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Años duros del franquismo, persecución y represión de homosexuales y transexuales. Ficha policial y riesgo para la convivencia, sobre todo aquellos que por su circunstancia de mayor marginalidad, que solía coincidir con los menos pudientes, estaban constantemente en el punto de mira de maderos y guardia civil, ese benemérito horror, tuneado los pasados días de arco iris. Leyes de vagos y maleantes. O peligrosidad social. Terrorífico ejemplo culminante: campo de concentración de Tefía, Fuerteventura. Colonia Agrícola Penitenciaria, eufemismo del régimen. Auschwitz para los enchironados.

Un mundo homófobo

Cierto. Pero lo antedicho es media verdad, la peor de las mentiras. Obviamente, no fue el franquismo el único y gran represor. Antes de 1936, durante la monarquía alfonsina, lo mismo que durante la segunda experiencia republicana, el fichaje policial idéntico, interrogatorios – feroces, viles y muy vejatorios- donde se trataba de establecer un vínculo entre hechos «delictivos» y la «mala vida». El común de las «buenas gentes del pueblo» (Patxi Andión) observaba con recelo, en el mejor de los casos, a este tipo de personas y sus «desviadas e impropias” conductas. Obviamente este prejuicio (¿justificado?) se camufla en la noche de los tiempos. Temporal y espacialmente.

El franquismo sirve para un roto y un descosido. La bazofia progre perpetúa un curioso proceder que atribuye al franquismo todos los abusos, demasías y excesos homofóbicos, como si en otras naciones «democráticas» no hubiera sucedido exactamente lo mismo en las épocas a que estamos ciñendo. Los progres hispanos: desmemoriados o con memoria extremadamente selectiva. Es dable recordar que aquel desconsiderado – y tantas veces brutal – comportamiento de los malaméritos picoletos, con mayor o menor énfasis, fue común a todos los países de Europa, salvo tal vez los nórdicos, donde una mayor libertad de costumbres hacía que las conductas homosexuales fueran, si no normalmente consentidas por toda la población, sí pródigamente conllevadas.

La izquierda homófoba

Recordemos, grosso modo. La URSS, castración de los homosexuales, talego y campos de concentración, destierro y fichajes policíacos con sus andanzas, compañías y amistades. A las bolleras, sobre todo las pobres, limpieza de meaderos públicos, destinadas también a otras innúmeras actividades tan humillantes e indignas como la anterior, aquellas que el nuevo hombre soviético jamás realizaría. Lo mismito en las repúblicas «democráticas» alemana, polaca, húngara, checa. Y para no desandar tanto en el tiempo, podemos echar un sencillo vistazo a la Cuba de hoy, donde los homosexuales no gozan, ni mucho menos de buen estatus y están generosamente patrullados (como toda la población, por otra parte).

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O a la Cuba de ayer, con sus abundantes campos de «reeducación», levantados en la ciudad de Camagüey. En las entradas de los campos de detención sobresalía un cartel con la locución «El trabajo los hará hombres», que evocaba al Arbeit macht frei («El trabajo los hará libres»). Este campo sirvió de modelo para que se generalizase la detención, tortura y asesinato de homosexuales que no habían perpetrado crimen alguno pero cuyo estilo de vida se hallaba frente a los principios que instituían la nueva autoridad «revolucionaria» de Cuba.

La «revolución» cubana exigía, a la sazón, «un obrero vigoroso, gallardo, trabajador, patriota, desinteresado, heterosexual, monógamo y austero». Eso le llevó a considerar a homosexuales y lesbianas como unos «pervertidos sexuales» y, en palabras del magno Cabrera Infante, «gente enferma» (¿recordamos el DSM?) que debía dejar paso al mencionado «hombre nuevo, políticamente sano». Lo de Ernesto ‘Che’ Guevara raspaba la sociopatía. Como certeramente aseveró Abascal, líder de Vox, debe «ser muy duro para los homosexuales que sigan rindiendo homenaje a sus perseguidores y asesinos».

¿Han cambiado las cosas a mejor o peor?

Existe una potente homofobia en la izquierda española, rozando el odio. Me refiero al hoy. Al final la » buena gente» sigue considerando que lo correcto es formar una familia heterosexual con hijos. Que “mejor no salga un hijo gay porque lo va a pasar mal”. Esto dicho con harta frecuencia por padres «muy de izquierdas», incluso «heroicos» militantes durante la transición/traición. Y de su aberrante, mansurrón y castrador paternalismo, mejor no hablar. La izquierda anhela malvalocas domesticadas y fieles votantes. Nada nuevo bajo el sol.

Visto el somero panorama, llegamos a una apurada conclusión: tolerancia e intolerancia dependen para los progres de sus preferencias políticas. Pero la realidad, obstinada en su devenir, nos demuestra que la libertad, la sexual entre ellas, nada tiene que ver con dichas predilecciones. La eterna España pendular, sin quicio y carente de razonable término medio: de perseguidos a homosexualizarnos a hostias.

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¿Y si la vaina va de otra cosa?

En la actualidad, la cosa se enturbia. ¿El lobby elegetebeí es inconsciente eje esencial de poderes globalistas, visibles e invisibles, para destruir la familia, chamuscar la demografía y mutar la población de los pueblos blancos, preferentemente occidentales? ¿Es perfecto caballo de Troya e inmejorable títere dado el » buen rollo» que supura esta «buena gente» que solo ansía follar libérrimamente? ¿Qué fuego les prende? ¿El fuego del corazón? ¿Libres como el viento? ¿Acertado o equivocado el gran Carlos Cano en su romance/homenaje al imperecedero Ocaña?

¿ Hablamos de tolerancia o de una enlutadísima conjura, donde el mundillo elegetebeí no representa más que una mascarada- interpretando en principio inconscientemente el papel de tonto útil- donde se están manipulando organizada y descarnadamente las mentes occidentales de hombres y mujeres que acaban detestándose entre sí y provocando, mientras, un suicidio demográfico de mil pares de pelotas? ¿Justas reivindicaciones o sustitución étnica y tránsito hacia el transhumanismo? Decidan ustedes. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.