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Que un personaje como Miguel Angel Revilla haya insultado al Presidente Zelenski y al pueblo ucraniano -la falta de respeto en estos momentos decisivos es, por sí sola, uno de los peores insultos posibles- es algo deleznable por vomitivo. Que este falso Paco Martínez Soria -que me perdone mil veces Don Francisco por la comparación- pueda ni tan siquiera referirse en esos términos al Presidente de Ucrania es un hecho que merece una de mis columnas aunque, a decir verdad, en mi vida se me había pasado por la cabeza escribir sobre el prototipo de Torrente de la política que es Miguel Angel Revilla.

Representa este sujeto el peor de los aspectos posibles de la política española. No sólo por los plúmbeos sermones que proclama desde el púlpito de las principales empresas de comunicación -esa mezcla insoportable de ideas de cuñao, de exabruptos de barra y de obviedades de paisano pasiego– sino por un simple análisis de su trayectoria pública desde mediados de los años setenta. Miguel Angel Revilla ha estado siempre en el poder o en sus alrededores, desde el mismísimo franquismo hasta el día de hoy. Son antológicas sus opiniones sobre la vigencia del pensamiento joseantoniano expresadas en 1.973. Diez años después, en 1.983, pudo entrar en el parlamento cántabro y -desde entonces- ya no ha salido de él. Habiendo ganado sólo una sola vez unas Elecciones Autonómicas, se ha perpetuado en la Presidencia encadenando legislaturas y pactando con el PP o con el PSOE.  Aliándose con quién tocaba en cada momento dependiendo del ritmo imperante en el resto del país. Politiqueo, cabildeo y una viejísima y celtibérica forma de entender la política, siempre al arrimo del sol que más calienta. Y aún así, pretende semanalmente engañarnos enarbolando el estandarte del hombre bueno y sensato ajeno a los berenjenales partidistas. Qué pesadilla por Dios.

Pero cuidado. El cuñadismo de Revilla -parece mentira que, con la cantidad de buenos consejos de gobierno que nos da día tras día desde su superioridad moral, no sea Cantabria el territorio más floreciente y próspero del continente europeo- no es más que otro de los aspectos del personaje que él mismo se ha creado. Un personaje que basa su presencia mediática en las opiniones simplistas de un paisano pasiego barrigón y cachazudo pero que, en realidad, esconde una verdadera aventura mercantil altamente lucrativa fundamentada en la venta de sus libros y en sus apariciones públicas. Puro merchandising. Revilla no es más que un negocio nacido al amparo del falso cuñadismo y de la política en minúsculas. Un personaje mediático experto en no hablar de Cantabria -tiene altos cargos condenados por irregularidades en los contratos del Servicio Cántabro de Salud- y de opinar de cualquier otra cosa. Incluso de la necesidad imperiosa que tiene Ucrania de rendirse y de dejar de fastidiarnos de una vez.

La Comunidad Autónoma de Cantabria es un invento del Régimen de 1.978. La separación de Santander y de su provincia del conjunto territorial castellano carece de cualquier fundamento histórico o jurídico anterior a la Constitución vigente. Para todos aquellos que creemos en la integridad de Castilla dentro de sus territorios históricos, el Régimen de 1.978 ha supuesto una desmembración dolorosa e injusta de nuestra tierra: un factor de evidente marginación respecto al conjunto de los pueblos de España.

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Cantabria no existía más que en las ideas de un conjunto de políticos locales agrupados en torno a la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria, siendo el fundador en 1.976 -qué sorpresa- Miguel Angel Revilla. Cuando la Constitución es aprobada -y se puede otear en el horizonte una nueva administración artificial y virgen repleta de posibilidades- nuestro amigo funda el Partido Regionalista de Cantabria (PRC), con el que sigue gobernando al día de hoy. Castilla fraccionada en cinco Administraciones diferentes, y Revilla férrea y perennemente aferrado a una de esas ubres. Toma antisistema y toma antipolítica. Una duda que asalta a todo ciudadano informado es saber si Revilla vió venir la jugada de una Cantabria como engendro administrativo generador de sueldos en 1.976 o no. Conociendo al paisano, es posible que viera venir esta pingüe posibilidad. Y eso le hizo cambiar la camisa azul por la defensa y promoción de un chiringuito en ese momento inexistente pero con muchas trazas de ser creado de la nada dentro del nuevo Régimen. Como así ocurrió finalmente para mayor gloria de esta casta.

Revilla ha tenido el atrevimiento de insultar al Presidente Zelenski. Un Presidente -este sí- que se enfrenta a la situación más difícil y dolorosa por la que puede atravesar un Estado moderno: su invasión por una potencia imperalista provista de muchos más recursos que los propios. Un Presidente -este sí- que ha sabido dar la talla en un momento así y que ha galvanizado a su pueblo en el heroísmo de la resistencia sin cuartel. Un Presidente -este sí- que apoya sin fisuras a su Ejército y busca incansablemente en el exterior los medios necesarios para seguir luchando. Un Presidente -este sí- alejado de las ocurrencias de cuñao y de los cabildeos provincianos. Un Presidente -este sí- sin anchoas pero con la férrea determinación de no entregar nunca la soberanía de la nación ucraniana. Un Presidente que, al contrario de lo que hizo Revilla con Castilla, lucha por la integridad territorial de su país. Y un Presidente que -también al contrario de lo que ha hecho Revilla- no le ha comprado el discurso a Putin.

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Los santanderinos ya saben lo que les espera en caso de invasión extranjera. Cuando los tanques rusos lleguen al Sardinero, el Presidente Revilla invitará a comer opíparamente a los mercenarios de Wagner y a los chechenos para discutir los términos de la entrega pacífica de la Tierruca. Y con suerte -y siempre que el eterno Presidente publique un nuevo libro sobre ello- avisará a La Sexta, a Bertín Osborne y a Jesús Calleja para explicar a los ciudadanos españoles el supremo arte de la rendición. A mí todo esto me da un asco profundo y una náusea que no se me quita. Y eso a pesar de que es verano.  

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REDACCIÓN