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¿Reforma o Ruptura? Esa fue la cuestión. Esa fue la encrucijada vital a la que se enfrentaron los españoles en 1975, tras la muerte de Franco. Aunque no, y mejor dicho, desde 1973 y tras el asesinato de Carrero Blanco. Porque fue a partir de la desaparición del Almirante y Presidente del Gobierno cuando los Partidos, los políticos (por entonces apareció ya en escena “Isidoro”), los empresarios, los periodistas, los sindicalistas, los banqueros y hasta los obispos y los cardenales iniciaron su frenética carrera para situarse en buena línea de salida y cuando por primera vez aparece sobre el tapete la palabra Transición. Todos querían huir del barco que se hundía y todos querían subirse al barco que llegaba.

¿Y qué eran la Reforma y la Ruptura? ¿Y quiénes estaban por la Reforma y quiénes por la Ruptura? Eso se vio enseguida, incluso antes de la muerte de Franco.

Querían la Reforma los que venían del franquismo e incluso habían ocupado puestos importantes durante la Dictadura. Sin distinción de color político y llenos de miedo por la incertidumbre de sus carreras políticas. Allí había, hubo, hombres que habían sido falangistas, otros que habían sido nacional-católicos, tradicionalistas, gentes del OPUS, empresarios triunfantes, banqueros del Régimen… y muchos-muchos del “Glorioso Movimiento Nacional” y partidarios a ultranza del Rey de Franco.

Querían la Ruptura la Izquierda Marxista (porque durante esos años el PSOE y el PCE todavía eran marxistas, leninistas y republicanos), los tránsfugas y arrepentidos del franquismo, los grupitos partidarios de Estoril, también algunos empresarios y banqueros (que el Dinero siempre pone huevos en distintas cestas)… otros y muchos-muchos “camaleones” de todo.

El choque entre ambos (Reforma y Ruptura) se radicalizó, naturalmente, al desaparecer Franco. De momento, siguió presidiendo el Gobierno Carlos Arias, y confirmado por el Rey, pero “aquello” (incluyendo el polémico “espíritu del 12 de febrero”) se sabía que era provisional, a pesar de haber entrado en el Gobierno Fraga, Areilza y Garrigues padre. Y provisional resultó, ya que en julio de 1976 el Rey despidió a Arias y llamó a Don Adolfo Suárez.

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Fue la hora de la verdad. O Reforma o Ruptura. Y ahí, en ese momento se vio la realidad de la situación. Los dos grupos querían imponerse y los dos grupos estaban llenos de miedos, porque nadie quería jugar al “todo o nada”. Por cierto, una situación muy parecida a aquella que Castelar denunció en las Cortes Constituyentes de 1868-69:

“No le deis más vueltas al problema. Vosotros queréis traer la Monarquía y nosotros queremos traer la República… pero ni vosotros tenéis fuerza para imponer la Monarquía ni nosotros la tenemos para imponeros la República. Así que a negociar y a pactar una salida”.

(Claro que “aquello” lo resolvió de un sablazo el General Martínez Campos, que fue quien sí impuso la Monarquía y el que devolvió la Corona a los Borbones).

Y entre 1976 y 1978 aquí sucedió algo parecido. Ni los de la Reforma podían imponer sus tesis, sabiendo ya que media España estaba por el “cambio”… ni los de la Ruptura podían imponer las suyas, sabiendo como sabían que “allí” estaba todavía el Ejército de Franco y el que los había derrotado en 1936.

Así que ambas no tuvieron más remedio que negociar y buscar un “consenso” de mínimos.

Los de la Reforma cedían, cedieron, en casi todo (incluyendo la legalización del Partido Comunista y lo de las “nacionalidades” para conformar y meter en el barco a los nacionalistas) y los de la Ruptura renunciaban, renunciaron, prácticamente a su pasado y aceptaron la Monarquía, la Bandera Bicolor y especialmente al Rey de Franco (¡adiós República, adiós al Morado de la Tricolor y adiós al Referéndum sobre la forma de Estado!). Todos a tragar. Al menos, como dijo socarronamente el profesor Tierno Galván, ¡de momento!

Y así nació la Constitución de 1978. Entre los miedos de unos y de otros.

Pero, las cosas han cambiado, radicalmente, 47 años después, ahora ya nadie tiene miedo al Ejército (si es que hay Ejército), ni nadie tiene miedo al Rey, ni nadie tiene miedo a las Instituciones y los intereses económicos son muy distintos. El Estado está en la picota y el futuro político es incierto. Porque al reconocer que Cataluña es una Nación y que España puede ser una Nación de Naciones aquí puede cambiar todo. Entonces fue Reforma o Ruptura ahora, ya, ya, ya es Unión o Independencia… y otra vez Monarquía o República, Federación o Confederación de Estados. O sea y dicho en plata, un verdadero “jaque a España”, al menos a la España de los últimos 500 años. Porque las puertas están abiertas al mejor postor, que no será en ningún caso al miedoso, al centrista, al moderado que es incapaz de dar la cara por defender su España, la España de todos.

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Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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