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Paseando por la primera planta del Museo Nacional del Prado, en una de las salas donde se expone la pintura de Goya, podemos apreciar un excelente retrato de cuerpo entero del notable militar vizcaíno José de Urrutia (1739-1803). Inmortalizado con casi 60 años –en 1798– por el maestro de Fuendetodos, destacan en él su porte elegante, pelo cano, magro rostro y gesto adusto. La mirada inteligente y franca, de ojos vivos aunque cansados, nos atrapa de inmediato, invitándonos a saber más de un personaje cuyo carácter y trayectoria se nos anticipan, a primera vista, fuera de lo común.
Su atuendo nos ayuda a conocer al retratado: Viste uniforme de campaña de Capitán General, con casaca azul forrada de rojo, sable, calzón de ante color bayo, y los tres galones de su rango bordados en oro sobre el fajín y bocamangas. Portando un catalejo en la mano derecha, se apoya en su bastón de mando con la izquierda, que sostiene a la vez un sombrero de tres picos con escarapela rojigualda. En la cartela que lo acompaña se indica que la enseña que luce en el pecho es la Cruz de San Jorge, recibida de manos de la emperatriz Catalina II de Rusia en reconocimiento a sus méritos en el sitio de Ochákiv, en Ucrania, con motivo de la guerra ruso-turca de 1787-1792. Un dato éste que probablemente hoy a muchos sorprenda: ¿Qué hacía este español tan lejos, luchando en Ucrania con las tropas rusas de la zarina ilustrada Catalina “La Grande”? –se preguntará el lector–.
Sin embargo, este hecho se explica si comprendemos cómo la guerra mencionada se inscribe en una larga lucha de la Europa cristiana por liberarse del yugo otomano. Una ocupación que duró varios siglos –hasta principios del siglo XX– y que llegó a alcanzar amplias regiones del sur y este del continente. Más concretamente, el episodio mencionado se enmarca en una serie de conflictos entre rusos y turcos por el control del Mar Negro. Sin pretender ser exhaustivos, he aquí un breve repaso que puede ayudar a entender mejor este capítulo de la Historia:
Dentro de la Gran Guerra Turca (1645-1699) que enfrentó a las naciones cristianas europeas con el Imperio Otomano, y que tuvo un punto de inflexión en la segunda defensa de Viena[1] –batalla de Kahlemberg, 1683–, se creó la Santa Liga[2] en 1684; una gran coalición compuesta por el Imperio Austriaco, la Confederación Polaco-Lituana, el Principado de Moscovia y la República de Venecia, para hacer frente a los turcos. En paralelo y directamente ligadas a este pacto, se produjeron una serie de guerras ruso-turcas en torno a Crimea por la posesión de este enclave estratégico.
Aquí debe citarse, previa a la citada alianza, la guerra ruso-turca de 1676-1681, finalizada con el Tratado de Bajchisarái, que fijó la frontera con el Imperio Otomano en el Dniéper, pactando un territorio neutral entre los ríos Dniéper y Bug.
Apenas cinco años después, ya conformada la Liga Santa, tuvo lugar la guerra ruso-turca de 1686-1699, que comprendió las campañas de Crimea (1687-1689) y de Azov (1695-1696). Pero la Gran Guerra Turca concluyó con la Paz de Karlowitz (1699) sin grandes avances para Rusia salvo la posesión del citado mar de Azov.
Por supuesto, la presión rusa para acceder al Mar Negro no se detuvo y ya en el siglo XVIII la emperatriz Catalina II reanudó el conflicto con la guerra ruso-turca de 1768-1774; culminada con el Tratado de Küçuk Kaynarca, por el que Rusia recibió la región de Yedisán –entre los ríos Dniéper y Bug– y el puerto de Jersón –a orillas del Dniéper y el Mar Negro, frente a Crimea–. Aunque lo más importante fue que el Kanato de Crimea[3], hasta entonces en poder de los tártaros, pasó a ser nominalmente independiente y Rusia obtuvo algunas plazas en tal península; concretamente, la ciudad portuaria de Kerch y la fortaleza de Yeni-Kale.
Este largo proceso por el control del estrecho del Bósforo y la costa norte del antiguo “Ponto Euxino” significó una nueva contienda: la guerra ruso-turca de 1787-1792, por la que Rusia terminó de anexionarse definitivamente Crimea. En esta campaña, Catalina contó con el apoyo del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico José II de Habsburgo y en ella tuvieron un papel destacado dos militares españoles: José Pascual Domingo de Ribas (1751-1800), almirante de la armada imperial rusa y fundador de la ciudad de Odesa en 1794, y el citado don José Urrutia, ingeniero experto en poliorcética, esto es, en el arte de atacar y defender las plazas fuertes. Concretamente, la ciudad portuaria de Ochákiv –situada en una pequeña península en la desembocadura del río Dniéper, al sur de Ucrania–, en cuya toma se distinguió Urrutia, cayó en 1788 tras un asedio de seis meses comandado por el general Aleksander Suvórov.
José de Urrutia tenía una brillante trayectoria como “ingeniero delineador”, levantando numerosos mapas en el norte de la América española[4] –de la frontera septentrional, del interior y de la costa occidental– y supervisando los presidios –delineó los planos de 21 de estos puestos fortificados– en aquel inmenso territorio entre 1764 y 1769. De regreso en España, fue profesor de Matemáticas en la Academia Militar de Ávila –fundada en 1774– y participó en la guerra anglo-española de 1779-1783. Tomó parte en el sitio de Gibraltar en 1779 –donde fue herido– y tuvo un papel muy destacado –ocupando el fuerte de Marlborough– en la recuperación definitiva de Menorca en 1782.
En 1787, Urrutia recibió el encargo del Rey Carlos IV de encabezar una comisión para recorrer Europa a fin de informarse de los avances en fortificación y otros aspectos militares. Pero, una vez en Rusia, y respondiendo a la invitación del mariscal Potemkim para participar en la “primera” guerra de Crimea (1789-1792), los españoles recibieron el permiso de Carlos IV para intervenir contra los turcos, participando en los asaltos a la fortaleza de Ochákiv; Palanca –paso en la frontera entre Ucrania y Moldavia–; Bender –en la orilla izquierda del Dniéster–; Bílhorod-Dnistrovskyi[5] –en el limán del Dniéster– y en la batalla de Izmaíl (1790). Por sus méritos, Urrutia fue condecorado por la emperatriz Catalina II con la Cruz de San Jorge y por el príncipe mariscal Potemkin con la Espada de Oro al Mérito y Valor. También se le concedió el título de general del Imperio Ruso, que no aceptó porque le obligaba a jurar servir a Rusia el resto de su vida militar. Recordemos igualmente el reconocimiento que obtuvieron también en Rusia otros destacados españoles como el ya citado José Pascual Domingo de Ribas (1751-1800) o el ingeniero Agustín de Betancourt (1758-1824), que sí decidieron quedarse allí y a los que todavía se conmemora en placas y monumentos.
Tras su regreso a España en 1791 Carlos IV ascendió a José de Urrutia a Mariscal de Campo, jugando un papel decisivo como Comandante de Ceuta, sitiada y bombardeada desde 1790 por el sultán Al-Yazid, alentado por los británicos.
En 1793 participó con el general Antonio Ricardos en la Guerra del Rosellón contra la Francia revolucionaria, siendo ascendido a Teniente General. Y en 1794 fue nombrado Capitán General[6] de Cataluña –primer militar que, sin título de nobleza, alcanzó tal rango–, ganando al año siguiente las batallas de Pontós y de Báscara, de forma que para la firma de la paz de Basilea entre España y Francia en agosto de 1795 se había recuperado el territorio catalán perdido meses antes. En 1797 fue nombrado Ingeniero General de los Reales Ejércitos, Plazas y Fronteras.
Por supuesto, la brillante trayectoria de José de Urrutia merece ser recordada. Pero también resulta interesante observar cómo en ella convergieron episodios tan de actualidad como la importancia de Crimea para Rusia y las aspiraciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla.
En este punto, no está de más reparar en la posición del Reino Unido en relación a ambas cuestiones: Apoyando casi siempre[7] a los musulmanes turcos frente a los cristianos rusos para evitar la salida de éstos al Mediterráneo; poniendo la zancadilla y metiendo los dedos en los ojos a Rusia, como vemos, mucho antes de la famosa Guerra de Crimea de 1853-1856 y más allá del llamado “Gran Juego” entre Rusia y Gran Bretaña por la hegemonía en Asia central y el Caúcaso –Afganistán, Turquestán, Persia y Mesopotamia–. Recuérdese aquí también la posición británica dejando tirados a los rusos blancos en la guerra civil (1917-1922) contra los bolcheviques.
Por otro lado, y a propósito del asedio marroquí de Ceuta alentado por los ingleses en 1790, conviene recordar que, contradiciendo la directriz de la OTAN que obliga a defender el territorio de sus estados miembros, Ceuta, Melilla y Canarias no se encuentran amparadas bajo su paraguas. Y que esta Organización dirigida por anglosajones[8] y sometida a sus intereses admite que uno de sus miembros tenga una colonia en nuestro territorio.
¿Alguien se extraña de que después de invitar a Ucrania a ingresar en la OTAN se la haya abandonado? Ucrania va camino de quedar destruida. Rusia ha perdido la guerra de la propaganda y su economía se verá muy afectada. Pero, sobre todo, las relaciones entre Rusia y Ucrania quedarán rotas por mucho tiempo y sus poblaciones pagarán las consecuencias. Ante lo cual, cabe preguntarse: ¿Cui prodest?
[1] El conocido como primer sitio de Viena –por Solimán I “El Magnífico”– se produjo en dos fases: Primero en 1529, en que el archiduque Fernando (hijo de Felipe y Juana, futuro emperador del Sacro Imperio) fue auxiliado por los arcabuceros españoles enviados por su hermana María de Hungría. Y en 1532, cuando Solimán intentó de nuevo tomar la ciudad pero un gran despliegue del emperador Carlos V le disuadió.
[2] Reedición de la Liga Santa de 1571, vencedora en Lepanto. Aquella alianza fue auspiciada por el Papa Pío V e integrada por España, Roma, Venecia, Génova y la Orden de Malta. La Liga Santa de 1684 fue sancionada por el Papa Inocencio XI.
[3] Recordemos que, como resultado de la invasión mongola en el siglo XIII, Crimea fue un kanato –región administrativa a cargo de un señor o kan– desde 1441 hasta 1783. Gobernado por los tártaros –es decir, turco-mongoles herederos de la Horda de Oro–, los rusos depusieron al último Kan, Şahin Giray, en 1783.
[4] El virreinato de Nueva España ocupaba entonces todo el oeste de los actuales EEUU hasta Alaska.
[5] La antigua Tiras griega, la bizantina Asperon, la veneciana Maurocastro y Akkerman turca.
[6] Ya con los Tercios hubo promoción por méritos, pero nunca hasta el cargo de Capitán General.
[7] Gran Bretaña participó en la batalla naval de Navarino (1827) junto a franceses y rusos en el marco de la Guerra de Independencia Griega (1821-1830). La intervención rusa dio lugar a la guerra ruso-turca de 1828-29, finalizada con el Tratado de Adrianópolis. En él Grecia obtuvo la independencia y Rusia el control de la costa del Mar Negro desde el Danubio hasta Georgia y derecho de paso en los Dardanelos.
[8] Resulta lamentable cómo, por ejemplo, hasta el Real Instituto Elcano se encuentra bajo la dirección de un anglosajón, Charles Powell. ¿Qué política exterior vamos a tener si nuestro “centro de pensamiento y laboratorio de ideas de estudios internacionales y estratégicos” está encabezando por un estadounidense?
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