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Resulta paradójico que el resultado más importante de las elecciones catalanas sea el de la cuarta fuerza, muy lejos, además, del de las tres primeras, pero así es. Puede parecer un ejercicio de voluntarismo. Estamos acostumbrados a que cada actor político interprete los resultados como le conviene y a que, por sus declaraciones postelectorales, pareciera que todos hubieran ganado. Sin embargo, creo que podemos aportar datos objetivos que refuerzan esta idea, aparentemente descabellada, puesto que lo relevante en una cita electoral suele ser su ganador. El mapa político catalán es, por el contrario, tan complejo, que vuelve a la formación más votada irrelevante, congela una situación llamada a ser provisional en el tiempo, entre una autonomía fallida y una república inexistente, deja una sociedad sumida en el caos con una representación política surrealista y hace que, la irrupción de una aparentemente modesta cuarta fuerza sea lo único remarcable en un panorama político endiabladamente enrevesado y condenado a un bucle sin fin de reivindicaciones separatistas insatisfechas que llevan a los catalanes al borde del precipicio.
Los bloques separatista-no separatista, que marcan la vida política catalana en los últimos años, están fijados aproximadamente al 50% desde el principio del “proces” (en realidad el separatismo nunca ha pasado del 47%) y la mejora del voto separatista, que por primera vez superaría al 50% en estas elecciones, se explica por la elevada abstención por el miedo al Coronavirus y por hastío de la clase política. El bloque separatista tenía mayoría absoluta en escaños y la sigue teniendo, por lo que en realidad en ese aspecto no ha cambiado nada, salvo la superación de una barrera psicológica en porcentaje de votos, que todos sabemos que no se habría producido de mediar una participación habitual. Es conocido que los separatistas movilizan más el voto que los no separatistas y que, por tanto, una elevada abstención les beneficia. No obstante, resulta obvio también, que no se puede fundar una nueva nación con el 51% de los ciudadanos contra el 49% restante, ni mucho menos con el 47 contra el 53, por lo que el separatismo sigue en su callejón sin salida de siempre.
En su relación de fuerzas, hemos visto el sorpaso de Esquerra a Junts, tantas veces anunciado, pero en un empate técnico, lo que demuestra que las dos ramas del nacionalismo catalán clásicas, la derechista rural y la izquierdista urbana siguen sorprendentemente vigentes después de los cambios sociales y de que Puigdemont esté tranquilamente comiendo mejillones en Bélgica mientras Junqueras se pudre en prisión.
El buen resultado del PSC no es tanto, a mi entender, por el efecto Illa (cuya gestión de la pandemia no ha sido precisamente eficaz, creo que Iceta habría obtenido poco más o menos los mismos resultados, pese a lo grotesco de sus bailes), como porque el clima político le beneficia al plantearse la esperanza (vana en mi opinión) de una solución dialogada al «proces», que creo imposible porque ningún gobierno les puede dar a los separatistas lo que piden sin provocar un terremoto en toda España.
Las únicas mayorías que suman para gobernar son o un tripartito separatista, que parece lo más probable, o uno de izquierdas con los separatistas, que fue el que inició toda esta locura con el nuevo “estatut”, de infausto recuerdo. Ninguna de las dos alternativas cambiaría sustancialmente el panorama ni sacaría a Cataluña del día de la marmota separatista en la que sigue sumida.
Y así llegamos al resultado de Vox. Los de Abascal y Garriga, a pesar de la demonización, de los boicots y de los actos de violencia sufridos en la campaña, ascienden a la cuarta fuerza por encima de los Comunes y la CUP y no solo sorpasa al PP, al que cuadriplica, sino también a Ciudadanos al que dobla en escaños. Pese a sus buenos resultados, esta no era una buena coyuntura para Vox, con el proces detenido por la pandemia de coronavirus y con los catalanes hastiados, traicionados una y otra vez por un estado español en manos de cobardes e incompetentes, incapaces de hacer frente a los abusos del separatismo.
Esto explica también el hundimiento de Ciudadanos y el PP. Los catalanes no separatistas que confían en una solución dialogada (que nunca llegará) al “proces” han votado al PSC y los partidarios de una resistencia activa y gallarda han votado a Vox. ¿Quién ha votado entonces al PP o a Ciudadanos? Nadie, solo sus fieles más fanáticos y acríticos. También se constata el fracaso de la estrategia de Casado de hostilidad contra Vox mostrada en su duro discurso contra Abascal en la moción de censura. Si bien es cierto que los resultados de Cataluña no pueden extrapolarse a toda España por la peculiaridad del laberinto político catalán, las tendencias están claras y esas tendencias muestran a Vox claramente al alza, robando protagonismo al PP y premiando su oposición más firme a Sánchez e Iglesias.
Cuando la situación estalle, en toda España por la crisis económica derivada de la pandemia de Coronavirus y de las malas políticas aplicadas ante ella y, en Cataluña, además, por la locura separatista, y, ojalá me equivoque, pero estallará, Vox estará en la primera línea de salida para aprovechar el descontento y capitalizar el voto, no ya “constitucionalista” sino españolista. Y cuando eso ocurra, puede que Cataluña, finalmente, pueda solucionar sus terribles problemas y el separatismo pueda ser definitivamente derrotado. Esa es nuestra esperanza y, por eso, el resultado de Vox es el más importante de los arrojados por las ultimas elecciones catalanas.
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