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La Lola, la de la red de extorsión vaginal, la amiga de Villarejo y el ex juez prevaricador Baltasar Garzón, la que dijo ser testigo de un delito que después no denunció, la mentirosa mayor del reino, la que fue ministra de Justicia, se ha puesto a trabajar. Estaba a la espera de recibir órdenes para poner toda la maquinaria en favor de su partido y de los intereses del actual gobierno de España.
Todo en Dolores Delgado era previsible; rebajar la calificación del delito contra Josep Lluis Trapero, el ex mayor de los Mozos de Escuadra, de rebelión a desobediencia, para así contentar al golpismo catalán, al separatismo que ayudó a Sánchez a ser presidente de España, solicitar el archivo de la causa que se sigue contra José Manuel Franco, actual delegado del gobierno en Madrid y responsable de los socialistas en esa comunidad, por haber permitido la «explosión» de la bomba vírica que supuso el 8 de Marzo, y, por último y muy significativo, instar a la fiscalía del Supremo a que investigue una causa cerrada provisionalmente contra el rey emérito Juan Carlos I por el cobro de comisiones ilegales y blanqueo de capitales.
Nadie puede sentirse sorprendido por el comportamiento poco edificante del rey emérito. Los mismos que le reían las gracias, aquellos que decían ser «Juan Carlistas», que no monárquicos, todos esos que sentían gran aprecio, admiración y respeto por la figura del monarca, son los mismos que conocían sus actividades y, en muchas ocasiones, eran hasta benefactores de sus negocios. Son muchos los agraciados por los favores del emérito. Una nueva forma de hacer política se instaló en España a partir del 78, cuando no se podía adquirir petróleo para nuestro país si antes no era autorizado por su Majestad. Todos lo aceptaron y todos se beneficiaron de esas amistades peligrosas y poco recomendables, sobre todo personas muy cercanas al PSOE que hicieron grandes fortunas que, a día de hoy, siguen sin darnos una explicación coherente de su origen. La felicidad es efímera y los tiempos de vino y rosas pasaron. Se rompió esa «omertá» de la que todos se beneficiaban, los excesos sin control de un monarca desbocado le dejaron solo y le obligaron a abdicar. Nunca un comportamiento tan desafortunado, permitido y tapado durante 40 años, perjudicó tanto a una institución milenaria. Quizá se trataba de eso, de dejar hacer para desacreditar a la Institución. El mayor enemigo de la monarquía en España ha sido el comportamiento deshonroso de varios de sus miembros, y el mejor aliado los nostálgicos de la II República que, con sus banderas y trapos tricolores y rojos, se han convertido en el mejor antídoto que hace imposible el advenimiento de una III República en España o, por lo menos, no como la quiere la izquierda.
Todo esto es un aviso a navegantes, un aviso al actual jefe del Estado Felipe VI, por parte de aquellos que consideran que la institución ya no les es útil. Hizo bien Felipe VI en desmarcarse de su padre y haría bien en dejar las cosas claras. Felipe VI es Jefe del Estado Español, no de una comunidad de repúblicas ficticias e inexistentes. Si no es firme en la defensa de la unidad de España, la institución que representa carecerá de valor. El Rey emérito firmó su propia deslegitimación al aceptar la ley de memoria histórica de José Luis Rodríguez Zapatero, cayó en la trampa pensando que era un tema menor e inocuo. Permitió que hasta los que entonces habían sido sus valedores y mentores, construyeran el nuevo relato que pone en riesgo la propia institución. Los comunistas, que forman parte del gobierno de España, piden una comisión de investigación de las actividades del rey emérito desde el 2014, comisión que no sale adelante por los votos en contra del PSOE, no vayan a aparecer personas cercanas al socialismo español como grandes beneficiados de las actividades poco recomendables de Juan Carlos I. Una investigación a todas luces merecida, si no fuera porque lo que en verdad se persigue no es al rey emérito, sino cargarse y desprestigiar la institución.
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