15/05/2024 07:02

Más de una década habilita un balance del Pontificado de Francisco que, así lo esperamos, pretende invitar a la reflexión, formar una opinión sólida y escaparle a cualquier juicio aventurado. En efecto, todo lo que vamos a detallar en las siguientes líneas –las comparta o no el lector– se funda en incontables episodios acumulados, uno tras otro, a lo largo de los años.

No pretende ser este un texto para el Homo videns: el que busque “comida rápida doctrinaria”, algo cortito, que pase de largo. Es un texto para ejercitar el pensamiento, para imprimirlo y analizarlo pausadamente. Se trata de la opinión de un laico argentino, como Francisco, que brota del estudio sistemático de hecho sobre hecho, dato sobre dato. Arranquemos.

La razón de ser del Pontífice se comprende, primero, por la etimología de la palabra.

Pontífice viene de puente y de hacedor. El Papa establece el puente entre el Cielo y la tierra, porque –como heraldo de Dios– tiene el deber de comunicar la Verdad que viene de lo Alto. Todos los temas se iluminan cuando son confrontados con su “deber ser” o esencia, y este no es la excepción. Descendiente de los Apóstoles, y en particular de San Pedro, el Papa es investido como tal para que cumpla un determinado oficio: ser la Cabeza, Ceifas, ser el Conductor, la Suprema Autoridad que marque los caminos del resto de la Iglesia. El Papado no es, por tanto, un mero trabajo que tenga prevista una jubilación por retiro sino una misión sagrada, dada por el Espíritu Santo, nada menos, y sobre la cual pesa una enormísima responsabilidad. Por tanto, todo Papa necesita de las virtudes propias del hombre de mando.

Ni bien asumió al Trono Pontificio, Jorge Mario Bergoglio –al que nosotros los argentinos ya conocíamos como Primado de Buenos Aires– se autodenominó “Francisco” y comenzó a realizar todo tipo de gestos, declaraciones y recomendaciones que lo alejaban de la Tradición Católica. Ante todo, eligió un nombre de Papa que no tenía precedentes en los 2000 años de la Iglesia. Hubo 12 “Píos”, 23 “Juan” y 15 “Benedictos” si descontamos a Ratzinger. Bergoglio eligió “Francisco”, quiso ser único en su especie y debemos reconocer que mantuvo su línea de ser inédito durante más de una década. El nuevo nombre sería apenas un botón de muestra del vendaval que se venía en la Iglesia, tal como lo calificó en nuestra propia casa un sacerdote que nos visitó a pocas horas de la designación en el Cónclave. Y ese vendaval sigue desordenándolo todo.

Porque las palabras de Francisco, sus gestos, sus documentos, sus nombramientos, la gente a la que le da poder o a quienes visibiliza, las personas a quienes ignora o a quienes persigue, todo esto, en conjunto, es lo que debe ser analizado.

Francisco ha recomendado al Walter Kasper, “teólogo” racionalista especialista en evaporar los milagros de Cristo en el Evangelio. En 2016, rehabilitó al “teólogo” argentino Ariel Álvarez Valdez para quien “Alguien puede tener una visión de la Virgen María, que ocurre en la retina de la persona pero no en el exterior”, además de múltiples confusiones acerca de la Virginidad de María, las posesiones demoníacas, la existencia histórica de Adán y Eva, el Diluvio Universal y los estigmas (“no pueden venir de Dios, porque duelen mucho. (…) Los estigmas vienen de los desequilibrios mentales de las personas…”)1.

El Papa subraya supuestas y superficiales semejanzas entre el catolicismo y las posiciones de izquierda, ocultando las profundas incompatibilidades de la filosofía marxista (para no hablar de los innumerables crímenes cometidos por los comunistas). Cerró el Seminario de San Rafael, Mendoza, en la República Argentina, el más fecundo del país y uno de los mejores del continente. Puso de rodillas a la Iglesia Mundial frente a una falsa pandemia y autorizó el cierre de templos y parroquias, suspendió el culto divino: se dejó de bautizar y de propagar los sacramentos. Fue Francisco quien dio la orden de que la Iglesia se sometiera al Estado en cosas donde el César no tiene potestad.

1 Cfr. https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-142116-2010-03-16.html

Francisco ha fraternizado y hasta reconocido a personajes públicos famosos por su ideario antivida y antifamilia, como por ejemplo Joe Biden, Lilianne Ploumen (Caballero de la Orden Pontificia de San Gregorio Magno), Mariana Mazzucato (integrante de la Academia Pontificia para la Vida), entre otros. Ha descabezado casi totalmente la Academia Pontificia para la Vida. Aprovechando el pretexto del covid, forzó la obligatoriedad de la comunión en la mano. El Papa alimentó a personajes de la Teología del Pueblo –la cual se nutre de filosofías antimetafísicas–, ha reconocido al ideólogo Juan Carlos Scannone (“el profesor del Papa Francisco”), les da poder tanto a ellos como a la Teología de la Liberación, les otorga autoridad y reconocimiento, puestos en los seminarios, dinero para financiar sus libros, autorizaciones para dictar conferencias, los rehabilita de las sanciones recibidas (Miguel D’Escoto, Ernesto Cardenal), etc.

Su polémico documento, Amoris Laetitia, desvaloriza la Gracia Santificante al insinuar que las personas en estado de pecado mortal pueden comulgar. Ante los pedidos de aclaración de estos puntos por parte de cuatro cardenales de la Iglesia Católica (las famosas Dubias), Francisco se abstuvo de responder hasta el punto de que ya han fallecido dos de esos cuatro prelados. Inversamente, sí le concedió su tiempo a la prensa. El caso del periodista anticatólico Eugenio Scalfari, por ejemplo, ejemplifica en dónde asigna sus recursos Francisco y en dónde no.

En efecto, en el marco de las entrevistas que le hizo Scalfari, no faltaron respuestas publicadas –atribuidas a Francisco– llenas de heterodoxia, imprecisión, ambigüedad y hasta herejías. La secuencia terminó siendo archi conocida: primero esas frases daban vuelta el mundo, segundo el pueblo católico se escandalizaba, tercero el mundo progresista católico las aplaudía y las convertía en contenidos de catequesis en sus parroquias, cuarto el Vaticano (nunca el propio Francisco) publicaban una tibia desautorización; quinto, un tiempo después, el Papa –como si nada– volvía a conceder otra entrevista al mismo periodista.

No fue casual. Fue un plan. El plan de llevar al Pueblo de Dios a la esquizofrenia. El resultado trágico es la confusión, peor que el error o la mentira.

La homilía papal del domingo 7 de junio de 2015, Festividad de Corpus Christi2, ilustra acabadamente esto. En vez de subrayar la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía y, en sentido subalterno, la presencia de Cristo en todos los hombres (especialmente en los que sufren privaciones), Bergoglio invierte este orden. Como bien analizó el Dr. Mario Caponnetto3, el centro ya no es el milagro donde una substancia da paso a Otra. En este sermón, el foco es cómo Cristo está presente en el pobre, el sufriente, en los indefensos y no en el milagro mismo de la Transubstanciación, apenas mencionado. Lo principal deja de ser principal. Francisco ha logrado eclipsar la verdad del sacramento utilizando otra verdad: la caridad. Por eso el Dr. Caponnetto sentencia respecto del Papa: “Su lenguaje es equívoco, oscuro, impreciso y pone en grave riesgo de confusión a quienes lo oyen”, sus palabras y gestos “oscurecen la verdad de la fe”.

En efecto, Francisco ha sido maestro de la CONFUSIÓN y no de la fe cristiana. En numerosas ocasiones, la Iglesia de Francisco habla de la defensa del ambiente sin distinguir suficientemente entre la falsa defensa –propia de las ideologías– y la verdadera, entendida como creación de Dios para todos los hombres. No sólo no hay una condena de esta pseudo defensa ambiental progresista, en línea con la Agenda 2030. Más aún, desde instancias oficiales se ha promovido la Agenda 2030. Es grave que el medio ambiente, al quedar separado y desgajado de su principio fuente –el Poder de Dios–, pierda su sentido e inteligibilidad.

No sólo hubo confusión intelectual. Hubo también golpes bajos, conductas reñidas con la moral. Francisco humilló la memoria de Benedicto XVI cuando todavía estaba caliente su cadáver4.

2 Cfr. https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2015/documents/papa-francesco_angelus_20150607.html

3 Cfr. https://adelantelafe.com/la-eucaristia-del-papa-francisco/

4 Conocida la noticia de la muerte de Benedicto XVI, por órdenes del Papa, en el Vaticano se siguió trabajando como si no hubiera ocurrido nada. No se dispensó a la gente de sus labores. Muchos quisieron asistir a la misa de exequias igualmente y se les concedió ausentarse sólo hasta las 13, para luego volver a trabajar. Nunca se declaró luto oficial, las banderas no se izaron a media asta, las campanas no sonaron. Lo que no hizo el Vaticano, lo hizo Italia y Gran Bretaña: izaron sus banderas a media asta el 31/12. El cortejo que trasladó los restos mortales de Benedicto no fue presidido por Francisco. Es obvio que toda la Iglesia, el Papa a la cabeza y detrás de él los cardenales, debían estar ahí, despidiendo al papa difunto. Pero detrás del vehículo que trasladó el cuerpo, estaban solamente Mons. Georg Gänswein y algunas mujeres que asistieron a Ratzinger. Francisco se habría negado rotundamente a acompañar el cortejo hasta donde debían colocar el cuerpo: en la cripta. Allí se celebrarían los últimos ritos –que no fueron hechos por el Papa reinante como

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No ha dejado de darle más poder al ex Arzobispo de la ciudad de La Plata, Víctor Manuel Fernández, hoy Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Fernández es uno de los modelos más acabados del clérigo heretizante5: aquel que no se anima a afirmar categóricamente el error para refugiarse en la imprecisión, mezclando doctrina ortodoxa con calculadas gotas de veneno. Se trata del mismo eclesiástico que publicó un inquietante libro titulado Sáname con tu boca, escribiendo en el prólogo lo siguiente: “Te aclaro que este libro no está escrito tanto desde mi propia experiencia, sino desde la vida de la gente que besa”. Es obvio que no hace falta más para darnos cuenta por dónde van los tiros.

A este Pontificado no le faltaron incongruencias. El Papa Francisco se presentó como el Sheriff de la Moral en cuanto a los abusos sexuales por parte de sacerdotes pero su declamada política de “Tolerancia Cero” fue desmentida por el Caso McCarrick. McCarrick es un depredador sexual que contó con la complicidad de Francisco y que el valiente Monseñor Viganó puso en evidencia hace años. Francisco tardó mucho en desmentirlo, haciendo con su denuncia lo que hace con todas las denuncias serias que le hacen: se hace el tonto, finge que no existen, no responde y luego de muchos, muchos años, cuando bajó la espuma mediática, dice algo. Resultado: como el boxeador que nunca toca el cuerpo de un ágil adversario, hace cansar a su oponente.

Francisco es el Papa que mayores divisiones y discusiones ha traído a los católicos, al menos hasta donde llega nuestro conocimiento y recuerdos. Pero con esto no decimos demasiado porque la división, por sí misma, no es ni buena ni mala. Jesucristo mismo dijo “he venido a traer división”, “no he venido a traer la paz sino la espada” y la discriminación puede ser buena. Pero no es el caso. Porque los continuos sobresaltos que Francisco ha provocado, por acción o por omisión, por sí mismo o por interpósita persona, van todos en la misma dirección: erosionar la doctrina católica, removiendo sus perfiles más contrarios al Mundo Moderno (o posmoderno) de modo de que no se diferencie tanto de las ideas que pululan en la actualidad. Construir una Iglesia Light, una Iglesia Líquida. Que pacte. Que acuerde. Que hable en inclusivo. Que bendiga parejas de homosexuales. Que livianamente diga que laicos, sacerdotes y monjas consumen porno. Que no libre una guerra santa contra las leyes abortistas. Que coexista pacíficamente con la Pachamama. Que celebre la Reforma Protestante. Que glorifique a Lutero. Que use barbijo. Que no tenga problema con vacunas hechas con tejido fetal abortado. Que no sea tan intolerante con el error y el pecado. Salvo con los tradicionalistas, por supuesto. Contra ellos vale todo.

Los buenos doctrinarios enseñaron que el Mundo Moderno y su crisis no son dos cosas distintas sino una y la misma. El Papa, es decir Pedro, debería ser Faro, Luz, la Roca que –en el medio de la turbulencia, del relativismo y de la espantosa configuración de poderes mundiales cada vez más brutales y totalitarios (tecnología mediante)– afirmara la verdad. No lo hace. Antes bien, graba videos donde coquetea con el lobby gay, persigue a los católicos tradicionalistas, confecciona una red de espías y delatores, digita los movimientos de la Iglesia en la Argentina pasando por arriba de las mismas autoridades por él nombradas. El poder es lo que le interesa por encima de todo, y como todo ambicioso nunca es suficiente. Siempre quiere más.

No se puede analizar este pontificado si se omite la dimensión psicológica del alma de Jorge Mario Bergoglio. Los argentinos ya sabíamos de su falta absoluta de escrúpulos. Alertamos ya desde el 2013, en cuanto llegó al Trono de Pedro, cuando era totalmente impopular decirlo. Hoy la situación es distinta y muchos de los que defendían cerradamente a Francisco han abandonado tal

hubiese correspondido– sino por el cardenal Re, decano del Sacro Colegio. Para concluir, la Secretaría de Estado comunicó

oficialmente a los países que las delegaciones invitadas no debían llevar traje de gala.

5 En línea con la teología, llamaremos “heretizante” a toda proposición, frase, afirmación o insinuación que –aunque no constituya formalmente una herejía– se aproxima a ella. Al respecto, el brillante teólogo brasileño Arnaldo Xavier da Silveira ha dejado escrito: “Para que una proposición pueda decirse formalmente herética, debe contraponerse de modo preciso y frontal a una verdad de fe definida por el Magisterio extraordinario papal o conciliar, o por el Magisterio ordinario infalible. Si esa contraposición no es estricta, se tiene un texto próximo a la herejía, o con sabor de herejía o sospechoso de herejía, o favorecedor de la herejía, o merecedor de otra censura teológica, pero no se tiene un texto herético en sentido propio”.

En el mismo trabajo, el teólogo explica: “Las ‘censuras teológicas’ señalan el grado y el sentido en que una proposición se aparta de la buena doctrina, pudiendo ser, por ejemplo, escandalosa, temeraria, con sabor a herejía, favorecedora de la herejía, y en el caso más extremo, herética”. En ese sentido, da Silveira expone una iluminadora cita de Pío XII en Humani Generis: “a veces se ignora, como si no existiese, la obligación que tienen todos los fieles de huir de aquellos errores que más o menos se acercan a la herejía…” (punto 12).

La conclusión es clara: “los textos merecedores de toda la vasta gama de las censuras inferiores a la de herejía tampoco pueden ser aceptados, toda vez que son en alguna medida heterodoxos”. Todas estas citas son extracciones del trabajo titulado “Sobre La Calificación Teológica Extrínseca Del Vaticano II”, publicado por el propio Arnaldo Xavier da Silveira.

posición. Este fenómeno merece ser destacado: los buenos católicos, aunque “papólatras”, empezaron defendiendo a capa y espada a Francisco porque creyeron que se repetía la situación del siglo XVI: los malos allá, los buenos aquí; los que critican al papa son malos, los que defendemos al papa somos buenos y ya. Personalmente creemos que quizás carecieron de ciertos libros claves para darse cuenta que la situación era otra. Tal vez nadie puso en sus manos La Iglesia Ocupada, Iota Unum, El Rin desemboca en el Tíber, Complot contra la Iglesia y tantos otros. Desde hace algunos años, atropellados por este Pontificado, muchos de ellos afortunadamente han modificado sus posiciones.

Seguramente después de mucha agua bajo el río, las constantes ambigüedades de Francisco terminaron por desengañarlos. Pero finalmente, superaron esto u muchos se pasaron al bando auténticamente católico, el cual –con Santo Tomás– sabe que los prelados no deben desdeñar “ser corregidos por los inferiores y los súbditos”. Y que, además, los súbditos no deben temer “corregir a los prelados, principalmente si la falta es pública y redunda en perjuicio del pueblo”, como dice el Aquinate en su comentario a la carta de San Pablo a los Gálatas6. En la Suma Teológica, agrega: “Hay que tener en cuenta, no obstante, que en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos”7, a imagen de San Pablo en el episodio con San Pedro (Gálatas 2, 11-16). En ese sentido, cabe recordar las palabras de Melchor Cano: “Pedro no necesita nuestra adulación. Aquellos que defienden ciega e indiscriminadamente cada decisión del Sumo Pontífice son los que menoscaban la autoridad de la Santa Sede: destruyen, en lugar de fortalecer sus cimientos”. A su turno, Francisco de Vitoria supo decir: “si el Papa con sus órdenes y sus actos destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir la ejecución de sus mandatos”. San Roberto Belarmino escribió: “Así como es legal resistir al Papa si asaltara la persona de un hombre, es lícito resistirlo si asalta las almas o perturba al estado o se esfuerza por destruir la Iglesia”.

El gran Francisco Suárez dejó publicado: “Si el Papa dictara una orden contraria a las buenas costumbres, no se le ha de obedecer; si tentara hacer algo manifiestamente opuesto a la justicia y al bien común, será lícito resistirle; si atacara por la fuerza, por la fuerza podrá ser repelido”. Finalmente, escuchemos a Tomás Cardenal Cayetano: “Usted debe resistir de frente a un Papa que abiertamente desgarra la Iglesia, por ejemplo, al rehusar conferir beneficios eclesiásticos, excepto por dinero o intercambio de servicios… caso de simonía, que aun cometido por el Papa, debe ser denunciado”.

Los obsecuentes tomaron, y siguen tomando, otro camino. Entre ellos, los hay progresistas y ortodoxos. Es bastante sabido que Francisco gobierna la Iglesia con mano de hierro y hacer sentir

–a todos– su autoridad. Los arrastrados se callan la boca las arbitrariedades de este hombre sencillamente porque el Papa los tiene agarrados, su trabajo depende de que no entiendan que Francisco es un déspota, y ya sabemos que el dinero y las necesidades apremian –sobre todo en la Argentina– y que el plato de comida no es gratis. Parece que algunos institutos también están condicionados, flojos de papeles o tienen escándalos sexuales ocultos, y entonces tienen que “marchar derechitos”. No pueden cuestionar el Pontificado, no sea que Roma mande un Comisario y haga saltar todo por el aire.

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Los once años del Pontificado ilustran una situación altamente dramática. Los que denuncian la verdad están siendo perseguidos por los propios hermanos católicos –no por ateos militantes y fanáticos comunistas–, que prefieren quedar bien con el Papa antes de decir “El Rey está desnudo”, cuando es evidente que el Pontífice ha hecho y deshecho contra la tradición católica. Las limitaciones a la Misa Tridentina lo prueban acabadamente, restricciones que –según el propio colaborador del difunto Benedicto XVI– “rompieron el corazón” del entonces Papa Emérito.

Más de una década permiten exponer una radiografía de sus estrategias de confusionismo mental. Permítasenos la reiteración a fin de que quede bien explicitada la maniobra:

  • Paso 1: decir o dejar que otro diga por él una barbaridad cuasi herética.

  • Paso 2: escándalo en los medios de comunicación. Discusión, debate, la gente toma postura, que dijo esto, que no lo dijo, que no es lo que quiso decir, que no quiso dar a entender eso pero lo insinuó aunque no lo terminó de decir.

6 Santo Tomás de Aquino (1983). Comentario a la epístola de San Pablo a los Gálatas. México: Tradición. Disponible en: http://www.traditio-op.org/biblioteca/Aquino/santo_tomas_de_aquino-comentario_a_la_carta_a_los_galatas.pdf (página 22).

7 II-II, Q. 33, art. 4, ad 2. Disponible en: https://hjg.com.ar/sumat/c/c33.html#a4.

  • Paso 3: luego de una semana o dos de mucho daño y mucha confusión, el Vaticano o alguna dependencia eclesiástica publica alguna retractación –tibia, incompleta e insuficiente– cuya circulación representa el 1% de la circulación de la heterodoxia originaria.

  • Paso 4: los católicos conservadores, de buena doctrina en general pero papólatras, se agarran de esas migajas para poder seguir mintiéndose a mismos y mantenerse engañados en que “el Papa es bueno y el problema son los MMCC que lo tergiversan”. Entonces, cada uno a su librito y listo.

Esta estrategia se repitió una y otra vez, conformando el esquema de “Dos pasos Adelante, Uno Atrás”, ideal para debilitar en el pueblo católico la conciencia de la verdad e irlo preparando, lenta pero inflexiblemente, a cambios más drásticos.

Llegando al final de este documento, no podemos sino hacernos en voz alta esta pregunta:

¿es el Pontificado de Francisco herético? ¿Es Francisco un hereje? ¿Estamos ante un Papa

formalmente hereje?

Son muchos los que se vienen preguntando esto y consideramos prudente explicitar aquí nuestra opinión hasta el momento, salvo mejor argumento.

Un hereje es quien impulsa una herejía, ya sea material o formal.

Una herejía es un cuerpo de afirmaciones definido, cerrado, con límites estipulados. Tuvimos muchas herejías en la historia de la Iglesia: el arrianismo, el nestorianismo, los protestantes…

Para que una persona sea considera hereje, tendría que promover una herejía, esto es, una doctrina definidamente falsa, de nítidos perfiles, que no negocie, que no transe, que no se refugie en la ambigüedad (por lo general, los herejes se sentían ortodoxos y acusaban en voz alta y abiertamente a La Iglesia de estar en el error).

Si lo que caracteriza a la herejía es constituir un cuerpo de afirmaciones cerradas, con límites claramente definidos, nos vemos obligados a concluir –a la luz de la evidencia– que esto no es lo que Francisco impulsa.

No estamos en el siglo IV frente a arrianos honestos. Tampoco estamos en el siglo XVI, con un Lutero que defendía sus tesis a muerte y que no se aprovechaba de los vagos matices de significado.

Este Pontificado no impulsa cuerpos de doctrinas “equivocadas”, que puedan ser sometidas a una crítica racional, que tengan consistencia y sean compactas. Creemos que asumir el pontificado de Francisco de manera “esencialista” –como si él viniera a sustituir una doctrina verdadera por otra falsa– sería un error de diagnóstico trágico. Casi diríamos que Bergoglio, si diese el paso pronunciar una herejía redonda, abierta, cometería un grave error en el marco del plan que se ha trazado. Por eso, Francisco no es la herejía. Es el aloguismo: es el a-logos, el sin logos, la falta deliberada del logos griego.

No es que no haya un coqueteo con la herejía, lo hay, pero esta nunca termina de decirse con todas las letras.

Los once años de Francisco no constituyen la implantación de una tesis herética que rivalice con la doctrina católica hasta empujarla de los seminarios, parroquias, catequesis y universidades. Se trata de algo mucho peor: se trata de provocar la confusión mediante el entrenamiento en la permanente dialéctica de si Francisco dijo esto, si dijo lo otro, si quiso decirlo pero no lo dijo, si lo dio a entender, si lo tergiversan los medios, si lo malinterpretan los tradicionalistas. Es el magisterio de los medios de comunicación.

Se nos pretende acostumbrar al relativismo y la propia persona que ocupa el Trono de Pedro lo fomenta. Si la gracia supone la naturaleza, la fe supone el buen funcionamiento de la inteligencia natural. Ahora bien, la inteligencia natural no puede funcionar y operar si todo es discutible, si cada uno se hace un Papa Francisco “a la carta”, si cada feligrés toma a Francisco con beneficio de inventario porque se ha tenido la precaución para ir dejando en estos años unas cuantas declaraciones ortodoxas. Esto hace posible que quien quiera engañarse, tenga elementos suficientes. ¿Cuánto de la verdadera fe puede germinar en una mente deformada por esta anarquía mental?

Creemos asistir a un escenario eclesiástico-mediático que no dudamos en calificar como doble pensar orwelliano: te obligan a leer o a escuchar alguna barbaridad de Francisco pero tienes que seguir pensando que “todo está bien”, que “el papa nunca se equivoca”, que “los culpables son

los medios” y un sinfín de puerilidades totalmente insostenibles. Porque sabes, o supones, que recorrer el camino de la racionalidad –que también podría llamarse el camino de la valentía– implica golpes, reprobación social, hostigamiento psicológico. Por eso te quieren sin cerebro. NO PIENSES. NO COMBATAS EL ERROR. NO DISCUTAS. SIMPLEMENTE ANDA A MISA LOS DOMINGOS Y ACTUÁ COMO SI EN ROMA NADA PASARA.

En 1984, Orwell lo sintetizó de manera notable:

El partido instaba a negar la evidencia de tus ojos y oídos. Era su orden última y más esencial”.

Quizás lo más terrible no sea solamente lo que este Pontificado representa sino la falta de una mayor reacción ante él. Hubo muchas reacciones a Dios gracias (Burke, Schneider, Viganó, recientemente Aguer, Sarah, Bux, muchas conferencias episcopales y obispos) pero todavía faltan. Y faltan a causa del lavado de cerebro llevado a cabo por referentes –laicos y sacerdotes– que militan todos los días la mentira de que no pasa nada.

El aloguismo –que atraviesa todo este Pontificado– es algo muy serio puesto que el logos toca la identidad de las cosas, su base metafísica. Si Francisco está signado por la contradicción permanente consigo mismo y si es verdad –con Romano Amerio– que la identidad de la realidad es lo más profundo en ella, ¿se puede llegar más lejos?

Quizás estamos siendo testigos de Los Signos de Los Últimos Tiempos. Esto no tiene nada que ver con videntes ni éxtasis místicos: simplemente, creemos que no se puede ir más allá. En efecto, no hablamos de comprensibles debilidades humanas: un cardenal que tiene una amante, un prelado ladronzuelo que vive a cuerpo de rey, un párroco borracho. “Roma perderá la fe y será la Sede del Anticristo”, dijo la Virgen en La Salette, en una profecía aprobada por la Iglesia Católica en tiempos de Juan Pablo II.

Voces autorizadas vienen hablando de apostasía en las mismas entrañas de la Iglesia. Si le creemos a la Virgen, y vaya que sí, no podemos descartar la cercanía con la batalla del Armagedón. Ahora bien, esté próximo o no el Fin, nuestro deber no cambia. Nuestro deber es –siguiendo la consigna del Padre Castellani– “Hacer Verdad”, organizarnos para combatir y para decir la verdad sobre este Pontificado, decir la verdad sobre el Papa Francisco, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

Lic. Juan Carlos Monedero (h)

Egresado por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA)

https://jcmonedero.com/once-anos-francisco-juan-carlos-monedero/

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