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El domingo pasado, 13 de mayo del presente año 2021, se convocó una manifestación en contra de los posibles indultos a los condenados por el tan traído y llevado Procés.
Convoca la llamada plataforma Unión 78, y es una contradicción en términos, pues es como si la enfermedad convocara para solucionar con ella la falta de salud del cuerpo; me despierta profundas sospechas.
Y es que desde el asentamiento de los principios de la llamada Transición, allá por el año 1978, se ha querido hacer tabla rasa (peor que la del siglo XVIII) de la razón de España, del ser de España. Tal parece, que España nace en 1978, tras un parto cuyo origen está en 1975.
Entonces, a la patria se la sustituye por la democracia liberal (muy liberal); ya no es España el objeto de nuestros desvelos, es la entelequia de la democracia, eso es lo único importante que debemos defender y mantener. El sistema al servicio de sí mismo.
Todos aquellos antiguos principios que configuraban el alma de España, plasmados en el alto sentido de la hidalguía, que es Hispanidad, se diluyen en el caldo disolvente de la Constitución y del espíritu del 78.
Todo es cinismo y manipulación, mezclados o aderezados con una extraordinaria dosis de ingenuidad, digamos, aunque suene pretencioso, popular, desde 1975, todo es adoctrinamiento y apariencia propagandística, como el Golpe de Estado de 1981, el famoso y malvado 23 F: Crea un problema (cuanto más dramático más conmoción social), y dale la salvadora solución. Buen golpe de timón a los destinos nacionales.
El perjurio, la eliminación de los principios tradicionales e inmutable que antes servían de guía, la pérdida del honor personal y nacional, el imperio de la sinrazón… es el deplorable fundamento de esta transformación que vivimos, que padecemos.
Ya tenemos, por fin, esa democracia feliz y próspera que todo lo consiente, que todo lo perdona, que nos hace libres, bucólicamente libres, que abraza a todos, que permite todo, incluida, generosa, la nueva invasión mora, que nos trae su cultura para enriquecer nuestra miserable y atrasada tradición.
A falta de Principios Fundamentales, buenos son los votos, que todo lo justifican como razón última, que todo lo sanciona. El número sustituye a la verdad y al bien, al criterio, al más cabal o elemental discernimiento. Todo se puede votar. En realidad, esa falsa libertad es el principio de la tiranía, su inmoral justificación, hasta la más evidente septicemia social, ya de morbilidad preocupante.
No, no podemos buscar la salud en la consolidación de la enfermedad; no podemos conformarnos con pedir el alivio de uno de sus síntomas, si así lo hacemos, estamos condenados a indigna muerte.
No podemos confiar en una carta magna que propicia y alimenta las diferencias como elemento excluyente. ¡Cuánto extraño ese sano regionalismo de antaño, motivo de unión, de vergüenza torera, calor de hogar!
En realidad, debemos mantener la unidad de las tierras de España, ensalzando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria. Creo que son palabras de algún sabio y templado patriota, no estoy seguro. Bah, cosas antiguas.
No podemos confiar en una carta magna que, por primera vez en nuestra historia, nos niega la trascendencia, y en su defecto, fundamenta sus argumentos en la infértil (cuando no peligrosa) tierra de un progresismo ilustrado y universalista.
Sufrido lector, el mayor beneficiado de los errores del sistema es el propio sistema, que parece que se alimenta de las heces de su propia descomposición.
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