13/05/2024 02:59
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La mañana veraniega coruñesa del lunes 13 de agosto de 1973, con una ciudad en plenas fiestas de María Pita, abarrotada de forasteros, amaneció completamente cerrada en niebla. Sobre las diez y media de la mañana un Caravelle 10R, matrícula EC-BIC de la compañía AVIACO, que realizaba la línea regular Madrid-La Coruña, inició su aproximación al aeropuerto coruñés a fin de tomar tierra.

Desde la torre de control se le advirtió al comandante de la nave, Rafael López Pascual, que la visibilidad era muy limitada. El comandante tomó entonces la decisión de sobrevolar La Coruña, a la espera de que las condiciones climatológicas mejorasen, lo que progresivamente fue sucediendo. A las once y media de la mañana, inició la maniobra de aterrizaje. Diez minutos después, la torre de control perdió toda señal del aparato.

En una de las maniobras de aproximación a la pista, una vez superados Bastiagueiro y Santa Cruz, el avión rozó con unos eucaliptos del alto de la Barreira. Allí perdió dos alerones, que cayeron en el mismo monte y en la carretera de Montrove a Santa Cruz.

Ante tal situación, el comandante Pascual decidió remontar el vuelo. Pero de resultas del encontronazo con los árboles, comenzó a bandear y a perder progresivamente altura hasta chocar de forma violenta contra el suelo en el lugar del Pazo del Río, donde se produjo una gran explosión y un enorme incendio, que redujo, en breves instantes, el aparato a cenizas. El avión colisionó, primero contra una casa que se encontraba al lado del pazo, para de seguido, irse deslizando hasta empotrarse contra la casa principal del pazo.

Tan pronto se conoció en la ciudad la noticia, se puso en marcha un dispositivo de salvamento en el que participaron bomberos de La Coruña, del propio aeropuerto y de la refinería de petróleos; Sanidad Militar, Policía Armada, Guardia Civil, Policía Municipal, Cruz Roja y vecinos de las inmediaciones. La Coruña se vio sorprendida por el incesante ulular de las sirenas. Cientos de curiosos comenzaron a acercarse al lugar del siniestro, al igual que las primeras autoridades, encabezadas por el capitán general de la VIII Región Militar, Teniente general Carlos Fernández Vallespin y el alcalde de la ciudad, José Pérez Ardá, acompañados por diversos mandos militares y de las fuerzas de seguridad.

El acceso al lugar del siniestro resultó dificultoso para los primeros auxilios, ya que se tuvo que descender por angostos caminos, que no permitían con facilidad la movilidad de los camiones de bomberos y ambulancias.

Los restos del aparato se hallaban dispersos por varias viviendas y el propio Pazo del Río, que quedó prácticamente destruido. El conjunto constaba de casa, pazo y capilla. También se vieron afectados gravemente los muebles, arcones y piezas de gran valor histórico, que se guardaban en su interior, así como la sillería de piedra. El tejado del pazo quedó muy dañado. La capilla despareció al completo, pudiéndose salvar solamente una campana. Los bomberos también lograron rescatar a un perro, que se encontraba en el inmueble destruido por la catástrofe.

El pazo había sido construido a principios del pasado siglo XX. Fue propiedad de Juan Nepomuceno Jaspe, pasando más tarde a manos de los señores Marchesi Dalmau y el conde de Priegue. En 1972 la propiedad fue adquirida por el aparejador municipal Julio Estrada Gallardo.

El Caravelle 10R, de AVIACO, quedo convertido en un amasijo de hierros. Tan solo muerte y dolor.

Un amasijo de hierros, entre grandes columnas de humo, daba un aspecto dantesco a la zona. El olor a los cuerpos quemados era insoportable. Poco a poco, con denodado esfuerzo, se fueron recogiendo los restos de los pasajeros, mientras los bomberos seguían arrojando agua para extinguir el incendio.

A las dos y media de la tarde llegó al lugar del suceso el gobernador civil y Jefe Provincial del Movimiento, Miguel Vaquer Salort, que se encontraba de visita en Cedeira. Tuvo palabras de elogio para quienes colaboraron en las labores de rescate. “Hoy ha sido”, dijo “un día de luto para La Coruña. Es un gran tragedia que no puedo definir con palabras”. “Tengo que destacar la abnegación, el desinterés y el heroísmo de policías, guardias civiles, bomberos, cruz roja, sanidad militar, ambulancias, incluso particulares. Todos han estado magníficos”.

Innumerables vecinos presenciaron la caída del aparato. Uno de ellos refirió a la prensa, que el avión había arrancado cuarenta eucaliptos como si de berzas se tratase. Otros, como el caso de Amparo Pita, daban gracias a Dios de no estar en casa en el momento del suceso. Perdió casa y enseres, pero quedó indemne. Dos obreros, que trabajaban en el pazo, salvaron milagrosamente la vida por estar realizando obras en la zona de la finca que quedó intacta. Relataron a los medios de comunicación que la cabina de pasajeros quedó encajonada entre las paredes maestras del pazo. Antonio Fernández y José Vázquez fueron de los primeros en llegar al lugar del violento choque. Como buenamente pudieron se pusieron manos a la obra, tratando de auxiliar a los pasajeros. Su labor fue muy difícil, ya que a cada momento se producía una explosión. Consiguieron extraer siete cadáveres entre ellos el del piloto.

En Alvedro, que tras el accidente sería cerrado al tráfico aéreo, se produjeron dramáticas escenas de familiares que esperaban a diversos pasajeros. Los teléfonos quedaron colapsados. Lágrimas, desmayos, emotividad y mucho nerviosismo, fueron la tónica predominante en la terminal del aeropuerto. Poco a poco se fueron conociendo detalles del triste suceso.

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A las seis y cuarto de la tarde, la compañía «Aviación y Comercio» hizo pública una nota oficial sobre el accidente, en la que decía: “Aviación y Comercio, S. A., (Aviaco), lamenta comunicar que a las once cuarenta y cinco de la mañana de hoy, el avión «Caravelle 10-R», matrícula «EC-BIC», de su línea regular “AO-118”, de Madrid-La Coruña, se estrelló en las proximidades del aeropuerto de Alvedro (La Coruña}. El avión tenía su llegada estimada al aeropuerto coruñés a las diez treinta, donde la visibilidad inicialmente era limitada. Las mejoras progresivas de las condiciones meteorológicas permitieron que el avión sobrevolara la zona, a la espera de poder realizar la maniobra de aterrizaje. A las once y cuarenta y cinco se perdió el contacto con el avión, cuyos restos fueron encontrados en Montrove, a unos tres kilómetros del aeropuerto.

En el avión volaban setenta y nueve pasajeros y seis tripulantes, sin que, de acuerdo con las informaciones recabadas por la compañía, se haya podido confirmar la existencia de algún superviviente”.

La compañía AVIACO facilitó la lista de fallecidos. En el avión siniestrado viajaban 79 pasajeros y 6 miembros de la tripulación que eran, además del comandante López Pascual, el copiloto, Carlos Ruiz de Apodaca y Bans, Tercer piloto, Manuel Vázquez Gutiérrez y las azafatas María Luisa Requena, Muzas, Carmen Villaescusa. Téllez y Cristina Martínez Franco del Fresno.

El comandante López Pascual tenía treinta y cuatro años, estaba casado y era padre de siete hijos. Era un aviador muy experimentado, que llevaba en su haber más de ocho mil setecientas horas de vuelo. El comandante instructor de vuelo de la compañía AVIACO, Ramón Anguera, que a punto estuvo de embarcar en el avión, cosa que no hizo por llegar tarde a Barajas, declaró a la prensa que posiblemente la niebla fuese un factor determinante en el accidente, que hizo equivocarse de zona al piloto y volar más bajo de lo preciso.

1973. Entierro de las víctimas no identificadas del accidente del avión de AVIACO Madrid-La Coruña, en una fosa común del cementerio de San Amaro de la ciudad herculina.

El coruñés Abelardo Seijo perdió en el trágico vuelo a su esposa y a sus cuatro hijos de edades comprendidas entre los 13 y 7 años. La familia País Rodeiro, vecinos de Cee, perdió a ocho miembros en el accidente: una mujer, dos nueras y cinco nietos. También el ex delegado de trabajo y en aquellos momentos presidente del banco Exterior de España, Fermín Zelada, perdió a una hija y a su yerno. Un hermano de Manolo, dueño del conocido Mesón del Toro, situado en la coruñesa calle de Federico tapia, también encontró trágico fin. Seis de las víctimas eran ferrolanas. El coronel Martín de Pozuelo, tan ligado a Betanzos por estar casado con Mercedes Romay Beccaría, también falleció entre los retorcidos hierros del avión. Un matrimonio de emigrantes, Manuel Abeleira y Elvira Suárez, que regresaban de Venezuela para residir de forma definitiva en Vilaboa, encontraron también la muerte, esta más trágica si cabe, pues perdieron el avión del domingo día 12 y obtuvieron pasaje en el avión siniestrado. En la cartera de un súbdito norteamericano, Andrew Vicent, que viajaba en el vuelo Madrid-La Coruña, para pasar unos días en la ciudad herculina, se encontró una nota premonitoria. “En caso de accidente avisen a mi esposa en Pennsylvania”. María del Carmen Fernández Olienza, falleció en el accidente, junto a sus dos hijos de uno y dos años. María del Carmen no había viajado con su marido en coche, porque su embarazo se encontraba muy avanzado y prefirió hacerlo en avión.

Se dieron dos casos de personas que anularon los billetes y se salvaron de una muerte segura. El betanceiro Pedro Barral y el santiagués Luis Murillo. Amalia Rodríguez, secretaria del aeropuerto de Alvedro, se salvó por no encontrar billete en el mortal vuelo.

Por la ciudad se extendió el rumor de que en el avión accidentado viajaba el ex presidente del Deportivo y presidente de la Federación Española de Patinaje, Antonio González, que regresaba de Alemania de presenciar los campeonatos de Europa de Hockey sobre patines. También se dijo que habían perecido en el infortunio los componentes del equipo de natación del Atlético Barcelona, que venían a La Coruña a disputar la travesía a nado de San Amaro. Afortunadamente los rumores quedaron enseguida desmentidos. Los muchachos catalanes no habían cogido ese vuelo y el bueno de Antonio González regresó desde Barcelona un día después.

La práctica totalidad del pasaje falleció en el acto, solamente logró sobrevivir uno pasajero que a las seis y media de la tarde encontraría la paz de Dios en la ciudad sanitaria coruñesa.

1963. El primer avión que tomaba tierra en el nuevo aeropuerto de Alvedro en La Coruña.

La capilla ardiente quedó instalada en la ciudad sanitaria “Juan Canalejo” y en el Hospital Militar. Poco a poco, una vez retirados los cuerpos, la mayoría calcinados, fueron apareciendo diversos objetos propiedad de los pasajeros del avión siniestrado. Quedaron depositados en un lugar cercano al accidente donde los familiares podían identificarlos. A las siete y media de la tarde, efectivos de la Guardia Civil encontraron una caja de color rojo anaranjado “la caja negra”, que no se levantó del lugar hasta que el juez de instrucción dio su consentimiento.

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De las 85 víctimas mortales fueron identificadas 43. Los restantes fallecidos fueron enterrados, dos días después del trágico accidente, en el cementerio de San Amaro, en una fosa común, al no existir en aquel momento las pruebas de ADN para identificarlos.

A las doce y media del día siguiente, en la iglesia de San Jorge, se ofició un funeral en sufragio de las víctimas del accidente aéreo. A la ceremonia religiosa asistió la esposa del Jefe del Estado, doña Carmen Polo de Franco, a quien acompañaban el director general de la Guardia Civil, Teniente General Carlos Iniesta Cano; capitán general de Galicia, teniente general Carlos Fernández Vallespín; capitán general de la Zona Marítima del Cantábrico, almirante Antonio González-Aller Balseyro; ex ministros de Marina y Ejercito Almirante Pedro Nieto Antúnez y teniente general Juan Castañón de Mena; gobernador civil Miguel Vaquer Salort; alcalde de La Coruña José Pérez Arda y otras personalidades civiles y militares.

La Misa fue concelebrada por el obispo auxiliar de Santiago de Compostela, monseñor Cerviño, ayudado, entre otros, por el abad de la Colegiata de la Coruña, Santiago Fernández. El templo estaba completamente lleno de fieles, entre los que se encontraban numerosos amigos y algunos familiares de las víctimas.

La causa oficial del accidente fue la violación de las normas de seguridad aéreas, por intentar tomar tierra sin la suficiente visibilidad, teniendo, además, a tan solo 50 Kilómetros de distancia al Aeropuerto de Santiago de Compostela, cuya visibilidad era en aquellos momentos, excelente. Informaciones, conocidas con posterioridad, revelaron que en las cartas de navegación de aquel año, no aparecía ningún tipo de indicación de la gran altura que tenían los arboles con los que chocaría la aeronave.

En el año 2014, concretamente el día 14 de agosto, cuarenta y un años después de la horrible tragedia, en el Cementerio de San Amaro de La Coruña, era inaugurada una losa conmemorativa con los nombres de todos aquellos fallecidos en el accidente del avión de AVIACO, como recuerdo y memoria. El concejal del equipo de gobierno del alcalde Carlos Negreira y miembro partido Popular, Enrique Salvador, depositó un ramo de flores al pie del nuevo monumento.

En 2014, en el cementerio de San Amaro, se inauguró una losa que recuerda los nombres de los fallecidos en aquel accidente de aviación de 1973, allí enterrados.

Aquel accidente del avión de AVIACO, que había sido adquirido en 1967 por IBERIA a la compañía francesa Costellation, por cuatro millones de dólares, hirió de muerte, durante años al aeropuerto coruñés, pues ningún avión de gran envergadura, salvo aquellos pequeños aparatos de hélice, Fockker, volvieron a cubrir la ruta de nuestra ciudad con Madrid. Cuanto lucharon, en aquellos tiempos difíciles, por recuperar el aeropuerto coruñés, Pepe Dopeso, Nicanor Tabuyo, Paco Villar, Paco Ferreiro, Margarita Ponte y los amigos de La Coruña.

Afortunadamente, su lucha se vio recompensada y para el aeropuerto de Alvedro, desde principios de los años noventa del pasado siglo XX, soplaron otros vientos más cálidos y bienaventurados, gracias en gran medida al empeño y labor del recordado alcalde Francisco Vázquez. Con una nueva terminal y una pista de mayor longitud, los grandes aviones regresaron. En la segunda década del siglo XXI y debido a una nueva y gran operación de ampliación y mejora, Alvedro se convirtió en uno de los pilares de la economía coruñesa, volviendo a ser el gran aeropuerto que soñara, aquel irrepetible coruñés, que tanto hizo por su construcción, que se llamó Pedro Barrié de la Maza.

Autor

Carlos Fernández Barallobre
Carlos Fernández Barallobre
Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.

En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.

 
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Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Quincuagésimo aniversario. Todas las lenguas de cultura mantienen una distinción entre cardinales, ordinales y otros numerales. Por supuesto, da igual todo lo que diga la infame Cacademia «De la Lengua».

Aliena

Qué maravilla, le han hecho a usted caso. Eso tiene su mérito.

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