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Casi nadie atisba que los derechos van acompañados de obligaciones, al igual que toda tesis tiene su antítesis, o toda acción tiene su reacción. El problema de la manida libertad de expresión es que la obligación que tiene está pervertida, por lo tanto invalida ese derecho, ya que consiste en obligación previa de conocimiento sobre lo que se habla, la cual se tergiversa al consistir en comulgar con ideas que nada tienen que ver con el conocimiento real sobre lo que expresan, sino con la aquiescencia con los poderes fácticos que la establecen o con una mayoría social que se arroga el dominio de la razón. En cualquiera de los 2 casos: muerte del intelecto y asunción de una verdad universal torticera por el mero hecho de ser expresada bajo estas 2 circunstancias.

Cualquier espenol sabe que una de las expresiones más vulgares y carpetovetónicas es: “¡No tienes ni puta idea!”. ¿A quién no le han dicho esto alguna vez que ha ejercido su derecho a expresarse libremente? ¡Esta represión es libertad de expresión también! Por lo tanto, algo que se anula así mismo no funciona bien o, sencillamente, no existe. Por eso soy férreo defensor de que este derecho tan manido NO EXISTE (ni se le espera), pues está viciado de origen, desde el momento en que expresa dogmatismos y consignas, bien oficiales (si son gubernamentales) bien oficiosas si son revolucionarias. ¿Pero qué ocurre con los disidentes, con los que estamos entre Pinto y Valdemoro? Precisamente somos los únicos capacitados a ejercer la libertad de expresión, pues no pretendemos ganar cuotas de poder Y usamos la obligación previa de poseer conocimiento imparcial sobre lo que expresamos, complementado con la obligación de no censurar a nadie arbitrariamente. Somos la excepción que confirma la regla, lo cual no anula la regla, así que todo mal…

El asunto está en el candelero por el aburrido tema de las “noticias falsas” que el Gobierno comunista espenol censura ahora con la excusa del congojavirus, asegurando que son bulos al arrogarse la posesión de la verdad absoluta. ¡Ay, la censura! ese sustantivo que es uno de los mantras ancestrales “antifascistas”, del actual desGobierno y de su sempiterna lucha en pos de la libertad… que ahora queda claro –para el obtuso que no lo supiera – que es mera lucha liberticida.

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Si todos los borreguitos que llevan toda su vida atacando a la censura y defendiendo el derecho de libertad de expresión, tuvieran el mínimo intelecto exigible a un ser humano, sabrían que, precisamente, la censura es la forma más sublime de la libertad de expresión, ocurrida por denostar la imprescindible obligación previa de conocimiento. Ahora, con las “noticias falsas”, los antiguos libérrimos se tornan en liberticidas que ejercen su derecho a censura, a imponer su verdad a los demás.

La verdad no puede ser censurada, solo puede ser ocultada, que no es lo mismo. Porque lo que se oculta es algo que EXISTE, y por lo tanto es susceptible de ser encontrada y comunicada. En el caso del congojavirus, mi opinión es disidente tanto con las gubernamentales, las opositoras y las “conspiranoicas”. Pero a mí NADIE me censura, porque sencillamente mi opinión está oculta, entendida como algo que no trasciende en la opinión pública. Y lo que ejerzo es libertad de expresión previo conocimiento de causa, sin censurar a nada ni a nadie. Aquí radica la verdad: en la tolerancia a lo que no es impuesto sino expuesto de manera motivada y argumentada; de tal manera que se torna irrefutable, aunque susceptible de fobias y filias, claro está.

El problema de fondo es que ahora la libertad de expresión se está desarrollando con todo su esplendor y los censurados creen ser víctimas, cuando antes eran victimarios, porque jamás asumieron que el conocimiento era el parámetro fundamental de esta ecuación; que sin exposición argumentada, nada sirve. Que suene la flauta, es decir, que esas víctimas actuales defendieran verdades reales por mero azar o inercia, no les habilita para sentirse ahora ultrajados. Echar por tierra una argumentación errónea de alguien no es censura, sino sentido común y ejercicio intelectual y dialéctico necesarios. Pero muchos lo confundieron con “ejercicio del derecho a la libertad de expresarse”. Si hubieran sabido, como yo desde que tengo uso de razón, que ese ejercicio es inicuo y consigue el efecto contrario: aumentar la represión; si lo hubieran sabido no se asombrarían ahora.

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Muchos le están borrando el nombre a Orwell, de tanto usarlo a colación de su pueril –aunque certera – novela: “1984”. Su Ministerio de la Verdad está más en boga que nunca. ¿Cuántos de estos nuevos anti-censura y defensores de libertad, saben que Orwell fue comunista, y miliciano en la última Guerra Civil española, con el único deseo de “matar fascistas” (SIC)? Tiene multitud de documentos escritos –artículos periodísticos y obra literaria – a este respecto, especialmente su libro: “Homenaje a Cataluña”. ¿Cómo pudo, una década más tarde a todo esto, volverse anticomunista? Sencillamente porque Orwell tampoco tuvo el raciocinio suficiente para entender lo que, de manera tan simple, he expuesto yo.

Verdad sólo hay una, pero sobre hechos, no sobre pensamientos. Y como quiera que los hechos no deben supeditarse a los pensamientos ni a la ideología, tenemos montada una paradoja de dimensión tan magna que, si fuera material, taparía el sol. El adoctrinamiento está instaurado de manera tan colosal que el ÚNICO DATO que yo uso para saber que alguien puede tener algo de verdad, es que ese alguien sea casi desconocido y que su opinión sea un cero a la izquierda en la ecuación de la vida comunitaria. Ojo, no hace falta decir que los imbéciles, y por lo tanto denostados por todos, no son parte de este dato que yo uso. No hacía falta decirlo, pero lo he dicho… por algo será. El colofón del disparate son los que se jactan de ser “medios independientes” teniendo millones de seguidores y dependiendo de políticos y publicidad.

Eso sí, una suerte de obligación posterior de conocimiento puede ser una fórmula para dotar de verdad retroactiva a la libertad de expresión. Pero eso ya es asunto para otra disertación, que ya he divagado suficiente en este artículo y no hay que abusar.

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Autor

REDACCIÓN