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Manuel García Morente (1886-19142) es una de las grandes figuras culturales de la España del siglo XX y, además, uno de los católicos más significativos y ejemplares de su tiempo. Dos aspectos que se unen en la misma persona.
Voy a empezar refiriéndome al primer aspecto.
¿Quién era Morente, como antes se decía, en el siglo?
Hay que situarlo en el contexto de un momento brillante de la cultura española, lo que José Carlos Mainer ha llamado “La edad de Plata”. Es un momento verdaderamente luminoso en todos los campos artísticos y teóricos. Julián Marías recuerda aquella Facultad de Filosofía y Letras, de la que Morente era decano, a la que califica de “prodigiosa”. La enumeración de algunos de sus profesores habla por sí sola: Ortega, Zubiri, Menéndez Pidal, Américo Castro…
Normalmente se relaciona esta cima cultural con la II República. Esto es un error. Las instituciones, los nombres y las obras de esta etapa son, en su mayoría, anteriores a 1931. La Junta de Ampliación de Estudios, por ejemplo, de la que fue alumno Morente, funcionaba desde principios de siglo, vinculada a la Institución Libre de Enseñanza[1].
Morente, como suele llamársele, pertenece a una generación de intelectuales españoles que tienen unos rasgos distintivos frente a sus colegas anteriores. Frente los hombres del 98, más centrados en el problema de España, con un talante pesimista, dolorido; estos hombres, cuya figura más significativa, y sin duda su líder, es Ortega, se abren a la cultura europea, tanto en las humanidades como en las ciencias. Dan la sensación de un talante más moderno, más europeo. La mayoría de ellos sale fuera de España para completar estudios, normalmente a Alemania, Francia o Reino Unido. En el caso de Morente, realiza estudios en Francia y Alemania.
Otro rasgo que define el perfil intelectual de Morente es su pertenencia a una cultura laica, liberal, inspirada en el institucionalismo. Este laicismo -como el del Ortega o Menéndez Pidal- convive con la cultura católica con un talante de respeto y tolerancia. Un hecho frecuentemente olvidado es que en la Restauración se respira una ambiente de convivencia y pluralismo que se rompe con el vendaval de radicalización y sectarismo de la República.
Morente es un hombre bien situado en el mundo intelectual y social. Ha sido subsecretario de Instrucción Pública (entonces se llamaba así el ministerio de Educación) en el gobierno de Berenguer, en la última etapa de la monarquía alfonsina. Suponemos que ocupó el cargo con un perfil más técnico que político, ya que nunca fue hombre de partido o bandería. Es curiosa la opinión del presidente del gobierno de la República, Manuel Azaña, recogida en sus diarios:
“He recibido a García Morente, decano de la facultad de Letras, conocido mío, íntimo de Ortega, Subsecretario de Instrucción Pública en tiempo de Berenguer, y preceptor un tiempo de la duquesa de Alba, cuando a unos cuantos filósofos les dio por rozarse con la aristocracia” Azaña termina con un comentario, muy propio de su estilo incisivo: “Es muy locuaz y muy redicho”[2].
Su importante labor intelectual, según algunos autores, tiene la limitación de ser más estudioso y expositor que creativo.
“Muchos esperaban de él fuese forjador de modernas teorías filosóficas Pero no creo tuviera el neoconverso profesor genio creativo para ello; sería, a los sumo, un buen conciliador del pensamiento actual con el tradicional -síntesis armoniosa que buscaba afanosamente-“[3]. El profesor Alonso-Fueyo es un ejemplo de un sector católico y tradicional que no terminó de aceptar al “nuevo” Morente.
El pensador Rafael Gambra, entonces un joven soldado en el frente de Valencia, se entera de la conversión por el “pater” de la compañía, que la presenta como un hecho milagroso. “Morente -dirá el “pater”- era el más técnico de los intelectuales y, por lo tanto, aquel de quien menos podría esperarse una conversión como aquella”[4]. Gambra matiza que por “intelectual” en los años republicanos se entiende a los escritores relacionados con la ILE y que se agrupan en torno a la Revista de Occidente. Es decir al mundo laico y liberal, en el que Morente sería, junto con Ortega, quizá el modelo por excelencia.
Por tanto, el modelo de intelectual que representa Morente no debe encajar mal con este nuevo régimen, por lo que éste tiene de modernidad de lo que hoy entendemos por valores liberales y democráticos. Sin embargo, no fue así. Todos estos hombres pertenecen a un entorno social burgués y, por ello, todos, algunos claramente identificados con la República, se hacen sospechosos en el Madrid republicano, en el Madrid de las checas y Paracuellos. En agosto de 1936 el gobierno decide destituirle del decanato y nombra para el cargo al socialista Julián Besteiro[5]. Durante el acto de traspaso de poderes, le llega una noticia terrible: el asesinato de su yerno, joven ingeniero de prometedora carrera, hombre muy religioso y perteneciente al movimiento de la Adoración Nocturna (seguramente ésta fue la causa de su asesinato); dejaba viuda y dos niños pequeños. A partir de ahí su vida y la de su familia corren un auténtico peligro y viven escondidos y asustados. Decide huir a París ante la noticia fundada de que alguien ha decidido su asesinato. Allí va a vivir una profunda experiencia de miedo, pobreza, incertidumbre, amargura; una experiencia que lo lleva a replantearse los fundamentos vitales e intelectuales en los que, hasta ahora, se ha basado su vida.
En esta época, concretamente en la noche de 29 al 30 de abril de 1937, ocurre lo que va a llama el “Hecho Extraordinario”, un acontecimiento que a cambiar radicalmente el curso y el significado de su vida.
El hecho es ni más ni menos que su encuentro con Cristo. Es complicado explicar esto sin caer en el irracionalismo o el subjetivismo. Morente hace un esfuerzo por explicarlo teniendo en cuenta sus aspectos biográficos, ontológicos, psicológicos. Él lo expresa con una fórmula digna de un filósofo: “una percepción sin sensaciones”. Es consciente de esta presencia de una forma inmediata, intuitiva, sin que los sentidos aporten sensación alguna al pensamiento. Esta percepción dura un tiempo indeterminado y desaparece pero, a partir de este momento, el filósofo es un hombre nuevo, al modo paulino. ¿Una alucinación? ¿Un desequilibrio psíquico provocado por la enorme tensión que le acucia? Estas hipótesis se ven improbables, cuando se comprueba la coherencia y la lucidez con la que Morente recorre su nuevo camino que lo lleva al sacerdocio. Hay que darse cuenta de la mortificación y el ejercicio de humildad que supone para Morente esta nueva etapa. El obispo de Madrid le obliga a seguir con sus clases de Filosofía. La imagen de aquel hombre público y prestigioso acudiendo a sus clases en traje talar (el citado Rafael Gambra recuerda esa curiosa imagen) debió resultar extraña a sus alumnos. Esta nueva vida de creyente le abre también un nuevo campo, una nueva perspectiva en su labor intelectual, que apenas queda esbozada. Seguramente hubiera sido uno de los grandes pensadores tomistas[6], pero su prematura e inesperada muerte en diciembre 1942 trunca esta posibilidad que se presentaba tan prometedora. Incluso esta abrupta interrupción es significativa del carácter extraordinario de esta vida. “Cuando de improviso le sorprenda la muerte, la pluma del antiguo comentador de Kant en la Razón pura descansará para siempre sobre el recién empezado folio 73 de un comentario moderno a la Suma Teológica de Santo Tomás»[7].
Publicado en Marchando Religión
https://marchandoreligion.es
[1] Trato este tema en el artículo “El mito de la cultura republicana”: https://elcorreodeespana.com/politica/105253307/El-mito-de-la-cultura-republicana-Por-Tomas-Salas.html
[2] Manuel Azaña, Diarios.1932-193, Barcelona, Crítica, 1997, p. 419; la fecha es 19 de agosto de 1933. En una nota anterior, en la inauguración del curso de la facultad de Letras, leemos: “García Morente, decano (…) pronunció un discurso triste y bobo”. Puro Azaña.
[3] Sabino Alonso-Fueyo, Filosofia y Narcisismo. En torno los pensadores de la España actual, Valencia, Editorial Guerri, 1953. p. 43. El capítulo dedicado a Morente se titula “García Morente, gran expositor del pensamiento orteguiano”, pp. 41-51.
[4] Rafael Gambra, “El García Morente que yo conocí. (Aquella extraordinaria irrupción de la gracia)”, en Nuestro Tiempo, 32, 1 de febrero de 1957, p. 131.
[5] Sigo para este relato su obra El “Hecho Extraordinario”, Madrid, Rialp, 2006, 4ª ed. Se trata de una carta de contenido autobiográfico dirigida a D. José María García Lahiguera en septiembre de 1940, y que se hizo pública después de la muerte del autor.
[6] Ver Eudaldo Forement, “La interpretación de santo Tomás como Filosofía abierta”, en Cuaderno de pensamiento, 2, 1988, pp. 147 ss.
[7] Mauricio. de Iriarte, El profesor García Morente, sacerdote, Madrid, Espasa Calpe, 1951, p. 262.