21/11/2024 17:06
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La cita que da título a esta columna no está completa. Reza así: 

«Sin personas como Arnaldo Otegui (jefe de ETA) no habría paz. Hay que reconocerlo y agradecérselo»

Su autor, el comunista Pablo Iglesias, reconocido hijo de un miembro del FRAP y nieto de un miliciano de Margarita Nelken, condenado a muerte y amnistiado gracias a varios Falangistas, la pronunciaba un aciago viernes de abril de 2016, en el pabellón deportivo de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) en Pamplona, ante una manada de despojos humanos filo etarras.

Como ya supondrán, el contrasentido del titular esta columna así, solo busca despertar conciencias, esas que, aletargadas en la confortable y próspera paz que nos dio Franco, prefieren callar y cobardear en tablas ante quienes, por rabia, odio, revanchismo e inquina, pretenden blanquear los crímenes de la banda comunista ETA – sus hermanos ideológicos – romper y saquear España (están a pocos años de lograrlo) y re escribir la delictiva historia de los crímenes de sus padres y abuelos, ,golpes de estado, saqueos y asesinatos, vendiendo a la nueva juventud un falseado pasado impuesto por ley, travestido bajo el término que más ha manoseado la izquierda, «democrática»; ley que además de totalitaria, está redactada por verdaderos comisarios políticos profesionales del odio, que detestan el amor por ser una creación heteropatriarcal (Carmen Calvo), jamás historiadores, buscando ocultar un pasado infame, y saciar el odio que les genera el lacerante recuerdo de haber sido derrotados tras intentar imponer la dictadura del proletariado que impuso Lenin en Rusia en 1917 (apenas 15 años entonces, Chavez en Venezuela o la dinastía de los Castro en Cuba). 

Hablamos del mismo odio que fusiló el cerro de los ángeles y hoy planea volar la cruz del Valle de los caídos, lugar de perdón, paz y descanso edificado para todos los combatientes. 

Es un odio marxista insaciable que anhela mancillar la concordia del 78 y el buen nombre de aquella media España que padeció la terrible desgracia en 1936 de no resignarse a morir, como dijo Gil Robles.

La ampliación de la ley de mentira histórica se denominará «Democrática» (no tienen vergüenza) replicando el manoseo del término por las tiránicas repúblicas bajo la bota de Stalin tras el telón de acero, todas auto tituladas democráticas, una lección que iglesias aprendió bien y explicó en 2013 a la Unión de Juventudes Comunistas de España:

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«La palabra democracia mola, por lo tanto, hay que disputársela al enemigo. La palabra dictadura no mola, aunque sea dictadura del proletariado. No mola, no hay manera de vender eso. Aunque podamos teorizar que la dictadura del proletariado es la máxima expresión de la democracia»

Esa memoria «democrática» no busca ni de lejos la concordia, tampoco resarcir viejas heridas cicatrizadas, compensar entuertos o sellar rencillas aún sin restañar. No. 

Solo pretende saciar el odio de unos contra otros, los herederos de los perdedores de su anhelada guerra, y tensionar aún más (Zapatero a Gabilondo en TVE) a los españoles, crispando a los nietos de una España en concordia, avocandolos de nuevo al conflicto civil que anticipó aquel t»u odio mi sonrisa»  de Podemos, con el único interés de mantenerse en el poder a base de cainismo, revanchismo y propaganda, útiles herramientas para ocultar un pasado golpista, criminal y ladrón, desde el saqueo del oro del banco de España en el 36 a los fondos de los parados hasta 2016, 680 millones en sentencia firme  y un próximo juicio por otros 2.400 millones robados al obrero parado, todo muy democrático.

Saciar el odio marxista exige reventar Cuelgamuros y por supuesto derribar su cruz, desde una ley que habilita juzgar, procesar y culpar a aquellos nietos que osen defender el buen nombre de sus mayores, aquella otra media España que aceptó la República y acabó alzada en armas, tras ver cómo caía de dos tiros en la nuca – como repetirá después ETA – asesinando su líder político a manos de sicarios del PSOE, ese que anunciaba y proclamaba llevarnos a la guerra civil declarada en busca de la dictadura del proletariado, la que nos promete Pablo Iglesias, como máxima expresión de democracia.

«La mentira es un arma revolucionaria» proclamó Lenin. Hacia esa revolución, y desde la toxicidad de la propaganda marxista que difunden los comisarios políticos en sus subvencionadas televisiones afines vivimos instalados en la mentira como praxis revolucionaria, aunque algunos aún nos resistamos a tener fresca la memoria:

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-La II República llegó en un pucherazo electoral cuyos resultados jamás se publicaron. 

-Sus demócratas  protagonistas – el pacto de S. Sebastian – habían protagonizado meses antes un golpe de estado en Jaca.

-Sanjurjo, militar republicano al frente de la defensa de Madrid que permitió el golpe de estado del 13 de abril de 1931 se levantaría en armas poco después al ver la estafa de aquella República nada democrática, 

-El PSOE de nuevo la asalto en 1934 organizando, financiando y protagonizando lo que se llamó la  revolución de Asturias, un golpe de estado armado y sangriento que dejó miles de vidas.

-Ese mismo PSOE, muy poco después – febrero de 1936 – reventó las elecciones y tomó el poder, asaltando las cárceles para liberar a los asesinos del 34, saqueando iglesias y bienes privados, hacia la revolución proletaria que pedía Largo Caballero y Santiago Carillo, esa que proclama hoy Pablo Iglesias.

El PSOE asesina a Calvo Sotelo…

-Francisco Franco, reacción a complots y fiel a la República, entiende que la legalidad ya no existe, y se suma al pronunciamiento de 1936. (los generales alzados le llamaban «miss canarias» por no dejarse seducir).

Los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo, y esta ley solo busca mentir y hacer olvidar una inevitable realidad: «Sin personas como Francisco Franco no habría paz». 

Lo harán de nuevo, millones les votan y Franco ya no esta…

«La política es el camino que utilizan los hombres sin principios para dirigir a los hombres sin memoria» 

Voltaire.

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