05/10/2024 00:58
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Desde que los socialistas llegaron al poder sacrificaron la economía de la sociedad que gobernaban a los intereses de la Hacienda, y los intereses económicos de cada gobernado a sus propios intereses, poniendo en marcha una política fundamentada en una idea obsesiva que era la necesidad creciente de que cada individuo les entregara más dinero, lo que llevaba a una presión impositiva insostenible.

Esa necesidad revelaba el deseo de que los ciudadanos guardaran cada vez menos para sí y, sobre todo, les ayudaba a olvidar que el auge de las finanzas estatales es imposible sin su equivalente en el auge de la economía general del país. Economía que fue postergada por la prioridad de ideologizar a la sociedad, y cuyo afán doctrinario les hizo perder la noción de que es fundamental el fomento de los intereses económicos de la sociedad, presentando un defecto sustancial en las normas que deben regir las relaciones entre ciudadanos y Estado.

Hoy como siempre se trata de determinar si el poder ha de estar al servicio de los ciudadanos o si estos deben conformarse con el papel de súbditos humillados, prestos a recibir con gratitud los rasgos y gestos de desprendimiento de quienes previamente les están esquilmando, sus bondadosos gobernantes. ¿Quién puede creer en la disciplina presupuestaria, cuando no dejan de sucederse impunemente prevaricaciones políticas, actos de soberbia y despotismo, perversiones múltiples o errores de gestión cuyas consecuencias nunca recaen sobre los culpables?

Lo más curioso de la Transición, lo más significativo y sorprendente es que no sólo haya convivido cómodamente entre la sociedad, sino que además haya estado gobernando, con ayuda del resto de delincuentes sociopolíticos, un partido a quien desde hace décadas se le ha venido sorprendiendo in fraganti en todo tipo de delitos, abusos y atropellos; un partido, a más inri, que apadrinaba el cambio, el progreso, la honradez, la libertad y la transparencia.

Lo relevante es que nadie entre este partido de malhechores haya pisado la cárcel, salvo dos o tres tontos útiles, o que largaron más de lo que aconsejaba la omertá mafiosa. Lo subrayable es que no se hayan dejado de dictar instrucciones a los fiscales de turno para obligarles a pedir al Supremo -sin ningún éxito- las permanentes y abrumadoras pruebas que les implican en un descarado montaje de extorsión al servicio del PSOE y de sus cómplices, frentepopulistas y peperos en particular y chorizos en general.

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El socialismo carece desde hace décadas de márgenes de maniobra y de voluntad política para rectificar tanto en el terreno de la eficacia económica como en el de la ética social. Tan sólo es capaz de seguir hinchando el perro de su demagogia y de apoyarse en sus corifeos delincuenciales e informativos para mantener el engaño a la plebe y servir de pretexto a sus redes clientelares para que tengan consignas con que defenderse o puedan entonar sus himnos pindáricos de aduladores subsidiados por la Empresa Socialista.

Esta sobreviene al filo de la navaja, sustentada en su amplísima impunidad, en la corrupción institucional y en el tenebroso pacto con los editores orgánicos, ese diseño multimedia que tienen trazado para movilizar vergonzosas complicidades contra los críticos, toda esa gente que, por amar la libertad, no deja de oponer los nobles ideales a la corrupción y al silencio que la protege. Sustentada en todo esto y en una militancia envenenada y guerracivilista, que nunca deja su activismo ni su feroz resentimiento hacia lo noble y lo excelente.

En cuanto desapareció hace ya cuatro décadas largas el poder que había emanado de la autoridad y que la mantenía junto con el patriotismo, las verdaderas paz y justicia social, y la unidad de España, cada campanario reclamó su derecho a la corrupción y a la sedición. Y nuestra sociedad se hizo muy condescendiente con los respectivos primeros actores en este drama de la paulatina degradación de España.

A partir sobre todo de la pútrida etapa felipista se fue creando una mentalidad depredadora, de animálculos y gorgojos en busca de presas, y una actitud consumista y hedonista que permitió a la parte más afortunada o menos escrupulosa o insolidaria de la sociedad vivir alegre y confiada, es decir, por encima de sus posibilidades. Esto hizo que España se resintiera porque, lejos de crear riqueza, se aumentaron los gastos hasta llegar a un endeudamiento estratosférico. La cultura subalterna de la masa hizo suyos los valores cínicos y pragmáticos de la nomenklatura socialcomunista, incluso aceptando su propia alienación.

Comisiones, subvenciones, recalificaciones, nepotismos, perversiones, informaciones privilegiadas, prevaricaciones y subsidios, por ejemplo, han sido parte de un «caldo de cultivo», de un entramado que ha permitido prosperar a la clase subalterna próxima al poder. El daño ha sido incalculable, sobre todo el originado en la mentalidad de los españoles, ya de por sí inclinados a la picaresca y al pillaje. Para transformar esa mentalidad se necesitarían autoridades éticas de las que carece nuestra actualidad política, y tal vez civil.

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Los papeles demuestran hasta qué punto es alta la jactancia de una corte impune, en la cual el cohecho y la corrupción son recursos ordinarios que a nadie escandalizan, y hasta qué punto es baja la moral y el civismo de una ciudadanía inerte, que ha hecho dejación de su soberanía en manos de sus victimarios. Por eso, a la hora de valorar la relación entre el poder gobernante y el poder del pueblo, no podemos olvidar que el ser humano que no es capaz de luchar por la libertad es un despreciable siervo.

Y en esta amarga situación nos enfrentamos a unas nuevas elecciones generales que resultarán frustrantes una vez más, porque sólo uno de cada diez votantes es consciente de lo antedicho, o lo intuye. Ni los instalados -frentepopulistas y peperos- que derrochan las grandes palabras y actúan hipócrita, pervertidora y afectadamente, ni los enfermos que, por un deseo de sacudirse de encima el angustioso sentimiento de debilidad, tienden instintivamente hacia una organización gregaria, pueden o quieren jugar a otro juego distinto a este con el que llevan enredando desde hace casi cincuenta años. La inteligencia de los sacerdotes -indígenas y foráneos- apoyados en sus monaguillos continuará organizando y utilizando ese instinto de debilidad que define al rebaño.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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