17/05/2024 07:25
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Sergio Gómez Moyano es escritor, profesor y filósofo nacido en Barcelona. Al igual que los humanistas del Renacimiento, cuenta con intereses en una amplia variedad de temas y disciplinas. Desde la informática a la metafísica pasando por la literatura y el cine. Su pasión por la enseñanza le lleva a ejercer como profesor a nivel de ESO, Bachillerato y Universidad. Compagina esta labor educativa en el Colegio Abat Oliba – Spínola y en la Universidad Abat Oliba de Barcelona. Su interés por el escritor Robert Hugh Benson le llevó a investigar y escribir una tesis doctoral sobre la interpretación filosófica de los escritos literarios de este peculiar converso inglés. Ha contribuido con traducciones al castellano y prólogos de libros sobre obras de este autor, como por ejemplo “Historias sobrenaturales” (B.A.C.). Como autor de ficción cuenta con algunas novelas publicadas, de las que destaca Querencio (Sekotia) en la que combina elementos filosóficos y narrativos de forma ágil y seductora, explorando la intersección entre la filosofía y la literatura.

¿Por qué decidió escribir un libro basado en su experiencia como profesor de religión?

Una respuesta corta a esa pregunta sería “porque el tema mola”. Una respuesta más larga comenzaría en el reto que se me planteó de dar clase de religión a alumnos de 3º de la ESO. El director del colegio me dio una sola instrucción: «los católicos tenemos una característica revolucionaria: no hemos renunciado a utilizar la razón. Quiero que los alumnos piensen». Entonces se me ocurrió la idea de enseñar Filosofía de Dios ¡a adolescentes de 14 años! Si te paras a pensarlo fríamente, parece una temeridad, pero el planteamiento de la asignatura funcionó. Los alumnos se sintieron interpelados inmediatamente por las cuestiones que yo les proponía. Y eso les incitaba a hablar. Hablábamos y debatíamos mucho. Y escucharles hablar sobre la existencia de Dios, sobre el sentido del universo, sobre su propia inquietud interior fue como encontrar un tesoro. Ellos fueron los que me iban indicando en todo momento por dónde debía ir. Después de varios años impartiendo la asignatura, me decidí a escribir un resumen sencillo, fácil de leer, lleno de anécdotas, referencias a películas, canciones, incluso chistes, de las cosas de las que hablábamos en clase.

Un título que evoca el comienzo del cántico espiritual, ¿Por qué se esconde Dios y dónde lo hace?

¿Adónde te escondiste?” es, en efecto, el inicio del cántico espiritual. San Juan de la Cruz explica en su poema que ¡ha perdido a Dios! Y se va a buscarlo. Pensé que en la asignatura antes comentada nos estábamos dedicando a trazar caminos que llevaran a Dios, empezando por las criaturas a las que “vestidas las dejó con su hermosura”. En realidad, Dios no se esconde. Esa es la sensación que podemos tener al vivir bajo el peso de este mundo materialista e irreflexivo, que ha dejado de lado la capacidad de sorprenderse. Dios se manifiesta en el mundo físico, en nuestra propia inquietud interior y, además, se ha revelado a sí mismo en la Biblia y en Cristo. ¿No nos sorprende el universo con esas dimensiones que más que entenderlas nos sobrecogen, que cada vez se expande a mayor velocidad? ¿No nos sorprende que en nuestro planeta haya surgido una singularidad llamada vida, que no es el resultado de las partes que forman un organismo vivo? ¿No nos sorprende que los seres humanos hayamos adquirido consciencia y nos hayamos convertido en observadores y guardianes de nuestro mundo? ¿No nos sorprende la capacidad de cuestionar lo dado o la capacidad infinita de desear que llevamos dentro? Dios está detrás de estas preguntas (y de muchas más), pero si damos estas cosas por supuestas, no nos haremos las preguntas que exigen la presencia del Creador.

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¿Por qué es muy positivo que el joven de hoy se cuestione la existencia de Dios y el sentido de la vida?

El joven de hoy en día y el de todas las épocas tiene las mismas inquietudes profundas. Considero que es importantísimo que los jóvenes reflexionen sobre el sentido de la vida, sobre aquello que realmente les mueve a levantarse y seguir adelante día a día con sus deberes y obligaciones. Necesitan cuestionarse sobre lo que es de verdad valioso, bueno, verdadero, bello. En fin, es una forma de ponerles de frente a la realidad, sin intermediarios tecnológicos. Para ello, a veces hay que desbrozar el camino para que puedan llegar a esas cuestiones. Este libro es una buena herramienta para ello.

Pero en otros tiempos en donde la fe era algo ambiental, ¿tendría menos sentido cuestionarse algo tan básico como la existencia de Dios?

Decía Robert Hugh Benson, el autor que estudié para mi tesis, que la grandeza del catolicismo se encuentra en que es una religión para el hombre “normal”, es decir, para cualquiera. No hace falta ser un sabio para salvarse. Así que en un ambiente donde se respira fe, no sería necesario profundizar más para alcanzar la salvación. Sin embargo, de la misma manera que la fe ayuda a entender el mundo, la razón ayuda a comprender la fe y dar razones de nuestra esperanza. En un mundo descreído, las razones de la fe son el punto de encuentro entre creyentes y no creyentes.

Es un libro sencillo, pensado para adolescentes, ¿pero que puede servir para los adultos, que igualmente se hagan esas mismas preguntas?

¿Adónde te escondiste?” tiene su origen en unas clases para adolescentes, pero es totalmente válido para adultos, quienes podrán profundizar más por la experiencia de vida más abultada que llevan a cuestas. Es para todos los públicos, pero de lectura más bien ligera y divulgativa. En él se apuntan muchos temas que luego el lector puede profundizar por su cuenta, si lo considerara necesario.

¿En qué medida se ha basado en los argumentos tradicionales para demostrar la existencia de Dios?

En el libro aparecen argumentaciones de san Agustín, de san Anselmo y Tomás de Aquino y también alguna más moderna. Pero estas argumentaciones aparecen en el libro después de habernos asombrado por el universo y encontrar plausibles explicaciones no materialistas de los hechos.

¿Qué otras pistas da a los jóvenes para que encuentren a Dios?

La primera y segunda parte del libro exploran la revelación natural de Dios. En primer momento, a partir del universo, y luego mirando hacia dentro de sí mismo. Dios ha dejado una huella de su infinitud en nuestra alma que no puede saciarse en este mundo. Es como si nuestra alma fuera un cañón de un calibre de dos metros de diámetro y pretendiéramos que disparara una bala de 9 mm. Los bienes de este mundo nunca la acaban de colmar.

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San Agustín decía que para el que quiere creer una razón es suficiente, pero para el que no quiere creer mil razones no lo son. ¿Hasta qué punto se requiere una disposición interior a querer creer?

San Agustín tiene razón: hace falta una cierta actitud para creer. Los argumentos sobre la existencia de Dios solo apuntan caminos en cuyo horizonte neblinoso se puede percibir la presencia del Creador, pero al final creer es una decisión vital (o un don). Yo he visto alumnos que se han preguntado por primera vez la posibilidad de la existencia de Dios a partir de las clases en las que se basa este libro. Y si no dan el paso de la fe, no importa. Estas preguntas confrontan directamente al que las hace con la verdad. Y el que busca la verdad, decía Edith Stein, está buscando a Dios.

¿Espera que, con la ayuda de la gracia, la lectura del libro vaya más allá de un simple entretenimiento y que produzca un cambio de vida para que muchas personas encuentren a ese Dios escondido?

No me atrevería a ser tan pretencioso, aunque me encantaría que fuera así. Robert Hugh Benson, el autor que antes he citado y que se convirtió del anglicanismo al catolicismo, decía que con la investigación racional había logrado retirar todos los obstáculos intelectuales que le separaban de su conversión, pero eso no era suficiente para dar el paso. Se le presentó la Iglesia como la nueva Jerusalén llena de tesoros espirituales, en la que entraba mucha gente de toda condición con gran gozo en su corazón. La percibió como una opción de vida bella apasionante. Entonces se le hizo irresistible entrar. Pero no lo habría hecho si le hubiera quedado la más mínima duda a nivel intelectual. Espero que este libro sirva, al menos para desbrozar prejuicios sobre la supuesta irracionalidad de la religión, para que el camino hacia la fe en Dios quede libre de obstáculos en los lectores.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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A Dios no se va con la razón, que es impotente y tan limitada que de saberlo, los sabios desesperarían. A Dios se va con el corazón, amándole. Nadie va al Padre sino por el Hijo. Y nadie va a Dios si este no le llama. Y para amarle hay que conocerle. Dios se da a conocer, nadie va a Dios si no es Dios el que lo atrae. Dios es Amor. Así lo escribe el Espíritu Santo por medio del Apóstol amado San Juan y por medio del Apóstol de los gentiles San Pablo. Negar a Dios es negar el amor (y hoy, por desgracia, y con muchísima más intensidad que nunca, incluso las madres asesinan a sus hijos concebidos, en un mundo profundamente enfermo y enloquecido por haber rechazado a Dios). Pero el amor no se puede demostrar racionalmente, ni «científica», ni filosóficamente, es inabarcable por la razón humana, es como tratar de meter el agua de un océano infinito en un cubo. Imposible. Indagar sobre los inescrutables designios de Dios Todopoderoso, Misericordioso y Bueno, es racionalizar la teología. Racionalizar la teología es desvincularla del amor de Dios (algo que por desgracia ha llevado a muchas defecciones desde hace ya más de un siglo y a una pérdida generalizada de fe incluso entre los consagrados) y alejar a los hombres de Dios. No se puede transitar por el saber humano hacia Dios, porque el mundo odia a Dios. Nadie puede coger las Sagradas Escrituras y escrutarlas con la razón si no se aborda su lectura con un corazón puro y dispuesto a amar y confiar en Dios. El estudio meramente racional de las Escrituras, aleja de Dios y cierra el acceso a la verdad. No se puede conocer a Dios con criterios mundanos.

Pruébese, por ejemplo, a leer a personas ateas, agnósticas o que han perdido la fe, las bienaventuranzas, por ejemplo. Y pregúntese a esas personas, después de haberles leído ese pasaje del Evangelio según San Mateo, qué impresión interior les ha producido. Es entonces cuando uno puede constatar inequívocamente que la revelación de Dios no es aceptada salvo que se tenga un corazón puro y humildad. Los «racionales» objetarán con toda seguridad, incluso considerarán infantil el texto. No captarán la profundidad y mensaje de valor infinito de las palabras que el Señor nos transmite porque están cegados por la soberbia. No les llega al corazón porque lo tienen endurecido de tanto pensar en sí mismos.

No son los teólogos, los filósofos y los sabios de este mundo los que «explican» a Dios, sino que es Dios mismo el que se revela al hombre, el que le da el don inmenso de la fe y de la Verdad por medio del Espíritu Santo Paráclito. Nuestra fe, es una fe revelada, es Gracia de Dios en exclusiva, en ningún caso mérito o esfuerzo del que la obtiene. Es Dios quien toma siempre la iniciativa y sale a nuestro encuentro. Nadie podría ir a Dios por sus propios esfuerzos racionales, inteligencia o méritos. Es Dios el que se hizo Hombre en Jesucristo Nuestro Señor para salvar a la humanidad del pecado, el mundo, el demonio y la muerte, no la razón humana la que «salvó» al hombre revelándole la verdad que no todos escuchan, para su eterna desgracia. Si no se comprende el significado del Sacrificio Redentor y Salvador en la Cruz por la cual fuimos redimidos y salvados, por medio del corazón, de lo más íntimo del ser, es imposible llegar a conocer a Dios.

Pero para que Dios se revele al hombre, el hombre debe ser humilde, no soberbio. Y los racionalistas, incluso teólogos o filósofos, suelen caer en la soberbia de la razón aún sin reparar en ello, en la vana pretensión de explicar a Dios racionalmente. Incluso Santo Tomás de Aquino, cuya Summa Teologicae aún se estudia en casi todas las facultades de teología del mundo, confesó que había aprendido más rezando devotamente ante un crucifijo que de todos los libros y maestros que había tenido en su vida, incluidos los libros de Aristóteles, por mucho que los filósofos «católicos» pretendan hacernos creer que la filosofía nos acerca a Dios (¡qué gran error!). Dios revela la Verdad a los humildes y se la oculta a los sabios de este mundo como ya nos enseñó el mismo Señor Jesucristo y como hemos podido constatar a lo largo de dos milenios en sus elegidos, los santos y santas, aunque por desgracia tantos dentro de su Iglesia, la Católica Apostólica, se niegan contumazmente a creerlo y prefieren al mundo con su «ciencia», con su política, con su «razón». La «sabiduría» de este mundo es necedad a los ojos de Dios. Así nos lo enseña Él mismo en los Evangelios y en el NT. No es posible conocer a Dios si Dios no se da a conocer a quienes le buscan con corazón humilde y puro. Una persona interesada, mundana, materialista, racionalista, no logra nunca conocer a Dios porque Dios no viene a los soberbios y mundanos. Por eso cada vez más fieles saben que es imprescindible un encuentro personal con el Señor por iniciativa exclusiva de Él, para conocer la verdad y alcanzar la fe, que es don de Dios a los que procuran conocerle y amarle de corazón, no fruto de razón ninguna. Dios exige ser correspondido, no examinado en sus designios.

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