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Esta democracia de chichinabo en la que los ciudadanos no decidimos absolutamente nada (gracias al bipartidismo progreliberal que se ha quedado con la soberanía) se pirra por los sondeos, como si de ellos dependiese el futuro de la nación. Las casas demoscópicas viven de este furor por las encuestas, y muchos medios pagan cantidades indecentes por poder presentar en sus portadas los supuestos «estudios de opinión».
Por si fuese poco con los sondeos de las elecciones, que se publican meses e incluso años antes de que en efecto se convoquen los comicios, ahora también proliferan los sondeos sobre los debates parlamentarios, como el que recientemente tuvo lugar en el Senado, con la presencia de Pedro Sánchez, Núñez Feijoo y los distintos portavoces de la Cámara Alta. En este caso, la bola de la bruja Lola dijo que el inquilino de La Moncloa fue el claro ganador de la sesión, aventajando por unos cuantos puntos al líder popular.
En estas cosillas se entretiene la chusma mediática, mientras la mayoría de las familias mira frente a frente a la miseria que se nos viene, o que ya tenemos encima. Como si el ganador de una pantomima parlamentaria, completamente inútil, improductiva e intragable, tuviese la más mínima importancia objetiva. Un debate que, para empezar, apenas vio un 20% de los ciudadanos, y de ellos apenas 1 de cada 4 lo hizo en su totalidad; auténticos héroes, sin duda, ya que el tostón duró más de cinco horas.
Escuchar durante dos horas y media a Pedro/Antonio/Narciso Sánchez contar mentiras, tralará, no es solamente una pérdida de tiempo y un ejercicio intenso de masoquismo. Es también un acto de soberana soplapollez. Porque las cámaras legislativas, en principio, no están para el desahogo personal ni para la propaganda partidista, sino precisamente para legislar, mejorar la vida de las personas y, en definitiva, defender los intereses nacionales. Pero por desgracia, a España ya no la defiende casi nadie, y desde luego ninguno de los dos líderes que peleaban por el «share» del «show» en el Senado.
Los sondeos, que nada mueven y de nada sirven, han sustituido a la democracia real, en la que los ciudadanos deciden el curso de sus propias vidas. Pero al bipartidismo progreliberal le conviene que los españoles acepten ese trágala, como han aceptado otros, porque la negación de la democracia real es la perpetuación de sus privilegios, aquilatados durante cuatro décadas de corrupción sistémica. Al final, estos sondeos son una especie de «ilusión democrática» con la que los MCS venden expectativas y los partidos siguen viviendo del momio institucional. Casi todos ganan…, menos nosotros.
La demoscopia fake es la otra cara de la moneda de un sistema que hace aguas por todas partes. Cuando las clases medias lograban mantener una cierta calidad de vida, esas gracietas inútiles podían tener un pase. Hoy, son un insulto a la dignidad nacional. No necesitamos que nadie nos diga quien ha ganado un debate que a nadie importa. Necesitamos una clase dirigente que, de una vez por todas, le devuelva a los españoles lo que les pertenece.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.