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La incorporación de falacias al discurso, engaño o mentira que se esconde bajo algo, en especial cuando se pone de manifiesto su falta de verdad, normalmente tiene un carácter accidental o inconsciente, desde el punto de vista del emisor / argumentador, y busca ofrecer un razonamiento que valide y fundamente la postura defendida ante su interlocutor. Sin embargo, y como pudiéramos analizar, las falacias pueden ser utilizadas para crear situaciones absurdas y argüir razonamientos absurdos en una conversación. La construcción de la comunicación absurda basada en falacias es un ejercicio meta-interpretativo de no fácil ejecución.
Las características de la falacia de autoridad, que es la que nos ocupa para analizar al Sr. Sanchez, son dos: el empleo de una falsa autoridad, Simón, y el afán de engañar. De no ser por esto último, podríamos considerarla como un argumento flojo que no cumple los requisitos exigibles a cualquier autoridad. La diferencia se aprecia en cuanto solicitamos información acerca de ella. Si el argumento es débil se nos confesará que no se dispone de tal información. Si el argumento es falaz, las preguntas quedarán sin respuesta, como si no hubieran sido oídas o, más comúnmente, serán contestadas con evasivas. En resumen, estamos ante un engaño que pretende ocultar la debilidad del argumento. Podemos defendernos reclamando la información que se nos niega, porque en este sofisma, a diferencia de lo que ocurre en la falacia ad verecundiam, nadie nos coacciona. El argumentador falaz intenta explotar nuestra ignorancia o nuestro conformismo, pero no es obligado que lo consiga, puesto que nada nos prohíbe desnudar la indigencia de sus aseveraciones. Por el contrario, cuando se pretende cerrar el paso a cualquier crítica mediante expresiones como: necesariamente, ciertamente, indiscutiblemente, sin duda, obviamente, como saben hasta los niños, etc, todas las cuales insinúan lo inadecuado, estúpido o insolente que pudiera parecer cualquier duda sobre el argumento, estamos ante un engaño de tinte dogmático al que llamamos falacia ad verecundiam. Las falacias de autoridad se alinean entre las artimañas que sirven para eludir la carga de la prueba, es decir, la obligación de aportar datos que sostengan nuestras afirmaciones.
Con este argumento se defiende una idea sin aportar razones, apelando simplemente a la autoridad de un experto (científico, artista, personaje relevante, o Fernando Simón) que había sostenido también esa misma idea. Por ello, esta falacia también se ha conocido con la expresión «magíster dixit» (como dijo el maestro…). Aunque este procedimiento es usado legítimamente en muchas situaciones (como, por ejemplo, en trabajos académicos, técnicos o científicos), deja de serlo cuando el experto no es competente en un campo determinado (por ejemplo, un físico no es necesariamente competente en asuntos políticos); cuando haya otros expertos que tengan opiniones distintas a las defendidas por dicho experto (en este caso, no existe acuerdo entre ellos); o cuando el experto puede defender intereses personales para defender una opinión como es el caso del Sr. Sánchez y Fernando Simón, acompañados por el «consejo de expertos».
La falacia Ad Verecundiam, Magister Dixit o Argumento a la Autoridad es una falacia que consiste en aludir al prestigio de la persona o grupo, pero sin aportar razones como es el caso.
La falacia Ad Verecundiam puede poseer este esquema lógico:
A afirma p, → Conozco doctores que recomiendan no usar las mascarillas. (Simón en marzo de 2020)
A es un experto o autoridad como se le supone a Fernando Simón, aunque no lo tiene reconocido → los doctores son personas de prestigio reconocido
Por lo tanto, p. → La mascarilla no es un buen tratamiento contra la pandemia.
Etimológicamente proviene del latín y significa «llamada a la reverencia».
Sólo existe una sencilla toma de razón para trastabillar este tipo de falacias: La verdad es la verdad dígala, Agamenón o su porquero.
Una tontería es una tontería la diga Sánchez, Simón o el Papa.
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