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Durante los últimos días no he dejado de ver las reacciones al encuentro entre la ministra Yolanda Díaz y el Papa Francisco I como algo exagerado. Más allá de la campaña mediática para promocionar la hipotética candidatura presidencial de la ministra de Trabajo, la connivencia de algunos sectores de la izquierda con el clero no son fruto de los nuevos tiempos ni una estrategia exclusiva del nuevo Unidas Podemos. Es cierto que, tal y como ocurría con los homosexuales, hubo una época en que la izquierda señalaba a los religiosos como un colectivo contrarrevolucionario que debía erradicarse de la faz de la Tierra, si bien cuando esos clérigos abrazaban las tesis marxistas (véase la Teología de la Liberación) pasaban a ser aliados y representantes de una Iglesia abierta al mundo y comprometida con las injusticias. Es más, si algo debe destacarse de esta campaña oportunista es que sus impulsores, dada la cada vez mayor descristianización de la sociedad española, no deberían pretender ni de lejos obtener unos resultados superiores a los de los curas progres durante el tardofranquismo y la Transición; mejor dicho, el rollo de los cristianos progres está tan explotado que, en el mejor de los casos, a lo máximo que puede aspirar Yolanda Díaz es a arrebatar algunos votos a los feligreses que votan socialista, que nunca le vendrán mal dados los resultados desde 2016 para la parroquia morada.
Más que por convergencia doctrinal, la extrema izquierda posmoderna elogia al Papa Francisco creyendo que eso siembra disensiones entre las filas de esa derecha a la que imaginan ultracatólica, siniestra y oscura, por no decir ansiosa por resucitar la Inquisición. De ahí que Yolanda Díaz utilice citas evangélicas en el Congreso y reciba los aplausos de los mismos que están en contra de impartir la asignatura de Religión Católica en las escuelas; los cuales, dicho sea de paso, de haber prestado atención en su momento al sacerdote que la impartía, hubieran aprendido a utilizar una Biblia y encontrar esas citas que ahora consideran un zasca contra esa derecha ultramontana que sólo existe en su imaginación. Porque, efectivamente, si la agenda progre feminista y homosexualista que Unidas Podemos enarbola como palabra divina no tiene encaje con la Doctrina Social de la Iglesia, tampoco es el caso del neoliberalismo económico presente en el catecismo de la derecha española parlamentaria. Todas estas cosas estarían claras para la inmensa mayoría de la población si en las escuelas los profesores hablasen de la encíclica Rerum Novarum, que no ha sido escrita por el Papa Francisco precisamente, sino que desde el siglo XIX ha dejado bien claro cuál era la postura de la Iglesia frente a la deshumanización promovida por el modelo capitalista de producción económica; desgraciadamente, o al menos así fue mi experiencia, ante ciertos temas el profesorado opta por señalar el sindicalismo católico como una estratagema fracasada de los poderosos, en connivencia con el clero, para boicotear al movimiento obrero de izquierdas, porque para los aparentes librepensadores del sistema educativo hay dogmas tanto o más incuestionables que la Santísima Trinidad para la Iglesia Católica.
Hace años creyeron desde las filas de Podemos que estaban inventando la pólvora por decir Pablo Iglesias que el patriotismo consistía en luchar por la sanidad y la educación públicas. Pero nadie de la izquierda posmoderna que ahora busca, por mero interés, el calor de las sacristías ha pronunciado lo siguiente: «¿Han elaborado los siglos sucesivos ideal alguno que supere al nuestro? De la posibilidad de salvación se deduce la de progreso y perfeccionamiento. Decir en lo teológico que todos los hombres pueden salvarse, es afirmar en lo ético que deben mejorar, y en lo político, que pueden progresar. Es ya comprometerse a no estorbar el mejoramiento de sus condiciones de vida y aun a favorecerlo en todo lo posible«[1]. Ni siquiera el Papa Francisco, al que utilizan como arma arrojadiza. Su autor fue Ramiro de Maeztu, cuya Defensa de la Hispanidad figuraba en mi material de Bachillerato como una obra «polémica», lo que no ocurría con las referencias a las obras de otros autores. O sea, que Yolanda Díaz, en el mejor de los casos y suponiendo que sus guiños a la Iglesia progresista sean sinceros, llega casi un siglo después, aunque superficialmente, a las mismas conclusiones que el articulista de Acción Española y diputado por los monárquicos alfonsinos en plena Segunda República, motivos que le llevaron a ser fusilado por los antepasados de los impulsores de la Ley de Memoria Democrática. Lo que quede de honradez entre las filas de la izquierda debería reconocer estas cuestiones y asumir no sólo que carecen de la patente de la justicia social, sino que han sido engañados en muchos aspectos sobre la Historia y la Política. Tal vez así, algún día, podamos librarnos del cáncer partitocrático que divide y crispa a los españoles, para regocijo de quienes de verdad quitan y ponen los traseros que se sientan en los sillones ministeriales.
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