03/12/2024 18:05
Getting your Trinity Audio player ready...

El distributismo, también conocido como distribucionismo, es un sistema económico basado en la Doctrina Social de la Iglesia Católica, primero anticipada por el papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum del año 1891 y más extensamente explicada por el Papa Pio XI en su encíclica Quadragesimo Anno de 1931. Los pensadores G. K. Chesterton y Hilaire Belloc aplicaron estos principios de «justicia social» en sus obras sobre la tercera vía económica, frente al socialismo y al capitalismo.

La palabra distributismo proviene de la idea de que un orden social justo puede lograrse a través de una distribución mucho más amplia de la propiedad. Distributismo significa una sociedad de propietarios. Significa que la propiedad debería pertenecer a muchos en lugar de a unos pocos.

De acuerdo con el distribucionismo, la propiedad privada de los medios de producción debería estar distribuida lo más ampliamente posible entre la población. Un resumen sobre el distributismo se encuentra en una declaración de G. K. Chesterton: «Demasiado capitalismo no significa muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas».

Pío XI (Achille Damiano Ambrogio Ratti), Papa entre 1922 y 1939, ha pasado a la historia de la Iglesia Católica como posiblemente el de mayor, más extensa e intensa actividad, merecedor de títulos tales como «el papa de las encíclicas», por haber escrito una treintena; «el papa de los concordatos», al buscar mejorar las condiciones de la Iglesia en diversos países mediante la firma de 23 convenios; «el papa de la Acción Católica», pues uno de los principales objetivos de su pontificado fue organizar a los laicos a través de la Acción Católica, con el fin de cristianizar todos los sectores de la sociedad; «el papa de las misiones», por su impulso a la actividad misionera; y «el papa de las canonizaciones», por haber elevado a los altares a 33 santos y haber dado cauce en su pontificado a 500 beatificaciones…

El liberalismo como fenómeno histórico fue el proceso mediante el cual se sustituyeron las estructuras de justicia por estructuras de explotación, de cambio de la solidaridad por el egoísmo. Esta dinámica está, por supuesto, implícita, presente en las mismas teorías del liberalismo, que suponían que la sociedad estaba compuesta por actores egoístas que se unían solo para promover su propio interés, y que así reemplazaba la autoridad con la desinteresada «mano invisible» de las leyes económicas y la aplicación política de manera indiscriminada de los derechos de propiedad.

Pío XI explica las conexiones entre el liberalismo y el socialismo en parte a través de una explicación histórica: antes del liberalismo, el mundo social estaba conformado por lo que podríamos llamar estructuras de solidaridad. Tales estructuras solidarias eran la familia, la comunidad, la iglesia, el gremio, las asociaciones profesionales y también las estructuras políticas como el pueblo o la aldea. Esas estructuras tienen sus raíces en la vecindad y la amistad. Históricamente, estas estructuras eran jerarquías ordenadas de autoridad y cuidado, regidas por la ley moral, que ascendían hasta el nivel de lo que llamamos Estado. En principio, cada nivel en esta jerarquía de solidaridad cuidaba o ayudaba al nivel inferior, incluso siendo obediente y recibiendo el cuidado de los niveles superiores. Toda la jerarquía estaba ordenada a la felicidad, a procurar una buena vida y, en última instancia, a la salvación de cada persona individual: la más alta, podríamos decir, era para los más bajos; el poder era para la debilidad.

Pío XI definió y desarrolló el principio de subsidiariedad para describir este tipo de jerarquía social.

Pío no era ingenuo y sabía que el mundo premoderno no era una especie de utopía cristiana, pero, sí hizo especial hincapié en el periodo premoderno había sido mejor que el mundo contemporáneo porque estaba enraizado en el imperativo cristiano del amor a Dios y al prójimo, produciendo así una autoridad social que era siempre una participación en la autoridad misma de Dios. Un orden de subsidiariedad es un orden de autoridad, que surge de la autoridad de un simple padre y asciende a la autoridad del rey, y más allá de él, a Dios mismo. La autoridad viene de arriba para levantar lo de abajo. En esta concepción, el poder político no era del pueblo; era de Dios. Los papas del siglo XIX y principios del XX nunca se cansaron de insistir en este punto. Todo el poder social era de Dios: este era el corazón de una sociedad basada en la caridad, en la solidaridad: el amor fluía hacia abajo. A esto se refirió Pío XI como el reinado de Cristo Rey, al que dedicó su pontificado a intentar restaurar.

LEER MÁS:  La Casa de Saboya: guardiana del bien y del mal. Por Claire Gruié

Lo que el Papa Pío XI describe en sus muchos escritos es cómo, a lo largo de la historia moderna, estas estructuras de solidaridad fueron constantemente desplazadas y reemplazadas por estructuras de intereses particulares. Una forma política justa fue sustituida por una forma política injusta.

Santo Tomás de Aquino nos ayuda a comprender tal sustitución cuando afirma que el hombre es social por naturaleza; y como consecuencia esto significa que los humanos están necesariamente e inevitablemente organizados de manera jerárquica. El dominio de algunas personas sobre otras personas es natural e inevitable.

Tomás de Aquino describió dos formas de organización jerárquica:

La primera forma es la forma justa: el amo, que posee el poder, lo usa para el bien de aquel sobre quien lo ejerce. El ejemplo clásico es el poder de un padre sobre su hijo. Este es el poder como solidaridad, que toma la forma de subsidiariedad. El poder de uno se usa para perfeccionar a otro.

La segunda forma es la de la injusticia: cuando el poderoso usa su poder sobre otro para su propio interés. Al hacerlo, reduce a la persona más débil a un mero instrumento. El ejemplo clásico es un amo y su esclavo. Este tipo de poder tiende a la centralización y a la explotación. Es importante que veamos que la distinción moral entre poder justo e injusto tiene implicaciones sistémicas y estructurales inmediatas. Las personas construyen estructuras sociales en la búsqueda de sus fines. La forma de una sociedad está ligada directamente al fin que persigue. Cuando el poder desea justicia, crea estructuras justas. Cuando el poder desea la injusticia construye formas de organización injustas.

Bien, volvamos al distribucionismo, o distributismo:

Para el capitalismo la propiedad privada de los medios de producción es «sagrada», en cambio el socialismo otorga la propiedad de los medios al estado. En el comunismo, la propiedad privada desaparece y pasa a ser monopolio del Estado. En consecuencia, la libertad de mercado no se puede concebir en un sistema comunista, al contrario del capitalista.

De ahí la necesidad de encontrar una tercera vía que supere estos dos sistemas. Y, según proclama Chesterton desde la tribuna, la solución solo puede pasar por volver a poner a la familia en el centro de la sociedad, favorecer que una gran mayoría tenga acceso a la propiedad privada y fomentar el localismo, la máxima participación de la gente y la mínima intervención del Estado

En el distributismo, no se niega la propiedad privada, sino que partiendo de ella se pretende una distribución tal que garantice no sólo la libertad de acción en los mercados, sino también el libre acceso. Evidentemente, más allá de criterios de conseguir lo que se pretende y con el menor coste, el distributismo requiere de una Ética para establecer una justicia distributiva y que a su vez garantice la libertad individual.

Los mercados funcionan mejor, son más eficientes, cuando se garantiza la libre concurrencia, su libre acceso. Los poderes asimétricos en las fuerzas del mercado dan lugar a pérdidas de eficiencia. El distributismo defiende, además, que este libre acceso desde la propiedad distribuida sería condición relevante para el desarrollo del trabajo dignificante y creativo. La experiencia de la producción en serie mediante cadena de montajes, como por ejemplo la diseñada por Henry Ford, ponían de manifiesto el trabajo alienante frente al dignificante. A esto habría que añadirle que, en la decisión individual, cada persona dispone de incentivos suficientes para el progreso de su bienestar no sólo material sino también espiritual.

Además, el distributismo aboga por el principio de que aquello que pueda hacer una empresa más pequeña no lo haga una empresa más grande. Esto es problemático cuando el crecimiento económico es impulsado por economías de escala, es decir que la suma de dos empresas produce más que por separado. En este sentido, el distributismo es difícil de reconciliar con el crecimiento económico moderno y que se estima en el orden de lo material en lo cuantitativo. No obstante, a inicios del siglo XXI, son muchas las teorías que apuntan hacia un crecimiento en calidad de los países avanzados frente al crecimiento en cantidad. La idea es que, llegado a un punto, la decisión de consumo no sería tanto en ir a muchos restaurantes en un día sino ir a un restaurante de mayor calidad por el que se está dispuesto a pagar más por el cubierto. Aplíquese este razonamiento a muchos de los servicios y productos de nuestra cesta de consumo.

LEER MÁS:  Asesinan de un balazo al Obispo Auxiliar de Los Ángeles, Mons. David O’Connell

Este esquema de organización descentralizada es el que dio origen a la Corporación Mondragón desde 1956, cuando fue fundada por el padre José María Arizmendiarrieta. Este sacerdote buscó una forma práctica de poner en acción la doctrina social de la Iglesia y generar prosperidad en una región empobrecida por la guerra civil. Actualmente, la Corporación Mondragón está integrada por 100 cooperativas autónomas e independientes y constituye el primer grupo empresarial vasco y el décimo de España. En la actualidad da empleo a más de 70.000 personas y está presente en más de 150 países, abarcando actividades industriales, de distribución, finanzas, e incluso cuenta con una universidad propia.

Por otro lado, otro ámbito que pretende cubrir el distributismo es lo relacionado con aquellos bienes y servicios que no pueden ser provistos por la iniciativa privada. En este sentido, para los bienes públicos como la Defensa Nacional, la seguridad social, etc. aboga por el Estado, pero siempre de forma subsidiaria y guiado por el principio de solidaridad.

En suma, el distributismo de Chesterton indica que una distribución ética de la propiedad privada que garantice la libertad individual de actuación y acceso en los mercados, de una dimensión pequeña en la producción preferente a una producción en masa y de unos criterios de solidaridad para la provisión de los servicios públicos y la defensa del bien común son claves para un Economía local y humana en un mundo que avanza globalmente.

Mientras el mundo del siglo XX, se desangraba en la pugna ideológica entre dos sistemas antagónicos como el capitalismo y el comunismo, el distributismo surgió como respuesta necesaria para trascender a la trampa materialista. A principios del siglo XXI, la globalización ha avanzado a la par que se consolidaba el capitalismo como sistema vencedor de la pugna del siglo anterior.

Esencialmente, el distributismo se caracteriza por su promoción de la distribución de los bienes. Sostiene que, mientras que el socialismo no permite a las personas la propiedad de bienes de producción (todos están bajo el control del Estado, la comunidad, o de los trabajadores), y mientras que el capitalismo permite sólo a unos pocos la propiedad de estos, al contrario el distributismo trata de asegurar que la mayoría de las personas se conviertan en los propietarios de los bienes productivos, es decir, que los bienes que producen riqueza, es decir, las cosas que necesita el hombre para sobrevivir. Incluyendo, por supuesto, la tierra, herramientas, etcétera.

A menudo se ha descrito como una tercera vía de orden económico, además de socialismo y capitalismo. Sin embargo, algunos lo han visto más como una aspiración, que ha sido realizada con algún éxito en el corto plazo por el compromiso con los principios de subsidiariedad y la solidaridad del cooperativismo (que se construye en estas cooperativas locales financieramente independientes, uniendo propiedad privada y mercado con trabajo colaborativo e igualdad de decisión).

El distributismo no está presente en el ideario o en el proyecto de gobierno de ningún partido político con representación parlamentaria en el España, aunque sí lo está en algunas propuestas de la Comunión Tradicionalista Carlista; y puestos a buscar, también, si uno presta atención acaba encontrando relación entre distributismo y las propuestas del nacionalsindicalismo de Falange Española de las JONS…

El distributismo ha conseguido cierta notoriedad en España gracias a las propuestas y publicaciones realizadas por el Think Tank Chesterton, dirigido por Álvaro Guzmán Galindo y que editó el libro «Las exigencias de la Doctrina Social de la Iglesia: El ejemplo de Chesterton» escrito por Francisco Jesús Carballo

Autor

Carlos Aurelio Caldito
Suscríbete
Avisáme de
guest
2 comentarios
Anterior
Reciente Más votado
Feedback entre líneas
Leer todos los comentarios
José Luis Fernández

Mi enhorabuena al autor de este artículo por exponer con claridad en qué consiste el sistema económico denominado «distributismo». Actualmente el sistema capitalista está basado en grandes empresas que tienen la forma jurídica de sociedades anónimas, cuyo capital está dividido en acciones que están sometidas al juego especulativo de la oferta y la demanda en las Bolsas de Valores; eso favorece, únicamente, a una élite de multimillonarios que domina los mercados financieros pero perjudica a la inmensa mayoría de la población de cada país. Las empresas debería tener la forma jurídica de cooperativas, siendo todos los trabajadores (desde los directivos hasta los aprendices) socios de esas cooperativas, y los salarios deberían ser mayores cuanto más duros o peligrosos sean los puestos de trabajo de tal forma que, por ejemplo, los que realicen tareas administrativas cobren menos que los que sacan el hierro fundido de un alto horno.
Las cooperativas de un país podrían intercambiar avances tecnológicos con cooperativas de otros paises, dentro de sus respectivas ramas de actividad, pero sin deslocalizar la producción para evitar la pérdida de puestos de trabajo. Es necesario acabar con el «globalismo» que consiste en fabricar productos en paises con bajos costes de mano de obra para luego venderlos en otros paises a precios mucho más altos lo cual destruye puestos de trabajo (el llamado dumping social); la producción y la venta deberían realizarse dentro de cada país o, como máximo, dentro de un bloque económico como sería el de los paises europeos.

Dum Spiro Spero

¿Y quién imprime el dinero? ¿Quién es el dueño del dinero, bancos extranjeros, o nacionales, que emiten dinero sin usura ni deuda, sino en función de la capacidad de producción y necesidad? Quién posee el dinero, y cómo lo recibe el Estado, es el gran problema. Después de eso o una vez visto esto, distributismo tiene su encaje.

2
0
Deja tu comentariox