margen izquierda del rio.​ Y después de haber evacuado el material de guerra y a los últimos soldados, Tagüeña ordenó volar el puente de hierro de Flix. Y tras ocupar Yagüe Flix, entró en Ribarroja volviendo a reconstituir la línea defensiva que los republicanos habían roto el 25 de julio.

La batalla del Ebro, la más larga y sangrienta de la Guerra Civil española había concluido. Así pues, la esperanza de Negrín y algunos políticos frentepopulistas de lograr la internacionalización del conflicto se vino abajo.

Las pérdidas humanas y materiales por ambas partes fueron tremendas. De los 20.000 hombres que habían iniciado la ofensiva en la madrigada del 25 de julio, solo regresaron 3.000.

Con la voladura de los puentes que atraviesan el rio Ebro se quedó sin ningún medio de paso en los 100 kilómetros de recorrido final desde Mequinenza hasta el delta del Ebro. En Tortosa las tropas de Franco no tendrán ninguna posibilidad de atravesar el rio para perseguir al enemigo.

La guerra es temible, pero la derrota lo es doblemente, pues un vencido no es nadie ni tiene derecho a nada, está a merced del vencedor.

Innumerable material de guerra queda abandonado en el campo de batalla.

Entre las tropas del ejército Frentepopulista se contabilizaron más de 15.000 prisioneros. Los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre el número de bajas sufridas por ambos bandos durante la Batalla del Ebro, pero las estimaciones más realistas calculan las 75.000 en el bando rojo frente a las 65.000 en el bando nacional. Al terminar la batalla, la moral del ejército nacional se elevó doblemente, primero por el deber de eficacia alcanzada por sus fuerzas a la que los rojos no llegaron ni siquiera acariciar, no permitiendo al ejército de Negrín simular las pérdidas y la derrota, y la segunda ni realmente cierto es que al final de la batalla del Ebro el ejército rojo sin la euforia de sus cantos, ha quedado totalmente destruido como fuerza de combate operativa.

Realmente la batalla del Ebro significó la derrota decisiva de los rojos, y preparo el camino para la caída de Cataluña.

Autor

REDACCIÓN