17/05/2024 04:53
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Se conoce como socialcomunismo -con el añadido, en España, de las rebabas frentepopulista y de la derecha apátrida- al proceso mediante el cual millones de seres humanos apoyan, impulsan o ejecutan crímenes contra la naturaleza y contra su prójimo. Este proceso consiste en la entrada de codicias, envidias y resentimientos múltiples a su cuerpo y a su alma, con la correspondiente formación y la consiguiente salida de los mismos de trampas, insidias y mentiras.

El proceso es indispensable para la vida de estos organismos defectuosos y repulsivos. Mientras que los seres normales necesitan sólo oxígeno para respirar, los rojos y sus excrecencias precisan, además, otras funciones biológicas y anímicas. Gracias a ellas alcanzarán su desarrollo personal y su medro social, a costa siempre de la desgracia, de la miseria y de la sangre de sus oponentes.

Se ha demostrado, desde que se tiene conocimiento de su existencia y desde los primeros estudios efectuados sobre esta característica humana, que sin la mentira y sin el odio, sobre todo, acabarían por desaparecer, al menos como especie o raza aventajada, deforme y peligrosa para sus semejantes. Sin la mentira, sin la codicia y sin el resentimiento no son nadie.

Lo curioso es que sus víctimas, que son el resto de la humanidad, habiendo acertado con el diagnóstico, aún no han encontrado una fórmula eficaz para conseguir su extinción. Tal vez porque el remedio a este espantoso vicio no depende de los mismos seres vivos, sino de la Providencia, es decir, del conjunto de todo lo existente, que está determinado y armonizado en sus propias leyes. No obstante, debemos apuntar la excepción a la regla, porque estos monstruos también hay ocasiones en las que dicen verdades: cuando hablan mal los unos de los otros.

El siniestro rojerío, junto con sus exudados terroristas, separatistas y derechistas, son canallas de baqueta, mientras que sus amos globalistas del Gran Capital o sus cómplices de la doméstica oligarquía financiera son canallas de terciopelo. Baquetas, unos, para limpiar los agujeros… de los cañones, por ejemplo; y terciopelos, otros, para envolver los cadáveres sembrados por dichos cañones.

El socialcomunismo, y su degeneración elefantiásica conocida como frentepopulismo, ha mantenido siempre un desmesurado nivel de criminalidad a lo largo de su historia, y para mantener tan meritoria cota de terror no ha tenido empacho en aliarse con cualquier cofradía, banda, facción o herejía capaz de facilitarle el servicio del Mal o su acceso a él. El socialcomunismo, que es la filosofía de los fracasados, porque se nutre de ignorantes y de envidiosos, tiene como corolario el hambre, la miseria y la muerte, y desde sus orígenes se halla empeñado en distribuirlas igualitariamente entre sus oponentes y entre el pueblo que dice defender.

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Toda inclinación a la ingratitud y a la traición, a la soberbia y a la torpeza moral, es premiada por el socialcomunismo. Pertenecen los socialcomunistas a esa clase de gente que no sólo no se avergüenza del robo, sino que además se alaba del engaño, del crimen y de la perversión, todo ello ejercitado y ejecutado a gran escala, por supuesto. Porque lo intrínseco de su naturaleza les enseña que las infracciones pequeñas son castigadas, pero los grandes sacrilegios son llevados en triunfo.

También es connatural al socialcomunismo el hecho de que, mientras depredan al pueblo, no dejan de repetir que lo hacen en su nombre; y ya de paso, en nombre de la «cultura», de la «libertad», del «diálogo», de la «convivencia», del «servicio público», etc. Y para ello utilizan sus altavoces de propaganda, esos pesebres mediáticos pagados por sus víctimas e integrados por una recua de reporteros, manifestantes de mochila, tertulianos afines y comisarios políticos que mantienen la tensión y que nos cuentan lo atroz que resultaría la gobernanza del dóberman o de la ultraderecha, esas estremecedoras imágenes que han conseguido grabar en las entendederas de los imbéciles, de los sectarios y de los cobardes.

El socialcomunismo, junto con los hijos de la serpiente que han rentabilizado sus crímenes y junto con sus recogedores de nueces, esos que se han aprovechado de la sangre que animaron a derramar a los asesinos, aborrecen a Cristo y al cristianismo, y al patrimonio artístico y cultural educativo de raíces humanistas y cristianas. Aborrecen a España, a su historia y a su lengua; a la Creación en toda su grandeza; al albedrío del ser humano, a la vida en general; a la familia, a la educación basada en la excelencia moral e intelectual, a la que sustituyen por el adoctrinamiento y las consignas; a la libertad, a la generosidad y al noble esfuerzo, a los que pretenden sustituir por el buenismo y por el subsidio o la dependencia estatal y la esclavitud. Aborrecen también a la honradez, al estudio y al mérito, ardiendo de envidia hacia los que destacan por su trabajo y por su aristocracia espiritual, que serán los primeros a quienes tratarán de eliminar.

Y como nuestra política, hoy, está dominada por esta feroz patulea, es por lo que vemos correr por las instituciones toda una miscelánea de escarabajos y ratas de aliviadero. Políticos de sentina -con su cohorte de sucedáneos y de cuñaos– nacidos de la putrefacción, demonios de sí mismos, porque la política española, desde hace cincuenta años es el juro de heredad que más seguro tienen en el infierno, ya que, entre miles y miles de delitos y aberraciones, se vanaglorian de haber dejado a España sin reputación.

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La bella Ferraz de la propaganda, talego o zurrón de España y hoy de moda en el mundo por su simbología, no tiene nada que ver con la Belleza, que es una dama muy noble y muy olvidada de los favores del socialcomunismo y de sus bubas frentepopulistas y de derechas. Por el contrario, la Necedad, que es camarera mayor del rojerío, y aunque fea, muy favorecida por él, no deja de echar a la Belleza mal de ojo. También la Envidia la sigue y la persigue, vestida de basilisco, porque esta enorme serpiente se sacia con la grosura de sus sacrificados, como buen halcón de las alcándaras institucionales y civiles. Y también la persigue la hidrópica Ambición, siempre preñada de bajos deseos y de abyectos resentimientos. Y los que galantean a estas damas, sin olvidar a la Insidia, a la Mohatra y a la Mentira, alumbrándolas con antorchas de brillantes colores son pervertidos, fulleros, ladrones, hipócritas y restantes forajidos y monederos falsos, que forman parte de las caballerizas del Infierno.

No es extraño que, ante tan terrible realidad, la rebeldía minoritaria, y hasta cierto punto heroica, parafrasee nuestro Cancionero General, y recite así: «Yo os reto, socialistas, por traidores compulsivos, os reto a todos los muertos, a los muertos y a los vivos, a sus hombres y mujeres, los por nacer y nacidos; también a todos los tibios, a los grandes y a los chicos, a los tontos y a los listos, a la prensa y a los polis, a los jueces y milicos, y a todos esos peritos que, denigrando su oficio, odian a España y a Cristo y empeñan toda su escoria en clausurar los caminos y ensangrentar los destinos».

Pero, finalmente, el Mal no pasará. Sembrará odios terribles, creará ingente miseria, derramará ríos de sangre, pero no pasará. Y esa es su humillante mortificación, su terrorífica penitencia histórica.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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