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David Bowie, “El hombre de las mil caras” del Rock, en ocasión de la publicación de su álbum “Reality” declaró en octubre de 2003 para la revista Sound on Sound: “siento que la realidad se ha convertido en algo abstracto para muchas personas en los últimos 20 años. Las cosas que se consideraban como verdades parecen haberse derretido, y es casi como si ahora nosotros estuviésemos pensando post-filosóficamente. Ya no hay nada en lo que confiar. Sin conocimiento, solo con la interpretación de aquellos hechos con los que parecemos estar inundados diariamente. El conocimiento parece haberse quedado atrás y hay una sensación de que estamos a la deriva en el mar. No hay nada más a lo que aferrarse, y por supuesto las circunstancias políticas simplemente empujan esa nave más allá”.

David Bowie, además de su talento artístico incomparable, fue un hombre que siempre demostró una inteligencia libre de moldes y prejuicios.  Hace 18 años “El hombre que cayó a la Tierra” dijo que ya se llevaban 20 de ese “derretimiento” de la verdad de las cosas anunciando una post-verdad, una post-realidad, una post-modernidad, un mundo líquido y transhumano que trajo hoy el Gran Reseteo del pensamiento único global. A veces, no siempre, un artista como en el caso de Bowie, consigue anunciar proféticamente lo que los que viven del pensamiento y la política no lo hacen.

En Cataluña se realizan elecciones en medio de la pandemia con actos políticos sin restricciones. 14.000 contagiados de Covid pueden presentarse a las mesas electorales para votar. A ello hay que sumarle los contactos estrechos de cada uno de ellos, es decir otras 56.000 personas más. Mientras tanto la hostelería y el comercio cerrado a cal y canto. El transporte público a tope, mientras para tomar un café en Madrid debes bajarte discretamente la mascarilla, dar un sorbo y volver a subirla. Ya se está aplicando el uso del código QR para entrar en un bar donde es “obligatorio estar localizado” (sic), mientras vemos competiciones deportivas de contacto, como ha sido toda la vida, en las pantallas de TV del andén del Metro atestado de viajeros esperando a subir a un vagón que llega repleto. Hay algo que no cuadra…

Mientras tanto, auspiciado por las instancias gubernamentales, celebramos en occidente el año nuevo chino, vamos adoptando formas de control autoritario del gigante asiático, al tiempo que vemos el “impeachment” al ex presidente Donald Trump, autentica venganza política por parte de los nuevos socios de la potencia aplaudida en el Foro de Davos.

Nihilismo, mentiras, negocios y poder megalómano en “Un mundo feliz” post-filosóficamente, diría Bowie, aceptado con gusto por una humanidad intrascendente, literalmente, derrotada por el espejismo del confort y la felicidad que asegura la obediencia. Todo se justifica por el estado y situación de emergencia de un virus que hace un año salió de China para conseguir, por primera vez en la Historia, la hegemonía mundial de las elites del poder, sin disparar un solo tiro.

No es cuestión de ver el vaso mitad lleno o mitad vacío cuando solo hace falta unas pocas gotas más para que se derrame. Nos lo vienen anunciando y no supimos o no hemos querido verlo. Parafraseando nuevamente al Duque Blanco, “solo con la interpretación de aquellos hechos con los que nos inundan todos los días, deberíamos de verlo”. Esa sensación de deriva en el mar de la que habló el viejo Ziggy Stardust, donde no queda nada a lo que aferrarse, también por circunstancias políticas, parece más evidente que nunca.

Para ello solo parece que queda el refugio de esa música en vinilo con la que hemos crecido, la lectura de un buen clásico y el Santo Rosario. Sin sospecharlo, hasta David Bowie nos lo estaba advirtiendo. No es pesimismo, sino solamente rendirse a las evidencias de que las cosas consideradas como verdades, hace tiempo ya que están derritiéndose.

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José Papparelli
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