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Voy a desarrollar de forma palmaria dos ideas básicas respecto al conflicto nacionalista y la deslegitimación que hace el gobierno de su propio Estado. Primero, la distinción entre Estado de derecho y estado de guerra; y segundo, la relación entre estado de guerra y tregua. En ningún momento entraré directamente en comentarios referentes a la problemática jurídico penal o de responsabilidad política de las personas implicadas en la trama del proces o del MLNV, no es esta mi intención. Mí línea argumental me lleva más allá de los sujetos directamente implicados. Intento esclarecer en qué situación se encuentra el Estado español ante el fenómeno del nacionalismo excluyente, o, mejor hoy, ante el fenómeno dual nacional-plurinacional. La justificación de esta propuesta de reflexión desde la que parto está en la siguiente hipótesis: sospecho que el planteamiento inicial del problema de la violencia nacionalista en todos los aspectos y morfología ha sufrido un cambio notable de perspectiva con la constatación de la claudicación del Estado al margen del Estado de derecho, por segunda vez en 25 años, como ocurrió con los GAL en los años 90 con la implicación del Estado en la guerra sucia contra ETA, y como está ocurriendo ahora con el gobierno de Pedro Sánchez apoyado en minorías comunistas, nacionalistas y filo terroristas, al margen de las soluciones constitucionales puras, sin estirar hasta la quiebra la legalidad vigente.
Para terminar, en España se da la gran paradoja de que pese a pertenecer al grupo de los privilegiados estados nacionales clásicos, no aprovechamos en el siglo XIX el flujo de la Revolución Francesa para construir el Estado nacional democrático. El resultado de aquello fue un Estado Español plurinacional -que es la norma universal- cuyos particularismos centrífugos no son compensados por las orientaciones universalistas de valor del Estado de derecho y la democracia. Cuando finalmente, tras el régimen autoritario del Generalísimo, estas orientaciones universalistas llegan al Estado, nos encontramos con la difícil papeleta pendiente de compatibilizar éste con los movimientos autonomistas que él mismo engendra. Si la solución es de nuevo el sometimiento, «el Estado nacional se pone a sí mismo en contradicción con las premisas de autodeterminación a las que él mismo apela» (Habermas). Hay que entrar de lleno y desarrollar valientemente nuestro Estado de derecho como nueva identidad patriótica. Aquí radica la asunción de la tradición hispana y la esperanza de un proyecto de vida en común basado en la universalización de la democracia y de los derechos del hombre. Es lo que denomina Habermas el patriotismo de la Constitución, o el paso de la identidad nacional a la identidad postradicional que, en resumen y volviendo a los clásicos, no es otra cosa que el patriotismo de la República romana, el respeto a la ley por encima de todo.
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