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Cuando hablamos de revolución ya no se nos viene a la mente aquel tipo guapo, machete en mano, que conquistó el siglo XX con su imagen. La revolución en el siglo XXI es de colores, dependiendo de la oportunidad, de la localización o de ambas, y hace alusión a la primavera y a las flores. Y no tiene nada que ver con los hippies… que ojalá tuviera…

La revolución disfruta, además, de una bonita relación con la «no violencia»precioso todo, Antonia— y sus bases de actuación quedan recogidas por el politólogo estadounidense Gene Sharp en su ensayo «De la dictadura a la democracia». Entendiendo por dictadura: todos aquellos regímenes que no se alineen con EEUU y/o con el ínclito George Soros.

«De la dictadura a la democracia» consta de 198 métodos para derrocar gobiernos y divide sus tácticas en tres grandes bloques: protesta, no cooperación e intervención. Ejecutados, generalmente, tras unas elecciones.

Hemos podido ver la «no violencia» adoptada por el señor Soros en todo su esplendor,  en lo que llevamos de siglo, en Túnez, Líbano, el Egipto de Hosni Murabak, la Libia del Coronel Gadafi, la heroica Siria de al – Assad, Yemen y el Irak de Sadam y las armas de destrucción masiva que aquel cretino de Bush buscaba en un cajón de su despacho, burlándose de miles de muertos y otros tantos vivos a los que dejo un futuro de hambre y piojos … —no quiero ni acordarme…, asco me da—.

O la revolución naranja de la Ucrania de Víktor Yanukóvich, un presidente electo tan bueno o tan malo como el pusieron los norteamericanos —tras la masacre en la Plaza de Maidan—, curiosamente del mismo partido, cuya única diferencia es que éste último se negaría a hacer tratos con Putin. Tratos que eran cojonudos  para el pueblo ucraniano que sin el gas barato de Rusia pasó un invierno de perros.

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En todos los casos, las llamadas revoluciones de color o golpes suaves, son estrategias de intervención silenciosa, utilizadas para derrocar gobiernos que no comparten la visión del Tío Sam, del grupo Bilderber o de Soros. Un trio que generalmente viene compartiendo intereses, como ocurrió con el espantapájaros de Bush o el Premio Nobel de la Paz que destruyó Oriente Medio, Obama, y que cambia radicalmente con Trump.

El resultado de las revoluciones de color ha sido, en la mayoría de los casos, una serie de estados fallidos con barra libre para el saqueo de las multinacionales y el pillaje de los intereses geopolíticos de las grandes potencias. El latrocinio de territorios majestuosos, de ciudades llenas de encanto, riqueza, bullicio, cultura… convertidos en solares infectos sembrados de avaricia y cadáveres.

Especial mención merecen otras revueltas como las de Cataluña, aquí en casa, o la que le está liando la «no violencia» a los EEUU del Presidente Trump, que irrumpió en la escena ganándole las elecciones al sueño americano de los globócratas y del señor Soros, que está que se tira de los pelos… Razón por la cual nuestro Cristobal Colón, nuestra Católica Reina Isabel o el  bueno de Fray Junípero Serra andan despedazados, tras ser atacados por las dulces hordas de la «no violencia».

En general, cualquier disputa en el corazón de Occidente, a ser posible Europa, es buena para la causa de la «no violencia» de Soros. Para la causa del hombre que declara abiertamente dejar la moral para sus ratos libres, mientras se pasea de gobierno títere, en gobierno títere, promocionando la filantropía entre la socialdemocracia tan al gusto de la progresía.

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Utilizando las causas justas, fuera de contexto y como armas arrojadizas para llevar a las sociedades a la pobreza y el enfrentamiento.  Causas que acaban sirviendo a sus intereses personales y que alimentadas y agasajadas con sus dólares de multimillonario egocéntrico y  endiosado, se convierte en prostitutas despistadas y desorientadas en el burdel la globalización.

El gobierno único, la sociedad abierta y todo tipo de eufemismos para enviar un único mensaje: quiero poder comerciar por todo el mundo sin barreras; y lo único que me lo impide son las raíces de los ciudadanos y sus vínculos familiares, sociales y nacionales. Sus valores y su cultura. 

Quiero el mundo para mí y un puñado como yo. Porque soy un psicópata que juega a ser dios.

Su filantropía es una cortina de humo al servicio de los planes de ingeniería social que tiene para la humanidad. Soros quiere el trono de Hierro para sentir que domina la voluntad del mundo mientras se ríe a carcajadas y hunde la economía de un país subdesarrollado con sólo apretar una tecla de su ordenador, para sentirse poderoso.

Y sólo cuando quiere llamar la atención hunde la bolsa de Londres, esperando que la City se postre a sus pies.

Quizá continúe… porque tenemos una deuda con Cataluña.

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REDACCIÓN