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Confieso que desde 1954 yo me apunté a la República. Fue a raíz de un trabajo que nos encargó el profesor de Historia sobre el Reinado, o los Reinados, de Carlos IV y Fernando VII. Señores monárquicos, lo siento, pero después de leer con avidez y empaparme con rabia las miserables “hazañas” de aquel padre cornudo y de aquel hijo “felón”, yo me hice republicano… y me grité a mi mismo lo del general Prim: “Jamás, jamás, jamás, yo podré ser monárquico, o al menos aceptar a un Borbón como mi Rey”.

Desde entonces han pasado muchos años y muchas cosas y yo he sufrido los vaivenes propios de una vida intensa (humana, periodística y políticamente hablando), de tal manera que también cuando ya en la Escuela Oficial de Periodismo mi profesora doña Carmen LLorca me hizo estudiar a fondo la Segunda República en mi alma entró una repulsa que todavía sigue. Porque todo lo que sucedió desde 1931 a 1939 en la zona republicana o “roja” fue tal desastre que, naturalmente, dudé y la República como tal sistema se me hizo antipática.

Han pasado más años todavía, y ya en la última curva del camino, me encuentro en una encrucijada difícil y a veces angustiosa. Porque sé que no puedo ser monárquico y reconozco que a España no le van las Repúblicas… y entonces… ¡ay, entonces me vienen a la cabeza los famosos versos de Bécquer!: “¡y entonces comprendí por qué se llora, y entonces comprendí por qué se mata!”. Lo que quiere decir que traducido a la realidad me encuentro en un callejón sin salida. Porque no puedo ser monárquico (sobre todo si la Monarquía es la familia Borbón) ni republicano si la República son Azaña, Largo Caballero, Negrín, La Pasionaria, Casares Quiroga o el Campesino… ¿ y si la Monarquía no me va y la República tampoco, qué me queda?… y ese es mi drama. Pero hoy, 14 de abril, 90 años más tarde de la llegada de aquella desafortunada República, me entretengo leyendo las  palabras  que escribió el Rey don Alfonso XII en su Diario personal el 17 de mayo de 1902:

«En este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma trascendencia tal como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la monarquía borbónica o la república; porque yo me encuentro el país quebrantado por nuestras pasadas guerras, que anhela por un alguien que lo saque de esa situación. La reforma social a favor de las clases necesitadas, el ejército con una organización atrasada a los adelantos modernos, la marina sin barcos, la bandera ultrajada, los gobernadores y alcaldes que no cumplen las leyes, etc. En fin, todos los servicios desorganizados y mal atendidos. Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando a la patria, cuyo nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y por fin puesto en la frontera. (…) Yo espero reinar en España como Rey justo. Espero al mismo tiempo regenerar la Patria y hacerla, si no poderosa, al menos buscada, o sea, que la busquen como aliada. Si Dios quiere para bien de España.»

Y las que escribió y se hicieron públicas aquel 14 de abril de 1931 como despedida de su Reinado y de España:

“Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo porque procuraré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas.

Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra Patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia.
Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuentas rigurosas.

Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España reconociéndola así como única señora de sus destinos.

También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.

Don Alfonso XIII”

En cualquier caso pienso que los tres grandes países que siempre he admirado, Alemania, Francia y Estados Unidos son Repúblicas y eso me anima y me hace olvidar lo que, por desgracia, fueron nuestras Repúblicas, la Primera (1873) y la Segunda (1931).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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