Ultraderecha es todo aquel que sin sesgo ideológico denuncia la corrupción de Sánchez y sus socios de correrías. Y cuando el periodismo independiente se convierte en una amenaza para los intereses delictivos de unos y de cuantos viven amoralmente de ellos, toca también demonizar a la Oposición política. Pretenden tapar un asunto universal de legalidad y decencia moral con el pretexto de la ideología. España ha extraviado los valores bajo un yugo artificioso de engaño, a propósito de la política y de intereses demagógicos destructivos que durante años-en especial y sin disimulo durante este último lustro sanchista- han monopolizado torticeramente la atención de los medios de comunicación prostituidos y, literalmente, satanizados. Se ha lastrado la conciencia colectiva con un bombardeo masivo de consignas desintegradoras- en todos los órdenes que otrora daban equilibrio a un sistema de convivencia racional y ordenado-, conformando un bloque de periodismo basura cuya financiación disimula el hedor de la demagogia y la mentira. Velar por las garantías de la libertad de pensamiento y la convivencia social no es cuestión ideológica sino de Justicia universal; por eso se tilda de ultraderecha al disidente de la injusticia frente a la corrupción. Una burda manipulación semántica que, sin embargo, es permeable en el caladero de la ignorancia que pretenden extender por nuestro país. Probablemente las corruptelas aborden el plan totalitario de la exclusión contra el libre pensamiento y el derecho a la información no adulterada.
Existen numerosos periodistas especializados en el amarillismo político y se han incrementado amoralmente acorde a esa representación residual del bajo fondo sectario que consiguió con los escaños la compra de voluntades. La prensa libre es obligada para rectificar la desinformación frente a los problemas que verdaderamente preocupan a los ciudadanos, expulsados mediante manipulación del juego limpio democrático. Porque los responsables de salvaguardar valores que posibilitaron la coexistencia inherente a las premisas democráticas durante décadas, han ejercido de mercenarios y transformado la conciencia de una España escindida: los que porfían por destruirla para nutrirse de su despojo, ante cuantos defienden el derecho legítimo por mantener una cualidad identitaria de beneficio común. Con un pútrido amoral como Pedro Sánchez la consciencia ignominiosa ha ganado adeptos a través de la ignorancia y el conformismo, mediante el discurso político de la arana continuada, refrendada por voceros biempagados con el dinero público al que se ha accedido como provisión ilimitada de sesgo sectario y excluyente contra los ciudadanos. Pero no nos compliquemos dando carácter político a las actitudes: quienes disienten de la convivencia para quebrarla, al margen de ideología, son lo contrario de la evolución. La evidencia moral es más sencilla cuando se examinan las intenciones. Nada nuevo en el horizonte bastardo de una memoria selectiva, impulsada por la trampa, la manipulación y la deshonra que un periodismo falaz controlado con paulatina inseguridad. La verdad se impone frente a la disolución de la conciencia personal y colectiva de los cancerberos que velan la guarida de La Moncloa. El proceso acelerado de beligerancia de estos últimos años fue provocado desde el periodismo mendaz que tanto prolifera sin freno moral que valga como en el espectro político. Y es tan evidente que cuesta engañar a quien desea información real de lo que acontece en una España secuestrada por la criminalidad política y el poder personalista.
La resignación es paulatinamente menor. El verdadero problema que causó esta inercia de desafueros sanchistas no era la existencia de ese periodismo patrañero, difuso y arbitrario, sino la resignación y el comedimiento de la ciudadanía para aceptar su existencia y propósito manipulador. Y así parece que llega un despertar reflejado en las encuestas políticas, previa prueba demostrativa por las elecciones donde que se atisba una intención de cambio, a pesar de la rabiosa reacción de la maquinaria estalinista que arremete sin disimulo viendo peligrar la sopa boba de la progresía clientelar. No son capaces de cegar las muchas brechas de la corrupción que les afecta a una credibilidad perdida.
La resistencia frente a la corrupción personal y política es necesaria. Es evidente la influencia que está consolidando con el objetivo de cambiar las tornas, para reformar un espacio de convivencia acorde con los verdaderos deseos y expectativas de la mayoría de los ciudadanos. Porque si bien es verdad que se les convocan a las urnas para elegir sus representantes, la política se ha convertido en un cambalache radical de despropósitos que han sobrepasado las paciencias, tal y como se verá reflejado en próximos comicios europeos. Ni siquiera el burdo mensaje de la engañifa periodística parece ya controlar las mentes antes abducidas con falsarios mensajes de fingida justicia social. Ni Memoria Histórica, ni violencia arbitraria de género, ni inmigración masiva parecen calar más, sin considerar necesidades básicas y razonables de cohesión social; sin marginaciones, por supuesto, pero basadas las prioridades, entendidas como necesidades coherentes para reorganizar una sociedad necesariamente equilibrada.
La hipocresía está bien pagada por los influyentes poderes devenidos de un pretendido Nuevo Orden Mundial ya al descubierto. No existe un periodismo inteligente en cuantos abogan por ese totum revolutum de injusticia desequilibrando la balanza de las compensaciones sociales; no es inteligente pero bien saben los nutridos del sucio pecunio que tampoco es honrado. Eso importa poco cuando los perros acuden a la mesa del amo para recoger las migajas que lanza. Son responsables de esta hambruna de justicia que España, en particular que es mal congénito mundial, padece.
Lo cierto es que jugamos con fuego en este siglo XXI convulso. Tenemos una gran facilidad para abismarnos, con absoluta imprudencia, en el desdén de la Historia repetida con los peores resultados. Por ello no debería extrañarnos que en el colmo de rizar el rizo de la desvergüenza estemos asistiendo atónitos a la presidencia bastarda de un presidente ilegítimo, un elemento oportunista, que junto a los abyectos que lo secundan han convertido la política en el hazmerreír de lo incongruente y el drama soportado de la estulticia capaz de secuestrar a un país con las más sucias artes del trilerismo sectario. El embudo de sus malas artes se estrecha y el coloso de mierda caerá. Hay que ser repetitivos y desnudar la verdad de una situación esperpéntica que debe cambiar drásticamente para evitar males mayores en el futuro. Echar el freno y dirigir este tren embalado hacia una estación término al que se dirige descarrilado. Una estación por la verdad y la información real.
La experiencia debería dictar los pareceres más que la teoría acerca de lo que debe ser un Periodismo veraz que en España brilla oficialmente por su ausencia. Más allá de las palabras ha de mostrarse con el ejemplo digno lo que debe ser un referente social edificante. Quizá antes habría motivos para ejercer la honestidad con el criterio de la libertad de expresión, pero ahora existe un interés ajeno a la honradez que se disipa cuando se valora la ganancia corrupta: la de la palabra al servicio del mejor postor que hoy en día es mercenaria, cuando no esclava de la hipocresía tal vez ya inconsciente de tanto incurrir en la falsedad. ¡Tanto es el ridículo de los defensores de lo inveraz que piden silenciar a quienes les dejan en evidencia. Cómplices pringados que ven peligrar la manduca de la traición.
La prensa libre es una garantía de honra frente a la compra de voluntades desde el poder putrefacto, y en España posee una trayectoria ascendente en proporción a los ciudadanos desencantados que buscan conocer el verdadero plano de situación en que desenvuelven con incertidumbre sus vidas. Son estos los tiempos de beligerancia y desencuentro convertidos en una tónica histórica que habrá de avergonzar a las venideras generaciones del Periodismo español; si es que se logra enmendar la plana antes de que España se vea abocada a un desastre mayor que la inquina sembrada estos últimos años. Esa vergüenza financiada por intereses oscuros es la que se está desenmascarando con el hartazgo de lectores y espectadores que toman consciencia de la manipulación masiva. Los medios del monopolio pierden pábulo y potenciales lectores buscan las verdades sin censura que otros medios pueden facilitar sin ambages. El mal llamado periodismo alternativo se posiciona como principal.
La libertad de expresión es un caballo de batalla contra tentación de la maldad por imponer un yugo que en el siglo XXI es harto reconocible como rechazado por la moral universal. La batalla de las ideas frente al paroxismo de la corrupción es obligada después de comprobar, con la experiencia que dicta los pareceres, que el cambio es inminente y procederá de la soberana voluntad del Pueblo.
Cuantos más lo sepan mejor, desde el verdadero periodismo independiente al que tantos nos suscribimos en aras de la verdadera Justicia Universal que necesita España; tan es el calibre de los daños provocados por estos cinco años de destrucción histórica. Tan necesitada la España Real de Justicia como la que espera Pedro Sánchez enterrado en la consecuencia de sus obras. Libertad de expresión por la propia y sagrada Libertad. Ahora más que nunca.
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