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El amor a la Patria, decía Jovellanos, no es «aquel común y natural sentimiento, hijo del amor propio, por el cual el hombre prefiere su patria a las ajenas», sino «aquel noble y generoso sentimiento que estimula al hombre a desear con ardor y a buscar con eficacia el bien y la felicidad de su Patria tanto como la de su misma familia; que le obliga a sacrificar no pocas veces su propio interés al interés común; que uniéndole estrechamente a sus conciudadanos e interesándoles en su suerte, le aflige y le conturba en los males públicos y le llena de gozo en la común felicidad».
Después de tu unión a «Podemos» porque «sois unos patriotas», tengo que puntualizarte que, el patriotismo, para San Agustín, «es el único amor que merece ser más fuerte que el de los padres», y en otro lugar señala la gradación justa de los amores de un hombre: «ama siempre a tus prójimos; y más que a tus prójimos, a tus padres; y más que a tus padres a tú Patria; y más que a tú Patria a Dios». Hasta cuando el amor por la patria respeta los principios de la justicia y de la razón, y, por tanto, es denominado amor racional («amor rationalis»), tal como dijo Remigio de Girolami, se trata del afecto por una república particular y por unos ciudadanos particulares que nos son queridos porque compartimos con ellos cosas importantes: las leyes, la libertad, el foro, el senado, las plazas públicas, los amigos, los enemigos, la memoria de las victorias y el recuerdo de las derrotas, las esperanzas, los miedos. Es una pasión que crece entre ciudadanos iguales y no el resultado del consentimiento racional otorgado a los principios políticos de la república en general. Puesto que es una pasión se traduce en acción, y de forma más precisa, en actos de servicio al bien común (officium) y de cuidado (cultus).
Por último, debe tenerse en cuenta que para los teóricos republicanos la caritas reipublicae es una pasión revitalizadora que impele a los ciudadanos a ejercer los deberes de la ciudadanía y que proporciona a los gobernantes la fuerza precisa para acometer las duras tareas necesarias para la defensa, o la institución, de la libertad. Como explica Tito Livio en el Libro II, sección 3, de su Historia, cuando cuenta las primeras etapas de la consolidación de la libertad romana tras la expulsión de Tarquino el Soberbio, fue la caridad hacia la república (caritas republicae) la que dio a Bruto la fuerza moral para superar su rechazo y acometer la desagradable tarea de hablar contra Lucio Tarquino ante el pueblo de Roma. No se me ocurre nada que se parezca a lo que postula un Partido antisistema con poco o ningún respeto por las Leyes emanadas de la voluntad popular.
Patria era entonces la tierra de los padres, a la que se ligaba cada uno y todos entre sí por lazos de sangre, por el mandato de los muertos, de la tradición, y por el propósito de realizar juntos empresas que nutrieran sus vidas. Posteriormente se amplió el horizonte y se expandió este sentimiento, creando apetencias espirituales colectivas y motivos para la vida y la acción común como la unidad religiosa. El fenómeno político del nacimiento de las naciones robusteció y dio nuevas calidades al sentimiento de la Patria. Patria y Nación vinieron, entonces, a superponer sus límites. Ahora bien: puesto que es seguro, al menos, que la patria es algo más que el suelo sobre el que sustenta la nación, el patriotismo no puede ser sólo la atracción que ejerza sobre nosotros determinada parcela terrestre, que ni eso lo considera tú partido; el patrimonio es algo más que esta querencia: es una ferviente aspiración al bienestar, al florecimiento y a la libertad de la patria; pero es también la solidaridad del individuo con su historia; no puede sentir amor a la patria quien reniegue y se exente de su historia como haces tú; patriotismo es, también, amor al pasado, respeto a las generaciones que nos precedieron, amor al pasado, amor actual y amor al futuro.
Sólo en la moral religiosa puede apoyarse un patriotismo juicioso, respetuoso con la personalidad humana, y sometido escrupulosamente a las leyes divinas. Con esta limitación al juramento de fidelidad a la Patria que hiciste y que ésta exige de sus hijos, se elevan las obligaciones militares a la categoría de deberes religiosos. Por algo en otro tiempo se llamó al juramento de fidelidad sacramento militar.
Pero, según Vigon, nadie está obligado tan estrechamente al cumplimiento de unos deberes que no conoce bien, lo que pudiera ser un agravante en tú caso que tienes más de treinta y cinco años de servicio en los Ejércitos y, por tanto, conocimiento de su código de conducta. Una vez más, es preciso hacer mención de la Deontología, pero se debe añadir que para con ella es necesario la educación y el entrenamiento patriótico del que tú careces. Esta es una tarea a la que ha de dar carácter preferente quien haya de orientar la educación nacional que, para el caso, no hay ambiente más adecuado que el Ejército.
Cuando los dirigentes políticos fueron extra vertiéndose, europeizándose, y, si se quiere, internacionalizándose en cierta medida, el sentimiento patriótico nacional se fue reflejando sobre esa última línea que es el hombre de la nación. Y como de esta clase se ha nutrido siempre el Ejército, ha sido en ella donde viene a residir el más acendrado sentimiento patriótico. No es extraño, pues, que, en las ocasiones difíciles, cuando gente de bonísima voluntad de inteligencia brillante equivocan el camino y extravían a sus seguidores, como pudiera ser en el mejor de los casos, sea el Ejército el que acierte a señalar de qué lado está la Patria, con un finísimo sentido histórico; día en el que tu desearías no haber vendido, incluso, a Occidente.
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