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La primera vez que escuché el nombre de Ana Iris Simón y su ópera prima, Feria, fue por medio de El aullido del lobo, el programa de entrevistas del historiador Gonzalo Rodríguez. En esa conversación, utilizada para desprestigiarla por un majadero que se hace llamar periodista y cuyo nombre no merece ser citado, hablaba sobre su familia y cómo añoraba la estabilidad de tiempos pretéritos, además de poner en duda los mitos hedonistas en los que han sido inculcados las generaciones más jóvenes. Ana Iris Simón no estaba descubriendo la pólvora, pero la relevancia y repercusión de sus palabras en esa y posteriores entrevistas a diversos medios se debe a sus circunstancias: de una mujer joven, de una familia con «tradición» comunista y atea militante, se hubiera esperado que repitiera sin cesar las consignas antifascistas de Unidas Podemos, por ejemplo, pero no que reivindicase el arraigo a la tierra y pusiese en duda la corrección política. En muchos aspectos, su discurso se encontraría más en las demandas de los indignados del movimiento 15-M de hace una década que en las agendas globalistas a las que se ha suscrito la izquierda autoproclamada heredera de esa indignación.
La repercusión mediática, sin duda, se ha centrado más en la autora y sus circunstancias personales que en la obra en sí.
Javier Ruiz Portella, director de El Manifiesto, define la obra como una novela costumbrista pero no tan buena como cabía esperar por las críticas recibidas: «Aquí todo se queda pequeñito, plano, nimio, corriente y vulgar. Nada vibra poéticamente, nada va más allá, más lejos, hacia lo alto, hacia ese estremecimiento que, indefinible, inescrutable, y a falta de mejor palabra, llamamos lo bello.
(…)
Lo terrible es que aquí alguien triunfa política y comercialmente con una novela, y nadie habla ni de novela ni de literatura. Ni una sola consideración literaria (ya fuera favorable o desfavorable) he leído entre lo mucho que he leído sobre esta Feria. A nadie le importa la literatura. Lo único que ven —tanto tirios como troyanos— es la dimensión ideológica de un libro que es leído como si no fuera otra cosa que un alegato ideológico o político.
Y un alegato es efectivamente este libro. Nada más. Pero nadie lo dice«.
En una línea similar, lamentando que los juicios sobre esta obra hayan estado más influidos por la política que por la literatura, se ha manifestado Juan Manuel de Prada en su columna de ABC por medio de una elogiosa carta a la autora: «Durante estos meses he leído juicios abracadabrantes sobre tu novela, escritos por gente incapaz de entender que la literatura, como cualquier forma de arte, es destilación espiritual. De la sangre de tu alma han querido hacer grotescamente un tratado de teoría política, un manifiesto neorrural, una «autoficción neofascista» y no sé cuántas mamarrachadas más (…). La derecha liberal que te ha aplaudido ha ignorado interesadamente tu crítica al capitalismo global y a su devastación antropológica. Y desde la izquierda caniche han pretendido pintarte de falangista, lepenista y hasta vychista, por tu exaltación de los vínculos y tu denuncia del tráfico internacional de carne barata que tanto interesa a la plutocracia.
(…) No tiene sentido alguno que trates de contemporizar con la gentuza que desea convertirte en una petarda feminista y genuflexa. Dedícate a escribir lo que brota de tu hermosa alma, hasta que tus palabras sean una montaña y sepulten su triste miseria; y vuela lejos de ellos, hacia las cumbres que ellos ni siquiera atisban«.
En la izquierda sociológica parece existir un debate entre quienes ven en Ana Iris Simón otro síntoma de la «tentación rojiparda», la misma que en su momento achacaron a Julio Anguita por cuestionar la bondad de los movimientos migratorios, y quienes, hartos de las luchas culturales, demandan una izquierda más obrera y menos progre. Este debate no es exclusivo de sectores izquierdistas minoritarios, como puede ser el Frente Obrero que tanta atención ha obtenido últimamente en los medios de prensa. Sin ir más lejos, algún perfil corporativo de Comisiones Obreras, representantes del sindicalismo oficial del Régimen de 1978, han compartido las palabras de Ana Iris Simón ante Pedro Sánchez.
Algo similar estaría ocurriendo en las filas de la derecha sociológica, donde el constante quiero y no puedo de Vox en materia social, impulsado entre otros motivos por su crecimiento electoral en las poblaciones obreras, es un síntoma de que las preocupaciones sociales existen más allá de la estrechez de miras con que algunos pretenden etiquetar a la gente en función de a quién apoyan en las urnas y basándose, única y exclusivamente, en topicazos que la última campaña electoral madrileña rompió en mil pedazos. Ahí está la reciente intervención de Macarena Olona frente a Yolanda Díaz, reprochando a la ministra de Trabajo que constantemente aludan a la derogación de la reforma laboral de 2012 mientras la mantienen en vigor desde el Gobierno.
¿Pero qué pinta una joven escritora en medio de todo esto? Parece que ha llegado en el momento oportuno para manifestar algo que muchos deseaban oír. Mucho antes de su intervención viral frente al presidente del Gobierno y demás cargos ilustres en la exhibición fastuosa de la Estrategia España 2050, la incertidumbre laboral y vital de la juventud española había alcanzado proporciones metafísicas tras dos crisis consecutivas que han impedido tener una vida digna y estable a muchos jóvenes, condenados a la precariedad laboral y al desahogo existencial por medio de aplicaciones y plataformas de entretenimiento.
Si el lector todavía no ha perdido el interés, tal vez desee conocer qué opinión literaria le merece Feria a quien escribe estas líneas. Sin duda, es una obra costumbrista y hay que tener gracia (y buena memoria) para narrar tantas experiencias vitales, alguna incluso trágica, del modo en que lo hace la autora. No sigue una línea temporal de principio a fin, sino que va dando saltos constantemente, pero eso no hace perder el interés ni el hilo por los diferentes momentos. La sensibilidad de Ana Iris Simón por su familia queda fuera de toda duda desde el principio, sin caer en lo cursi ni en lo pasteloso. Hay cuestiones, sobre todo históricas y políticas, que tal vez muchos no sean capaces de valorar entre el gran público, sobre todo a la alusión entre Fidel Castro y Falange, pero lo mismo sirve para que algún curioso investigue y empiece a comprender que la existencia humana es muchísimo más compleja de lo que pretenden hacernos creer por las redes sociales, sobre todo en campaña electoral.
Dicho esto, habrá personas que por motivos generacionales o de sectarismo ideológico sean incapaces de empatizar con la autora, pero quienes vemos los treinta como un peligroso momento para reflexionar sobre lo que hemos hecho o dejado de hacer en la vida sí deberíamos tomar nota sobre muchas de las cuestiones que señala durante las páginas de Feria. Porque no será un libro político (ni falta que le hace), pero está reabriendo debates que los oportunistas de turno y de todo pelaje habían dejado apartados.
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