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Santiago Abascal encendió el puro de la solemnidad y la Fe, mientras la jauría filoetarra endemoniada y taruga, amamantada por 40 años de cacicato peneuvista, lanzaba piedras contra los representantes, simpatizantes y votantes de Vox. Sestao no fue la tumba de Abascal; fue la palestra de su victoria.
El escaño logrado por Vox en Vascongadas, encarnado en una valiente mujer vasca –por tanto doblemente española- curtida en el trabajo y la preclaridad de los valores irrenunciables, es la pica del españolismo de nuestros mejores ancestros: los que batieron el cobre contra los invasores de España, fueran éstos los mahometanos del siglo VIII o los napoleónicos del XIX.
Amaya Martínez será la representante de Vox en la Cámara vasca. Se trata de una mujer entrañable, familiar, dedicada al trabajo y licenciada en Ciencias de la Información. Su conservadurismo moral y personal, y su apuesta por el trabajo como valor imperecedero ejercido en la Armería que regenta junto a su esposo, son su mejor aval de honestidad.
Vox ha pasado de obtener 700 votos en los pasados comicios vascos de hace 4 años, a obtener 18.000 en los actuales. La campaña electoral vasca ha sido una tortura empapada de coacciones y agresión: la marea de embravecidos ataques ultraizquierdistas y terroristas contra los mítines de la formación verde ha producido la anulación de sus derechos políticos elementales por parte de las hordas proetarras y peneuvistas. El clima de terror creado no ha impedido que los vascos más valientes, sin papeletas de voto en sus casas –secuestradas por el esbirro de Pedro Sánchez-, hayan accedido en sus colegios electorales a coger el voto y, bajo las miradas asesinas de los batasunos, depositarlo en la urna por la defensa de España. El miedo ha sido derribado.
Vascongadas apestaba a terror convertido en muro infranqueable que acaba de ser resquebrajado por 18.000 valientes que apuestan por ilegalizar a separatistas antiespañoles, expulsar a los “menas” y derribar la taifas autonómicas.
El hedor del PNV en Vascongadas es el del jesuitismo traidor y supremacista de ese enloquecido, cobarde antológico, renegado España y llamado Xavier Arzalluz.
El PNV no ha dejado nunca de guardar la esencia de alcantarilla que les llevó a torturar a inocentes desde sus Chekas del Madrid frentepopulista, a tratar de pactar con el bando franquista mientras lo hacían con la República en cuyo bando militaban, y a pedir una rendición a los nacionales precedida del vergonzante “pacto de Santoña”. Los “gudaris” peneuvistas fueron literalmente hechos cagar encima por las fuerzas Requetés navarras que ridiculizaron al “aguerrido ADN heroico” predicado por Sabino Arana y convertido en caquita gallinácea ante el avance franquista. Los “heroicos gudaris”, deseosos de salvar su jeto así como a su líder, el hipócrita lendakari Aguirre, abrieron a los nacionales las puertas de Bilbao y les facilitaron la conquista del norte de España.
La benevolencia franquista construyó una España unida, grande y libre, pero no masacradora del clero separatista vasco, anidado en rencores inconfesables y en un jesuitismo marxista leninista que guardaba venganza. Las sotanas vascas crearían a la ETA y su estela de terror llegados los años 60. De no ser por el proceso de Transición a la democracia iniciado tras la muerte del Caudillo, la ley antiterrorista franquista, ejecutada con la pureza de sus fines, habría exterminado a la ETA y al proyecto separatista vasco dada la debilidad militar y política que los últimos fusilamientos y acciones policiales le habían asestado a la banda criminal.
El PNV se enquistó en la Democracia de 1978 como el pálpito de un presagio terrible. Llegaba a la cancha del sistema de partidos con el asenso de un Estatuto autonómico, el de Guernica, y un privilegio grabado a fuego que conformaría su cacicato irremplazable; el “concierto” económico vasco, un aserto contrario a la igualdad jurídica y fiscal de los españoles que construye la bonanza vasca sobre el empobrecimiento del resto de España.
40 años de Estado autonómico y cesiones inenarrables al separatismo, han convertido a ETA en un poder político llamado Bildu que ya no necesita matar para gobernar Vascongadas y definir la política española. El Parlamento vasco es una casa de los horrores donde el PNV es sólo la edición pastueña, canónica y beata de la ETA marxista de siempre, hoy poderosamente representada en 22 escaños manchados de sangre.
Con engolada voz de filibustero, Carlos Iturgaiz y su coalición con Ciudadanos, se presentaba a las elecciones vascas como el indiscutible y meteórico “centro-derecha” unidito y exitoso. Pontificaban, los palmeros de Pablo Casado, que la unidad les daría la fuerza, pero el retroceso no les ha podido resultar más calamitoso.
Los discursos de Carlos Iturgaiz eran un “remake” del peor Rajoy amenizado con gotitas del “anís Arrimadas”, dulcecín en la voz y enclavado en la nadería vacua de lo pacato, almibarado y adocenado. El “centro” mojigato ha recibido el bofetón electoral merecido.
La España anhelante de palabras gruesas, de energías desparramantes, de asertos valientes, de voces sin tasa y freno, de una defensa de la España anti autonomista y anti separatista ya tiene a una valiente vasca –y por tanto, doblemente española- llamada Amaya Martínez que ocupará asiento en la Cámara vasca. Una mujer valerosa que mientras Santiago Abascal fumaba su puro frente a la jauría etarra ya sabía que la estela del Jefe del partido, traía la inspiración, el ánimo y el ejemplo.
Amaya Martínez se ha convertido en una heroína de libertad destinada a atacar, desde su humilde plaza que es su escaño, los tabús hasta ahora intocables que los pactos y componendas entre separatistas y autonomistas habían impuesto. Viene, con su temple y su voz, a colaborar en el renacimiento de la España libre en tierra vasca. Su catadura moral es la de aquella patriota llamada Manuela Malasaña, que en un ambiente de bayonetas napoleónicas, en el Madrid ocupado de mayo de 1808 dio el ejemplo, el valor y la vida al servicio del ideal magno de redimir España contra sus ocupantes. La valentía de Manuela Malasaña, que sorteando las balas francesas, pasaba la pólvora y las municiones a los combatientes acaudillados por los oficiales Daoiz y Verlarde, se convirtió en timbre de honor y heroísmo para los españoles de una Patria hostigada, que no se resignaban a someterse a un poder extraño y usurpador. En el parque madrileño de Monteleón, cuando el Emperador francés hundía su bota y ponía sus patíbulos en las calles de la capital de España, la joven Malasaña hacía de su ejemplo la virtud que todo un pueblo luciría durante cinco años de guerra contra el invasor francés hasta derrotarlo y expulsarlo. Lo que parecía inimaginable en 1808, cuando España yacía dominada por el poder extranjero más terrible y hegemónico, se hizo realidad en 1813: España era libre.
Amaya Martínez no correrá el destino trágico que sufrió Manuela Malasaña, y no lo hará porque sus espaldas, y sus fueros, estarán bien custodiados por la fuerza de un partido de hombres como Abascal y mujeres como Macarena que serán su corte valiente y defensora.
La “Malasaña” vasca –y doblemente española- Amaya Martínez, tiene un escaño teñido del verde esperanza de Vox, que es de una España abierta en reconquista sobre una tierra vasca que desde el 12 julio comienza a respirar el ejemplo de virtud, honor y coraje que como el de los valerosos españoles del 2 de mayo, debe llevar a Vascongadas a un futuro de liberación y reunificación absoluta con la madre Patria.
El de Vox no es sólo un escaño; es el inicio de la liberación contra el yugo opresor separatista. La gran empresa que afronta Amaya Martínez es la de la España que una vez más no se resigna a morir. Ha sido abierta, por fin, la grieta en un muro separatista y totalitario que a no mucho tardar, empezará a desplomarse.
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