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Movido por este género y este estilo que hemos tratado de describir con verdadera pesadumbre, al final del párrafo 16 la Misericordia et Misera se despacha con un tópico por antonomasia de la sensiblería bergogliana; tal vez el fruto más opimo de su monotematismo pastoral y aún doctrinal. “Soy amado, luego existo”, dice textualmente la Carta Apostólica
¿De dónde procede este nuevo y extraño parafraseo cartesiano? ¿Cuál es el origen de este remedo o parodia del cogito ergo sum, que enturbió las aguas de la metafísica y de la gnoseología y pretendió tumbar la sensatez de la filosofía perenne? ¿Quién lanzó a rodar este slogan emocionalista, patético y romántico, que hace depender el acto de existir del amor y no el amor de la existencia previa de una creatura capaz de amar?
Pues créase o no, un publicitado fraseólogo español, Carlos Díaz Hernández, lleva publicados cuatro tomos titulados Soy amado, luego existo, que le editó Desclee de Brouer a partir del año 1999. No hay tiempo ni ganas aquí para dedicarse a este personaje ruinoso, tenido por gurú del personalismo comunitario, del anarquismo cristiano, del sincretismo religioso, de la “razón cálida” y del modernismo catolicón. Sólo queremos llamar la atención sobre lo que parece evidente y pocos han advertido. La extraña similitud de giros, fraseos, muletillas,estribillos y cantilenas, entre el escritor de marras y cuanto dice y escribe Francisco.
Irenismo espiritual absoluto; ecologismo con ondas verdes de amor y de paz; bondades del comunismo; equiparamiento de todas las creencias; utopías y periferias, ternuras y caricias; amor y alegría por doquier desparramados; justificaciones veladas del homosexualismo; reivindicación del franciscanismo en perspectiva sociológica; prosemitismo exacerbado, recalcitrante y obsecuente; misericordeo y humildeo solidario, sin condiciones ni límites; bendiciones, perdones y augurios para todos, menos para los fanáticos proselitistas; acogimiento del ateo, del agnóstico y salida al encuentro universal y cósmico de la persona, sin marcar diferencias entre ellas; clasificación de los hombres según a qué huelan (sic).
Todo el menú completo de fruslerías bergoglianas se hallará en las prolíficas y múltiples ocurrencias de este fulano, nacido en Cuenca, en 1944, encumbrado por la progresía española y americana; especie de Tucho Fernández del Primer Mundo, y merecedor, como él, del dicterio quijotesco, pronunciado cuando el caballero le recuerda a Sansón Carrasco la peligrosa insania de aquellos que escriben y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos.
«La fórmula que yo les propongo desde el personalismo comunitario es la siguiente: Soy amado, luego existo. En lugar del pienso, luego existo, soy amado, luego existo[…] O qué tal: Me dueles, luego existo». He aquí un gajo de la típica aforística diazhernandiana, desgranado en sus glosarios, que bien pudiera hallarse en la Laudato si o en Amoris Laetitia.
Pasó el tiempo en que los pontífices abrevaban en los clásicos. Ahora, prefieren plagiar a los escritorzuelos de bajo techado. Se nos fue la época de los papas rumiadores de doctores de la Iglesia o sabios de Salamanca. Ha llegado con Bergoglio el momento de calcar las ocurrencia de los sofistas. Lo más irritativo es que a esto se lo llame hacer “teología de rodillas”. A no ser que, dada la conocida afección futbolística de Francisco, el término aluda a los rodillazos que, a modo de brutales infracciones suelen cometer los jugadores imbuidos de torpeza cerril.
Del «Comentario a Misericordia et Misera», Carta Apostólica del papa Francisco (fragmentos del artículo; Carta Apostólica que vio la luz el 20 de noviembre de 2016), de Antonio Caponetto: Dr. en Filosofía, profesor, apologeta católico, historiador, conferenciante, poeta.
Se trata de sujetos tan desvergonzadamente vanidosos, tan pagados de sí mismos, tan egocéntricos, con tan descarado afán de protagonismo, que por donde pasan ellos no vuelve a crecer la hierba.
Se reivindican y confiesan solidarios con la humanidad sufriente, solo que donde ellos pronuncian 1.000 palabras (no raramente, pajas mentales), los sí pobres, los donnadie, los ninguneados y despreciados, los tenidos por intelectualmente más endebles (incluso aunque no lo sean) no pueden pronunciar ni una sola, por muy auténtica, sintiente, doliente, volente y hasta bella que esa palabra sea.
Se erigen en defensores de la libertad, la solidaridad, la honestidad, la democracia, la participación del otro en la toma común del montón, solo que su vanidad es tan adolescentemente narcisista (¿serán narcisistas malignos o patológicos?) que a los sí pobres y despreciados, a los donnadie, a los supuesta o realmente más endebles en preparación intelectual, les roban todos los altavoces, tribunas y micrófonos, todo derecho y toda oportunidad porque todo lo quieren para sí mismos.
Con que así seguir engordando su ego insaciable, su voraz afán de protagonismo, su querer hacerlo todo, quererlo todo, orientarlo todo, mangonearlo todo.
Autoerigidos en adalides del pensamiento libre, su descomunal egolatría les lleva a despreciar las voces de otros, apenas audibles en los tiempos que corren, por más que algunas de tales voces silenciadas estén en total sintonía con el pensamiento católico.
Se les hace la boca agua presumiendo de que dicididamente apoyan a tal joven «que despunta», y que ellos en verdad coadyuvan al despertar militante de Fulano y de Mengano… Mentira, pasteleo, mera pose: detrás, en la tramoya, lo que impera es el siempre descomunal ego, con su insaciable afán de protagonismo que, por donde pasa, impide crecer las otras hierbas.
No habiendo conocido nunca o casi nunca en carne propia el drama del paro, no habiendo conocido en carne propia el desprecio y la indiferencia de las mayorías, no habiendo ejercido nunca como obreros, no habiendo conocido en carne propia, en primera persona o en los círculos más íntimos e inmediatos el drama de las afecciones mentales, su descarado afán de protagonismo y su descomunal e insoportable ego les llevan a hablar del paro en nombre de los parados, de las afecciones mentales en nombre de los afectados, del trabajo obrero en nombre de los obreros…
Menos dar voz a los verdaderos protagonistas (incluso en los casos en que la voz de alguno de tales protagonistas sea más diáfanamente católica, y por ende propostiva, militante, veraz, pacífica y humanizadora que la voz archialtavoceada del megalómano), todos los medios parecen pocos para saciar el hambre (insaciable) de protagonismo del superman.
Super, superman… cantaba hace décadas Miguel Bosé. Pues eso: tienen a gala presentarse como los más humildes, desprendidos y tiernamente compasivos seres humanos que quepa imaginar, solo que en el fondo van de supermen por la vida…
Su exagerado ego, su afán de protagonismo, su irredenta vanidad son tan desvergonzadamente descomunales, que es que les sale hasta por los poros de la corbata (la lleven o no), la marca de la bestia: ellos y solo ellos tienen derecho a escribirlo todo, a decirlo todo, a publicarlo todo, a orientarlo todo, a saberlo todo.
Todas las tribunas, altavoces, plataformas, medios y publicaciones, para ellos; para los más pobres, despreciados, donnadie, ninguneados e intelectualmente más endebles (real o supuestamente), las migajas, el silencio, el ostracismo, el ninguneo, el desprecio, la irrelevancia intelectual y mediática…
La irrelevancia intelectual y mediática, sí, aunque algunas de esas voces sean más nítidamente católicas que la supersónica voz del megalómano. Aunque algunas de esas voces oscurecidas sean más prístinamente militantes católicas que la voz de la superestrella. Aunque algunas de esas voces sean conocedoras del trabajo obrero, el paro, la economía sumergida, la marginación social, la afección mental…
En conclusión: tales megalómanos, que por supuesto presumen de ser propincuos hijos espirituales de Abraham, a mí al menos me parecen, y cada día por desgracia más, descaradísimos hijos de Narciso (Abraham, Prometeo, Narciso: los términos o conceptos proceden del pensamiento del danés Soren Kierkegaard).
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