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Están envenenando a las sociedades desde movimientos globalistas que, subvencionados y camuflados en chiringuitos mafiosos, promulgan mentiras que alienan sobre todo a una juventud analfabeta que no sabe nada que esté fuera del límite de ese terrible artilugio llamado móvil. El «gran hermano» les envía mensajes y ellos, pobres borregos idiotizados, obedecen.
Esta nueva ingeniería social se llama «Woke» y en ella cabe todo el relativismo que uno se pueda imaginar. Lo «woke», es lo moderno, lo progre y aglutina en este absurdo concepto la rebeldía de todo y, ante todo, con un sabor a extrema izquierda que, con sus patrañas inventadas por ellos, pretender subvertir las bases sociales para crear esos entes supranacionales que arrasan con todo lo establecido empobreciendo el planeta y a las gentes con esa potente arma que es el miedo.
El fenómeno «woke» es el término que desde cualquier punto de vista desenmascara a una izquierda que ha cruzado todas las líneas rojas posibles intentando convertir sociedades que han degenerado sustituyendo el concepto del bien, por el concepto de los sentimientos. Lo que se siente en ese momento es lo correcto. Esto es lo que pretenden. Una verdadera monstruosidad.
Lo «woke» es la patraña del cambio climático. Es el aborto libre y sin freno. Es la destrucción de toda tradición, incluida la familia y la religión. Es lo» Trans» y es la voladura de la moral y la razón. Es la LGTBI en los colegios.
Unos gilipollas indocumentados van en Londres a protestar por el cambio climático y lanzan sobre el cuadro de Los Girasoles de Van Gogh, un bote de sopa de tomate. Nadie hace ni dice nada. En Berlín, En el Museo Barberini, otra pareja de niñatos, que como analfabetos no saben nada ni de pintura ni de cualquier otra representación cultural, imitando a los gilipollas de Londres y pagados posiblemente por la misma organización, lanzan sobre un cuadro de Monet de la serie» Almiares» puré de patata. Tampoco pasa nada.
Aquí, en Madrid, no podíamos ser menos, teniendo en cuenta que en este país los imbéciles se reproducen a la velocidad de la luz, imitando a estos ya mencionados y a los descerebrados que el pasado 9 de octubre pegaron sus manos al cuadro de Picasso, «Masacre en Corea», expuesto en una galería de Melbourne, y, por tanto, defendiendo el cambio climático, pegaron sus manos a los marcos de las Majas de Goya y escribieron un absurdo mensaje numérico en la pared, entre ambos cuadros. Esto también entra en la filosofía «woke».
Locos que atentan contra bienes del patrimonio cultural de la humanidad ha habido siempre, pero esto huele a peligrosa moda. ¿Qué Hacer? Dice el invertido millonario bailarín gordo, a la sazón ministro de cultura, que hay que reforzar la seguridad en los museos, pero que no se puede poner un policía en cada cuadro. Tampoco Europa ha dicho nada al respecto, pero es muy fácil de resolver. Anuncien en medios de comunicación este simple mensaje. Aquellos que atenten contra un bien cultural serán condenados, sin posible revisión de condena, a cadena perpetua. Ya está. Se acabó el problema. ¿Puré de patata? Cadena perpetua.
Autor
- Nace en Madrid en 1958. Estudia en Los Escolapios de San Antón. Falangista. Ha publicado 4 libros de relatos. Apasionado del cine y la lectura. Colaborar en este medio lo considera un honor.