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Hace nada más que unos días y con un escaso margen de diferencia, dos psicópatas, uno un imbécil montuno e iletrado en Perú y el otro un narcisista desbocado y peligroso en España, han hecho de las suyas.
Lo de Perú era algo más que previsible: ¿A quién se le ocurre aupar a la presidencia de cualquier país a un cateto montaraz, sin formas y sombrerudo?
Lo del otro, el que con sus 23 secuaces palmeros ha tomado La Moncloa como la cueva de Alí Babá, algunos también lo preveíamos; aunque, siendo francos (aún se puede utilizar este adjetivo, pero demos tiempo al tiempo), los que supimos distinguir los nubarrones en la bola de cristal del sentido común, tampoco pudimos imaginar que la desfachatez pudiera alcanzar, ni rozar de lejos, cotas tales como las conquistadas por nuestro ejemplar.
Algunos empezamos, eso sí, a vislumbrar de lo que este tiparraco es capaz, ya no cuando su estilo sucio y marrullero le permitió llamar a su contrincante “indecente” en vivo y en directo en lo que pretendía ser un debate preelectoral; que este sujeto insultase así a su rival, cuando él mismo insultó a las inteligencias de sus correligionarios en las elecciones a Secretario General de su partido, no deja de tener su gracia; pero los suyos solo no lo echaron de allí a patadas, sino que finalmente, lo eligieron. Todo un retrato.
Finalmente, ha consumado lo que deberíamos haber imaginado: un golpe de estado al estilo de su homólogo y tocayo, el patán chotuno (de Chota, provincia peruana), solo que no tan torpe como su homólogo ultramarino, sino taimado, rastrero, falso como una peseta de Negrín (yo me entiendo) y con una excelente, aunque demasiado acelerada, estrategia de desgaste, podredumbre y colonización de todo aquello que se interpone entre él y sus deseos más obscenos: las Instituciones del Estado.
Porque nuestro Pedro es astuto, tiene esa astucia maligna de las alimañas que acechan y buscan el momento óptimo para dar la puntilla, como una araña que solo asoma o se intuye en su madriguera.
Y así, del mismo modo que inutilizó el INE poniendo al frente a su monigote, o la Fiscalía General del Estado, poniendo al mando a doña Lola (alguien casi tan mala como él mismo), ahora ha asestado el golpe de gracia, el hilo del que aún pendía la separación de poderes que es premisa de cualquier democracia (es un decir, porque no hay más democracia de verdad que la ateniense) o país maduro.
Ahora, nuestro ínclito y supremo Narciso entre los Narcisos ya no esconde las cartas en la manga; ya no necesita disimular sus dotes de tahúr, porque sus épicas mentiras (y lo que es más, su desparpajo al decirlas y desdecirlas) ya están a vista clara de todo el que tenga ojos u oídos; ya no necesita encubrir sus intenciones, porque ha cortado ese último hilo al asaltar el CGPJ y el TC: eran los últimos peldaños para autocoronarse Emperador de la Barataria en la que deja a un país que una vez fue grande, pero que ya está en plena pendiente para ser destruido completamente, destrozado por las fieras nacionalistas catalanas, vascas, gallegas y navarras de la desunión y el enfrentamiento. Si Blas Infante levantara su vil cabeza, seguro que estaría pletórico de ver que, al final, alguien quiere poner en práctica su sueño de una España dividida hasta el extremo de que dejara de existir como país.
Ante toda esta serie de ofensas insólitas a España y a la inteligencia de cualquiera que sepa anudarse los zapatos, muchos hemos salido a la calle solo para denunciar lo que ya todos sabemos de sobra; no sé si esas acciones son o no eficaces, pero yo creo que se estrellan contra la cara de granito del sinvergüenza y del coro de sus sabandijas, amplificado por una prensa cautiva y tan indigna como la misma fauna a la que respalda.
Ahora, con el golpe a la independencia judicial, con ese golpe de estado, nos encontramos ante lo que puede ser la puntilla de nuestras libertades; incluso, este aprendiz de tiranuelo, este remedo de cacique bananero de tres al cuarto, se permite amenazar con la cárcel a los jueces que no le rindan pleitesía y obediencia. Jamás se había visto semejante atrevimiento, tan peligroso como esperpéntico.
Y nosotros salimos a la calle, pero ¿qué hay de los protagonistas principales? (hablo, naturalmente, de los jueces del TSJ, del CGPJ y del TC; porque el Jefe del Estado se comporta como si no fuera con él la cosa, así que es, ni está, ni se le espera).
Nosotros, los que amamos a España, podemos salir a la calle a gritar o a cacerolear; pero son únicamente los jueces los que (aún) tienen en su mano el evitar la de otro modo inevitable debacle. Y es tan fácil como lo que ya hizo Pilatos (perdón, quiero decir Carlos Lesmes), solo que esta vez de verdad solidario con la sociedad y completamente eficaz: DIMITAN. Dimitan todos ustedes de sus cargos en el TC, en el CGPJ y en el TSJ. Dejen a la Justicia brillar como debería, ejerciendo desde ahora mismo su dignidad, de la que algunos de ustedes carecen, y su prerrogativa de desactivar los órganos de gobierno antes de que sea demasiado tarde. Entonces es cuando la Justicia podrá presentarse descarnadamente desnuda y orgullosa y solo entonces podrá ser beligerante y combatir con éxito, con ayuda de la parte biennacida de la sociedad, a la pandilla de alimañas que, de otro modo, la convertirá rápidamente en una ridícula pantomima de sí misma.
Su dimisión de los órganos de gobierno (y aun su huelga en los destinos) son el único medio para volver eficaz lo que ahora solo es ruido; permitan que España, hoy herida de muerte, se restablezca y vuelva a relucir y a ser respetada.
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