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Lo escribieron ellos. Para los nacionalistas vascos, las anteiglesias son los pueblos generadores y fundadores de Bizcaya; las villas son el producto de la Bizcaya Señorial. Las primeras existieron antes que los Señores e incluso antes que Bizcaya; ésta fue la confederación de aquellos, que, según ellos, eran verdaderos estados. Y las villas fueron fundadas por los Señores.
Antes de la batalla de Arrigorriaga no existía estado constituido al que pudiera referirse con el nombre de Bizcaya. En la victoria de Arrigorriaga es donde los nacionalistas entienden del nacimiento del Estado llamado Bizcaya; en ese momento se funda el Señorío, cuando se sustancia el núcleo bizkaíno, el seno patrio, el hogar nacional de algunos vascos.
La batalla de Arrigorriaga es, para muchos historiadores, una leyenda que se remonta al siglo XV, escrita por el cronista vizcaíno Lope García de Salazar en su libro “Las bienanzas e fortunas”. Según esa leyenda, Arrigorriaga se llamaba antiguamente Padura (marisma, en euskera), y que fue escenario de la batalla de Padura, que enfrentó a vizcaínos con asturleoneses en el puente de Moyordín, que la unía con la localidad de Zarátamo, en el curso de las guerras carlistas: la primera el 11 de septiembre de 1835 y la segunda en mayo de 1872. Arrigorriaga significa “piedra roja”. En todo caso, la victoria de Arrigorriaga es donde “se decide” la constitución del Estado de Bizcaya.
“La reforma señorial, permitió que el Señor de Bizcaya fuese a la vez Rey de España y, en su consecuencia, al decir de los nacionalistas vascos, el extravío hacia el hecho españolista, desde finales del siglo XIX, y última consecuencia de la degradante esclavitud de los vascongados”.
Para ellos, el Señorío no era más que una forma de gobierno secundaria, que no se significa con el lema vizcaíno de Señor de todas las naciones: jaun-goikoa. De esta forma, en Bizcaya no entienden más que la Majestad universal de Dios y la nacional de las Juntas Generales.
“Llegó un tiempo, en el siglo XIV, en que el Señor de Bizcaya (Juan) heredó el trono de Castilla y con él llegaría el espíritu mortífero del virus del españolismo”. Y añaden en sus escritos los nacionalistas, y no es broma; “que la boina y la corona son esencialmente incompatibles”.
Escuchen estas afirmaciones: “nosotros, a ningún maketo, a ningún españolista, odiamos tanto como al español o españolista que, conociendo la Historia de Bizcaya, se la da falseada, adulterada y españolizada al pueblo bizcaíno, para servirse de él en provecho de algún partido español”.
Guipúzcoa y Álava nombraron rey suyo al de Castilla, pero, como ellos aseguran, nunca se unieron a este reino español. Navarra fue conquistada en 1512 por Fernando de España, quien logró ganarse la adhesión de una parte de los navarros a través de una bula apostólica, sometiendo al resto por las armas. “Los Estados Vascos de la parte de acá del Bidasoa, hermanos por la raza, el carácter, las costumbres y la lengua, permanecieron separados entre sí, jamás unidos a la nación española”.
Los nacionalistas, según ellos, fueron conquistados al quedar exterminados por la primera guerra con la Ley de 25 de octubre de 1839, en virtud de la cual, los cuatro “estados vascos” fueron comprendidos dentro de la unidad constitucional de la Monarquía española. Es como si las derrotas militares no hubieran influido nunca en las decisiones políticas a lo largo de la Historia.
“¡Ah BIzcaya!” -se lamentaban los nacionalistas- “No te conquistaron las águilas romanas, que sólo sabían vencer, hoy te ha conquistado un pueblo que hacía muchos lustros no conocía la victoria…”. Otra vez falseando los hechos históricos. Los romanos pasaron de largo por aquellas tierras porque allí no había nada digno de ser conquistado por las armas.
La Ley de 21 de julio de 1876 remataría, después de otra guerra perdida, la acción de la anterior de 1839, tras aquella primera derrota. “No es precisamente Castilla, ni Andalucía, ni Galicia, ni Cataluña, ni ninguna otra región española, la que nos ha sometido, sino el poder de todas ellas unidas, a la cual, en lenguaje vulgar, llamamos Maketania o Maketaria”.
Así nos expresaban sus mejores deseos: “Tanto nosotros podemos esperar más de cerca nuestro triunfo, cuanto España se encuentre más postrada y arruinada”.
Y todavía hay más delicadezas contenidas en los escritos de los nacionalistas vascos:
“España, pues, ha comenzado a precipitarse por el abismo de la descomposición política y social más espantosa, y es probable que, no teniendo fuerzas para reponerse, se precipite hasta estrellarse en la sima de la revolución. En Euskeria, por el contrario, parece que al cabo va a sonar la hora en que salga de su profundo letargo”.
“Ahora, para concluir, daré, como testigo presencial, un dato para la Historia Contemporánea, el día de San Roque de 1893 se oyeron por primera vez en Guernica y Bilbao los gritos de: ¡Viva Euskeria Independiente! Y ¡Muera España!”.
Ya conocemos los resultados. Muchos nos preguntamos: “¿Partidos políticos españoles han dado y están dando el dinero de todos los españoles a estos miserables?”.
Sólo un comentario más: “Tonto el que lo lea”, porque no hay otra respuesta del pueblo español.
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