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Dedicado al señor don Javier Navascués, por su excelentes trabajos sobre la capacidad criminal de ETA  

A día de hoy, bien porque sus autores materiales están huidos, bien porque están perdonados y no han confesado todo, bien porque penando en la cárcel esperan cumplir sus rebajadas condenas y no decir más, cientos de asesinatos están aún por resolver. Y creo que hay un deseo de olvidar, que es lo que se impuso el Estado desde el 21 de noviembre de 1975, sacrificando el derecho de justicia de muchas víctimas para allanar el camino de la paz ignominiosa, o mejor dicho, para conseguir que ETA dejara de matar, que en algunas épocas lo hizo a placer.

La respuesta a ETA, que fue el error fundamental de la Transición, ha sido el error que se ha sostenido hasta el final. Esto es, hasta que cansados los miembros de sus comandos por haber llegado a cierta edad o porque estuvieran enfermos, porque las nuevas incorporaciones no tenían la experiencia necesaria frente a la acción policial acumulada y porque ya no era rentable, reclamaron al Estado lo que éste tantas veces les había anunciado a través, principalmente, de todos los ministros del Interior de los diferentes gobierno de la Corona, incluso del mismísimo Juan Carlos I: “El día que ETA deje de matar, el Estado sabrá ser generoso”. Recado al que se agarró la terrorista y primera mujer en ocupar la dirección de ETA, María Dolores González Catarain, “Yoyes”, hoy tenido por una demócrata, cuyo recuerdo no ha dudado en potenciar el mismo Estado, pese a que sobre la susodicha pesen cargos criminales de primer orden de importancia, y fuese responsable de muchas muertes.

ETA ha estado muy presente en el PNV, y en todo el espectro político vasco al que el Estado siempre ha denominado, incluso considerado, “nacionalismo vasco democrático”. Denominación contradictoria supuesto que ese nacionalismo, en realidad independentismo, no ha respetaba nunca la Constitución ni la democracia en la parte del propósito que le animaba, no otra cosa que separarse de España de la forma que fuera. Así pues, ETA y el “nacionalismo vasco democrático” desde el principio han caminado juntos, siendo ETA su brazo armado, aunque el brazo político tratará de no tomar partido en las acciones terroristas, al menos en las más escabrosas: las grandes matanzas. La convivencia es demasiado esencial para comprender la trayectoria de ETA desde sus inicios hasta el final. Por eso en el asesinato de Miguel Ángel Blanco la relación de ETA con ese mundo político transitó un camino muy delicado, e incomprensiblemente no forzó al Estado a responder conforme a Derecho, lo que hubiera salvado de la muerte a cientos de personas. Muertos que siguen exigiendo justicia, porque a ellos les sobran las pensiones.   

En este sentido, no dudo que la Historia se ocupará de hacer una investigación mucho más extensa y amplia de la que hoy disponemos, sin dejar ningún nombre fuera, puede incluso que antes de que mueran los dirigentes de esas fuerzas que como inductores, cooperadores, cómplices y encubridores sostuvieron a ETA. Historia necesaria porque el Estado nunca dejó que se investigara esta relación a fondo, y cuando la policía o los jueces se encontraron con pesquisas se toparon con el muro burocrático que les impusieron los diferentes gobiernos de UCD, PSOE y PP: testigos manipuladores, custodios de pruebas que desaparecieron, y causantes de amenazas de muerte y chantaje.

Por eso en la historia de ETA sigue habiendo razón para seguir denunciando. A la par que esta historia ignominiosa enriquece nuestro conocimiento sobre la Transición y la democracia en España, y nos deja con la convicción de que quienes han sostenido, sostienen y sostengan que la Transición y todo el periodo posterior fue pacífico, generoso y pacífico son encubridores de todo lo comentado. Unos sinvergüenzas.

En definitiva, nos referimos a una realidad que ninguna nación de Europa hubiera consentido y que es campo abonado para seguir saldando cuentas con el Estado, contra sus tres Poderes, contra el Ejército y la Iglesia, contra la sociedad española en general, porque sólo una minoría supimos estar a la altura de la responsabilidad.

Por cierto, a mí me sigue faltando hablar de las represalias. Sin descartar que éstas sean medidas y ajustadas al interés del vengador, o por mejor decir, del justiciero.                                                                                                    

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Pablo Gasco de la Rocha
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