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Cada época posee sus mitos. Sus amos y esclavos. Sus sacerdotes y herejes. Sus héroes y villanos. Sus polis y ladrones, sobre todo. Policía, siervo incondicional de su dueño. El poder político de turno señala, los perros muerden. Adaptándose a toda tesitura política, la obediencia ciega del camaleónico chucho deviene ciega y feroz. La defensa perruna del (des)orden establecido, prioridad, más allá de las abisales injusticias estructurales de éste. Estructuras y cimientos, idénticos y mutantes a la vez. En nuestros días de falsidemia, metamorfosis hacia el Nuevo Orden Mundial. Nuevo orden emotivo, social, tecnológico, económico, político. Tiranía.

Chupaculismo extremo

Tras las progresivas domesticaciones laborales, sanitarias y académicas, siempre asociadas a la «civilización» y al «progreso», cristaliza pulido el férreo control disciplinario. Policial, preferentemente. Mamporrero del amo, chupaculismo extremo, se perfecciona y reconfigura el Estado Policial bajo el perfecto y oportunísimo pretexto del bicho malo maloso. Las nuevas tecnologías aquilatan la pesadilla. Antaño, ahostiado sin cesar, bolsas asfixiantes, electrodos en los huevos, ahogamientos en bañeras o violado con palos de escoba atravesándote el culo o el chumi. Hogaño, por ejemplo, armas psicotrónicas, todo más sofisticado y aseado y refinado en estos tiempos de pulcritud y asepsia. La raza se higieniza. La bofia, más.

Buenos ciudadanos, insuperables chivatos

En España, casi 900.000 multazos desde que se ordenó el secuestro domiciliario de la población el pasado 14 de marzo. Casi 8.000 detenciones por todos los cuerpos policiales, incluyendo regionales y locales. Casi 80 detenidos. La polla en cebolla. La irracional y discrecional violencia del Estado a todo tren. Violencia quirúrgicamente correctora. Disciplinados por nuestro bien. Eso sí, con la imprescindible ayuda de la simpática España de los balcones. La madera, auxiliada por los soplones de terraza, purgando a los «irresponsables», dizque la Sextapo. Los «insolidarios», a padecer el rigor vecinal, la buena gente de toda la vida, tus putos vecinos de los cojones, cagaletas y envidiosos a partes iguales, proyectando difusamente sus miserias morales.

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Mucha policía, nula diversión

Cacería salvaje y absurda de quien toque, descontrol apabullante de macarrismo uniformado. Los pitufos de Carapolla (genial rebautizo de Martínez-Almeida), en ese sentido, ejemplo próximo y acabado, singularmente embrutecidos y rebuznados. Se policializa el mundo, los delatores de visillo creen hacer lo que es mejor. Están convencidos de ello. Creen honestamente que existiera un «derecho a sentirse seguro». Mendigos, putas, negratas, moracos, ruidosos: peligros públicos, generan «inseguridad». Lo de siempre. Ahora, el poder agrega más chusmilla taleguera: por ejemplo, cualquier portador de la enseña rojigualda. O el que sale a pasear a su puta bola, riesgo vírico. Estupefaciente. Pues eso. Buen ciudadano, buen cliente, buen votante.

A lo suyo, jodernos la vida

Mientras, algunos, por fin, constatan lo sabido, más allá de las burdas anécdotas de jefecillos censores de la Malamérita. Toda policía, servir al amo, reprimir, espiar, controlar, perseguir, coartar, corregir, escarnecer, castigar, torturar llegado el caso. Putearte, vamos. Mamá yo quiero ser poli, el poli más cojonudo. Policías, verdugos al servicio del jefe de turno, guardianes de la viejas tiranías/nuevas normalidades, cómplices del mantenimiento de la ruina de lo más tirado de la sociedad. Recortando nuestra libertad, además de eternizar un orden social muy jerárquico y desigual. Turbadora y desasosegante intensificación del poder policial. Más de 120.000 miembros en España, además de la enormísima y acojonante cantidad de seguratas. Cada vez más y arbitrario autoritarismo. Lo dicho, optimizar la represión. En nuestra tierra, argamasa previa, ley de partidos y ley mordaza, dos jalones liberticidas muy vigorosos. Los togados, mientras, consolidando el tenebroso y sombrío asunto.

Policializar el alma

Hiperregulación del espacio público. Sobrecontrol en las calles y, a este infernal ritmillo, en nuestras casas. Policializar el alma, lo mismo que las mascarillas/bozales amordazan el espíritu. La policía, monstruo implacable, cada vez más, además de impune, con sus corruptos y abundantísimos vínculos con el narco, la prostitución y la inmigración, triada tan interrelacionada por otra parte. Sin poder olvidar su deambulares cloaqueros, eliminando a conveniencia a quien, por circunstancias varias, le salga de las pelotas. Sucias Estrellas tan legitimadas para perpetrar todo tipo de abuso de poder. Violencia y tú me hablas de violencia. La peña, mientras, alcahueta o inerme. Espanto.

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Libertad, tesoro

Una lástima. Pena, mucha pena. De todas formas, se debe recordar que las paulatinas pérdidas en libertad no son transitorias, sino que dejan secuelas. Graves, muy graves. Y lo transitorio transita con harta facilidad desde lo provisional hasta lo definitivo. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.