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Escribió Camoens que un rey débil enerva a la nación más fuerte. Que es tanto como decir que todo ciudadano cívico, que se sienta detentador de la soberanía patria, no puede amar a unos reyes que no le hacen sentirse orgulloso de su nacionalidad. Es así de sencillo. Ningún ciudadano podrá pedir una silla de honor a su rey si éste carece de ellas, que es lo que ocurre cuando se halla rodeado de bribones, y consiente o participa de sus corrupciones. 

La monarquía puede ser la mejor forma de gobierno siempre que en ella se encarne verdaderamente -no sólo según Juan Bodino, sino según el sentido común, sobre todo- la soberanía, que es el poder de promulgar y abrigar la ley, es decir, la justicia; en caso contrario, como ocurre actualmente en España, la monarquía es una institución fallida y una forma de gobierno inoperante y, si además acata o promueve la perversión, también desleal al pueblo. 

Un pueblo puede alcanzar su plena expansión en una forma política menos buena en sí misma, si esta forma conviene a la naturaleza del mismo. Lo natural de un pueblo puede persistir, aun separado de las circunstancias que le han dado nacimiento, en forma de cultura nacional y cohesión espiritual. Y por mucho que sus enemigos quieran amputar esas circunstancias o particularidades, su cultura y su espíritu se mantendrán indelebles. 

España, desde hace cuatro décadas largas, está siendo sistemáticamente debilitada por sus enemigos internos y externos, a base de permanentes traiciones y sucesivos atentados contra su seguridad, que han acabado convirtiéndose en golpes de Estado más o menos ostensibles, y, en este tiempo, sus dos jefes de Estado ni han hecho ni están haciendo nada por impedirlo. 

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Los españoles de bien, ante los acontecimientos que vienen degradando a la patria sistemática y gradualmente, han llegado a la conclusión de que, en vista de la inacción regia, ha sido y es imposible contar con sus monarcas ni volverlos a su ser primero, con relación a la imperativa regeneración nacional. 

Todo español de bien, como todo espíritu libre, sabe que se necesita algo más que las vestiduras para ser rey. Destrozado el monigote que, en su retablo, representaba la figura real, el maese Pedro la alzó del suelo -cabeza y cuerpo separados- y, dirigiéndose a Sancho y al ventero, dijo: «me parece, salvo mejor juicio, que se me dé por su muerte, fin y acabamiento cuatro reales y medio». Y en uno de los romances del rey don Rodrigo y la pérdida de España, uno de sus versos dice: «Ayer fui señor de España… Y hoy no tengo ni una almena que pueda decir que es mía». 

La Historia de España es tan ilustre como rica en hechos, costumbres y enseñanzas. Conociéndola, viviendo su prestigio y su nobleza, es fácil comprenderla y amarla. Algo que hoy día no sólo no ocurre, sino que se ignora a propósito, con absoluta abyección. Hoy, metafóricamente hablando, puede decirse sin error que no sólo las montañas de la patria, también sus campos y ciudades se hallan infestados de fieras y gorgojos. 

Si hay en el conocimiento de la Historia algo de fructuoso y de saludable -escribió Tito Livio-, es que, lo mismo el individuo que el Estado, encuentran en ella modelos que seguir y errores que evitar. 

Ni a los espíritus libres ni a los españoles de bien les gusta ver a sus reyes envueltos en sátiras o tragedias, que es lo que les acaba ocurriendo cuando se rodean de truhanes y de monárquicos sectarios o a la violeta. Pero tampoco están dispuestos a aceptar que la existencia de dichos reyes corresponda a lo que, con relación a los reflejos buenistas, correctos, consumistas y pervertidores de las doctrinas liberales o capitalsocialistas al uso, llamamos necesidad de lo superfluo. 

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Un rey de España no puede ser un florero, es decir, algo meramente ornamental y, por lo mismo, sobrante e innecesario. Y menos en una época tan terrible como la que sufrimos, en la que, humillada por ley la verdad, está en juego la propiedad privada, la libertad y la vida de la ciudadanía; y la existencia y razón de ser de la propia nación.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.