22/11/2024 18:46
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Aunque parezca mentira, Franco fue el único que se mantuvo fiel a la legalidad republicana desde el cierre de la Academia de Zaragoza (julio 1931)  hasta el 18 de julio de 1936.

… y para no ser extenso, hoy les voy a contar dando un salto en el tiempo me voy a las elecciones de febrero de 1936, si es que aquello fue un acto electoral. Porque cantado estaba que cualquiera que fuese el resultado de las urnas, la Guerra Civil era inevitable… y que fue un verdadero “robo electoral” lo han demostrado muchos años después los profesores de la Universidad Juan Carlos I, Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa.

“El Frente Popular lo había dicho muy claro por boca del líder socialista Largo Caballero: «Si triunfan las derechas no habrá más remisión: tendremos que ir forzosamente a la guerra civil declarada. No se hagan ilusiones las derechas, ni digan que esto son amenazas; son advertencias… y ya saben que nosotros no decimos las cosas por decirlas» (Alicante, 25 de enero).

El Bloque Nacional, igual, por boca del líder derechista Calvo Sotelo: «Se predica por algunos la obediencia a la legalidad republicana; más cuando la legalidad se emplea contra la Patria y es conculcada en las alturas, no es que sobre la obediencia, es que se impone la desobediencia, conforme nuestra doctrina católica desde santo Tomás al padre Mariana. No faltará quien sor­ prenda en estas palabras una invocación indirecta a la fuerza. Pues bien, sí, la hay… Una gran parte del pueblo español, desdichadamente una grandísima parte, piensa en la fuerza para implantar el imperio de la barbarie y de la anarquía… Pues bien, para que la sociedad realice una defensa eficaz, necesita también apelar a la fuerza. ¿A cuál? A la orgánica; a la fuerza militar puesta al servicio del Estado…» (Madrid, 12 de enero).

Y José Antonio Primo de Rivera, todavía más claro: «La Falange no acatará el resultado electoral. Si el resultado de los escrutinios es contrario, peligrosamente contrario a los eternos destinos de España, la Falange relegará, con sus fuerzas, las actas del escrutinio al último lugar del menosprecio» (Madrid, 2 de febrero).

Bueno, el hecho es que el domingo 16 de febrero las urnas dieron la mayoría al Frente Popular, aunque muchos de los votantes -como dijera Unamuno- se arrepintiesen nada más hacerlo. El hecho es que España, o mejor dicho las dos Españas, iniciaban la recta final hacia la Guerra Civil…

Sin embargo, y antes de que Alcalá Zamora le entregase el poder a don Manuel Azaña, aquellos tres días fueron decisivos y vitales para la República y la legalidad vigente. Aunque ¿quién se acordó en aquellos momentos estelares de la legalidad o dónde estuvo la legalidad desde la noche del16 a la tarde del día 19?… Porque ¿fue legal al escrutinio de los votos y el posterior reparto de diputados?, ¿fue legal el comporta­ miento del presidente del Gobierno, señor Portela, abandonando su puesto casi por la puerta trasera?, ¿fue legal toda la actuación del presidente de la República, don Niceto?

Pero, veamos, aunque sea muy de pasada, la película de los hechos.

Todo comenzó, naturalmente, en cuanto comenzaron a llegar los resultados electorales y se vio que podría ganar la izquierda revolucionaria. En la madrugada del domingo al lunes Gil Robles saca de la cama al presidente del Gobierno para decirle, entre otras cosas, esto: «Aún es tiempo, Portela, aún es tiempo… Tiene usted en sus manos los principales resortes del mando… Esos teléfonos bastan… Ellos le ponen en comunicación con las Capitanías Generales y con los Gobiernos Civiles de toda España… Prepárese a cualquier eventualidad, y empiece por declarar inmediatamente el estado de guerra.» Minutos más tarde el presidente del Gobierno despierta al presidente de la República, quien sólo autoriza el Estado de alarma. Gil Robles despierta a Franco. Franco despierta al ministro de la Guerra, general Molero. El ministro no sabe qué hacer («¿Y qué cree usted que puedo hacer?»). Franco habla con el general Pozas, inspector general de la Guardia Civil, para orquestar la defensa del orden y la legalidad…

Según cuenta el historiador Joaquín Arrarás, que cita como fuente el relato que le hizo el propio general Franco, entre ambos generales se produce el siguiente diálogo:

FRANCO: -Te supongo enterado de lo que sucede.

POZAS:      -No creo que pase nada…

FRANCO: -Por eso te llamo para informarte de que las masas están en las calles, y en orden a la revolución, unas consecuencias que no están implícitas, ni mucho menos, en el resultado, y me temo que aquí y en provincias van a comenzar los desmanes, si es que no han comenzado ya…

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POZAS:      -Pero creo que tus temores son exagerados.

FRANCO: -Ojalá suceda así, mas por si no lo son TE RECUERDO QUE VIVIMOS EN UNA LEGALIDAD CONSTITUIDA QUE YO ACEPTO, Y QUE NOS OBLIGA, AUNQUE PARTICU­ LARMENTE SEA CONTRARIO A ESTE SIS­ TEMA, A ACEPTAR EL RESULTADO DE LAS URNAS. Mas todo lo que sea rebasar el resultado un solo milímetro, ya es inaceptable por virtud del mismo sistema electoral y democrático.

POZAS:      -No será rebasado, te lo juro.

FRANCO: -Creo que prometes lo que no podrás cumplir. Más eficaz sería que las personas de responsabilidad y las que ocupamos determinados puestos al servicio del Estado y del sistema constituido, estableciéramos el contacto debido para que la masa no se rebase…

POZAS:      -Vuelvo a decirte que la cosa no tiene la importancia que le concedes. A mi parecer lo que ocurre es sólo una legítima expansión de alegría republicana. No creo que haya fundamento para temer nada grave…

(Reproducido de Las Memorias de Gil Robles)

Es decir, que Franco se aferra a la legalidad constituida, aunque particularmente sea contrario a ella y al sistema.

Como ocurrió en diciembre cuando el hecho ya relatado de Gil Robles y Alcalá Zamora… ¡ni está con unos ni está con otros!

Al día siguiente, 17 de febrero, efectivamente los simpatizantes del Frente Popular se echaron a la calle y provocaron los primeros enfrentamientos (sobre todo por la reapertura de las Casas del Pueblo y la puesta en libertad de los presos Wenceslao Carrillo, de Francisco y Hernández Zancajo)… Madrid era una olla a punto de estallar.

Aquella misma mañana se acordó en Consejo de Ministros la proclamación del Estado de alarma en toda España y Portela quedó autorizado por Alcalá Zamora para declarar el Estado de guerra donde considerase y fuese necesario.

Fue entonces, al terminar el Consejo, cuando Portela comunicó a Franco lo acordado y le autorizó para hablar con los capitanes generales de las divisiones orgánicas y, según las circunstancias, tomar decisiones… El «Estado de guerra fue proclamado en Zaragoza, Valencia, Oviedo y Alicante para reprimir -son palabras de Gil Robles- la locura colectiva de las masas, que incluso liberaron a los leprosos de Fontilles».

Sin embargo, el presidente de la República dio marcha atrás y Portela y Franco tuvieron que dejar la situación en Estado de alarma… Claro que Franco, entonces, se fue a ver al presidente del Gobierno, señor Portela, para hacerle ver la gravedad de los acontecimientos… Fue en esta entrevista, al parecer, donde se cruzaron estas palabras:

– Ya no soy jefe de Gobierno. Acabo de dimitir -dijo Portela.

Franco sorprendido por aquella revelación, exclamó con energía:

– ¡Nos ha engañado, señor presidente! Ayer sus propósitos eran otros.

-Le puedo jurar -replicó Portela- que no les he engañado. Yo soy republicano pero no comunista y he servido lealmente a las instituciones en los gobiernos de que he formado parte o presidido. No soy un traidor. Yo le propuse al presidente de la República la solución; ha sido Alcalá Zamora quien se ha opuesto a que se declarase el Estado de guerra.

– Pues, a pesar de todo, y como está usted en el deber de no consentir que la anarquía y el comunismo se adueñen del país, aún tiene tiempo y medios para hacer lo que debe. Mientras ocupe esa mesa y tenga a mano esos teléfonos…

Portela interrumpió:

– Detrás de esta mesa no hay nada.

– Están la Guardia Civil y las Fuerzas de Asalto…

– No hay nada, replicó Portela. Ayer noche estuvo aquí Martínez Barrio. Durante la entrevista penetraron los genera­ les Pozas y Núñez del Prado, para decirme que usted y Goded preparaban una insurrección militar. Les respondí que yo te­ nía más motivos que nadie para saber que aquello no era cierto. Martínez Barrio me pidió que me mantuviese como fuera durante ocho días en el Gobierno. Querían, sin duda, que la represión de los desórdenes la hiciera yo. También me dijo Po­ zas, que el inspector general de la Guardia Civil y el jefe de las Fuerzas de Asalto se habían ofrecido al Gobierno del Frente Popular que se formase. ¿Ve usted -concluyó Portela- cómo detrás de esta mesa no hay nada?[1]

O sea, que Franco primero tiene que recordarle al Jefe del Gobierno cuál es su deber y luego rechazar, otra vez, la sugerencia del golpe de Estado. ¿Qué habría sucedido si en ese momento Franco acepta y se decide por el golpe que le sugiere el mismísimo presidente del Gobierno?… Pero, el hecho cierto es que Franco no cayó en la trampa y, contra sus sentimientos, acató la última decisión de Portela…

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¿Y qué le dijo la almohada aquella noche al señor Portela? ¿Qué sucedía en España mientras el Gobierno dormía plácidamente?…

La situación de España, mientras tanto -escribe Gil Robles­ empeoraba por momentos. Aquella misma mañana (la del día 18) se habían promovido serios incidentes en el penal de San Miguel de los Reyes. Los detenidos, tras desarmar a los vigilantes de la prisión, hicieron frente con sus pistolas a la Guardia Civil. Igualmente grave fue la situación que se produjo algo más tarde en el interior del Dueso, donde los soldados, al repeler a los agresores, ocasionaron tres muertos. También los reclusos de Cartagena, al difundirse la noticia del triunfo de las izquierdas, desarmaron a los guardianes y sostuvieron un vivo tiroteo con las fuerzas del ejército que vigilaban el exterior del edificio. Los presos comunes de Burgos se hicieron dueños al día siguiente electoral de la cárcel, custodiada por unidades del ejército y la Guardia Civil, detuvieron al director y hubieran conseguido es­ capar, de no impedirlo una sección motorizada de asalto.

Y la almohada habló, claro que habló. Portela despertó la mañana del día 18 dispuesto a entregar el poder sin pérdida de tiempo a las izquierdas, quizás por indicación de su mentor el señor Alcalá Zamora o lo más seguro por miedo…, pues lleno de miedo estuvo siempre, durante aquellos tres días, el Jefe del Gobierno centrista.

Así que llamó a Martínez Barrio, como interlocutor válido del Frente Popular, y le dijo -tarde del día 18- que «no debo seguir aquí ni un minuto más. Háganse ustedes cargo del poder rápidamente, porque yo no puedo responder de nada». Bueno, pues todavía Franco va a verle a última hora del día 19 con dos objetivos: convencerle de que no dimita o se vaya y asegurarle que está con la legalidad y en su puesto («Vengo a ver al señor presidente para decirle que estoy entregado exclusivamente a mis deberes profesionales y completamente alejado de toda actividad política»). Por eso, no sorprende que Portela dijera, al abandonar su despacho poco después en rueda de prensa: «Me ha visitado el general Franco. El general Franco no se mete en nada[2]… y es mentira que él u otro general se hayan extralimitado en el cumplimiento de su deber.»

Y, en fin, los centristas de Portela y Alcalá Zamora huyen sin más, casi con nocturnidad y alevosía, y don Manuel Azaña asume, otra vez, la Jefatura del Gobierno. Sucedió la tarde del día 19 de febrero de 1936.

Pero ¿cuál había sido, cuál fue, el comportamiento de Franco, todavía jefe del Estado Mayor Central del ejército?

Bien claro está por todo lo dicho. Franco fue, quizás, el único que en ningún momento perdió los nervios ni se apartó de la legalidad. Frenó a unos, frenó a otros e insistió ante el jefe del Gobierno para que éste cumpliese con su deber y tomase las medidas que la ley y su cargo le autorizaban.

Exactamente igual que en 1932, igual que en 1934, igual que en 1935…”

 

[1] Joaquín Arrarás, Historia de la Segunda República, op. cit.

[2] Ese día se estaba hablando de que Franco preparaba un golpe y no era verdad. Por eso lo resalta el mismo jefe de Gobierno.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.