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Su carta de presentación es la lengua particular que usan, para llamar la atención y mostrarte que todo estaba mal -y el lenguaje también-, hasta que no llegaron ellos a poner el mundo a funcionar. No te preguntan; ni te escuchan. Se consideran superiores, y te están diciendo, a la mínima resistencia: conmigo o contra mí. Enfermos crónicos de estupidez y locura, de cuya escala no descienden, ni «desescalan», son acomplejados seres inferiores en la evolución natural darwinista. De ahí que salgan espantados por el otro extremo.  Reaccionan imprevisiblemente en la confusa inversión interna de sus extraños valores, a veces arraigados. Dicen lo contrario a lo que hacen, y sus contrariedades maquiavélicas derivan siempre hacia el mal. Y de lo malo caen en lo peor. De ahí que, en su credo de inspiración marxista, pronto Margarita Robles nos aplicará su «Comisión de la Verdad», para que sepamos qué es la verdad y que estamos engañados. Nuestra libertad no cuenta porque no existe; y nuestra verdad, tampoco, porque ha de doblegarse ante la astucia, doblez y perfidia del poder establecido y verdadero que es el socialista. Las directrices están marcadas en la obra crítica del comunismo, Orwell, 1984.

Las características personales de estos sujetos son concretas: poca humildad y mucha soberbia. Jamás pidieron perdón por nada. Jamás reconocieron humildemente sus pecados. Sin la sabiduría de la humildad y la prudencia, escapan siempre adelante (excepto en la guerra que se requiere valor y de eso no tienen); son pródigos en necedad, ignorancia, torpeza en sus realizaciones, y de ahí la imposición violenta de su «verdad», como solución más rápida. Amigos del vicio llegan pronto a la depravación. Enemigos de la virtud y del respeto al diferente, son el paradigma de los siete pecados capitales.

Hábiles propagandistas y charlatanes de feria, como populistas y demagogos no tienen precio, y porque sólo se desarrollan en el mal; fomentan su neolengua para la Policía del Pensamiento. La sociedad orwelliana, donde se manipula la información. Quieren la vigilancia masiva, y la represión política y social; las organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela de Orwell. Poderosos en la perversidad, trepan por la escala del mal hasta el poder y la criminalidad. De ahí que en esa cima consigan hacer lo que nadie normal pudo imaginar que hicieran. Su inspiración diabólica nace de los creadores del marxismo, de la maldad que habita en el género humano, o de desconocidos orígenes, sin que se haya podido encontrar explicación racional a tanta perversidad y odio repentino y desatado. Para creer su desenfreno, basta la evidencia empírica de sus comportamientos y resultados finales de sus acciones: su historia; en la guerra, y en la paz. Nada mejor para conocerlos. En la guerra, saben provocarla y la provocan, mediante la división social y el golpe de estado. Luego finalmente la pierden, como no podía ser menos. En la paz, no son nada sin vivir del ruido y la revolución perpetua que conduce a la guerra. Por eso, en su incorregible necedad, odian la concordia. Con ellos dura poco la paz, porque no la soportan ni se aguatan sin romperla. La paz, el orden y respeto, el equilibrio… todo. Incluyendo las cosas físicas. Empezaron por cambiar la historia, y conseguir la división y enfrentamiento latente entre españoles; eliminar las familias e instituciones, y todo lo que signifique orden y respeto. Hijos contra padres; esposas contra maridos; alumnos contra maestros. Aborto libre y eutanasia. Todo ello sin dejar de robar del erario público. Robar nuestro dinero para destruir nuestras cosas; cual hacen con la «memoria histórica» que hasta está mal dicho, como «Violencia de género», etc., Están desbaratando los nombres de los que ellos mataron cuando empezaron la guerra. Son las víctimas de los rojos, que figuran en algunos lugares sagrados, de los que nunca nada se habló, y que también destruyen. En la guerra española cometieron las mayores atrocidades que ningún ser humano es capaz de imaginar. Las aberraciones ejecutadas tras provocar la guerra civil no tienen parangón. También cuando la iban perdiendo y la tomaron con los presos. La crueldad de los hechos que ocultan muestra que no son humanos, si no, monstruos.

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Veamos la persecución religiosa. No hubo mayores crímenes desde Diocleciano. Y si no es Franco los exterminan. Aunque ahora algunos no quieran reconocerlo. En pocas décadas dejaron a España como está: sin democracia, ni paz, y en la ruina económica y moral. Ya sabemos cómo son de administradores… Bajo la enfermedad de la mayor pandemia de origen comunista, se aprovechan para el remate. Nadie lo entiende, ni el motivo de su odio cerval, o su resentimiento, ni la imprevisibilidad de sus locas e irresponsables acciones e inventos suicidas. En la guerra pasaba lo mismo, nadie era capaz de suponer hasta dónde llegarían con sus sorpresas. Allí también jugaban sucio, y al final, al no respetar nada, el daño era para todos, que tampoco les importaba. No sirven como enemigos en la guerra; ni como amigos en la paz. Terminan matándose entre ellos, presas de la desesperación, y ahogados en la sangre. Con su historia criminal, que ocultan, ya quedan bastante retratados. Quien hoy peinando canas no les conozca, ni se dé cuenta lo que son, debe hacérselo mirar, o es un tipo del que hay que guardar todas las reservas.

 

 

Autor

REDACCIÓN