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Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), la lealtad es “cualidad de leal”. Y define leal como aquel “que guarda a alguien o algo la debida fidelidad”, también que es “fidedigno, verídico y fiel, en el trato o el desempeño de un oficio o cargo”. También define el Diccionario de la RAE al cobarde como “pusilánime, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas”.

La lealtad es una cualidad que necesariamente debe poseer tanto el subordinado como el jefe. Es imprescindible que sea así, de lo contrario, el primero pasa a ser un mero servidor y el segundo deja de ser un líder si, además de jefe, ha logrado serlo alguna vez.

Está claro que yo no he ido al mismo colegio que la señora Robles, ni que ninguno de los miembros de este consejo de ministros. En el mío nos enseñaban estas cosas con seriedad y, a menudo, con el ejemplo, que es la mejor forma de hacerlo.

No he tenido el gusto de conocer a la señora Paz Esteban, pero de los hechos que he observado estos últimos días podría deducir que es una persona leal. Si no fuera así, posiblemente, algunos de los que hoy la han cesado (no sustituido) podrían estar realmente preocupados por su futuro.

No puedo decir lo mismo de la señora Robles, de la que, en mi artículo anterior, dije que le honraba la defensa que hizo de su subordinada, la directora del CNI, ante la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados. Ayer, ella, en compañía de otros, de manera colegiada y dando pruebas de deslealtad, decidió cesar a la señora Esteban. Lo han hecho para dar satisfacción a los desleales e insaciables separatistas vascos y catalanes y a un partido de extrema izquierda que tiene ministros en el gobierno.

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La señora Robles no me ha decepcionado. Después de sacrificar a su directora del CNI, queda claro que sus palabras ante la Comisión de Defensa no fueron más que una cínica elegía por la anunciada muerte política de la señora Esteban. Su destitución estaba decidida por su jefe, entregado a la satisfacción de los deseos de sus socios de legislatura. La actitud del sedicioso Junqueras y del delincuente etarra Otegui alias “el gordo”, en sendas entrevistas, dejaba claro que Sánchez había pactado con ellos decapitar al CNI, bestia negra para ese par de indeseables que babean por ver a España humillada.

Cumplido por Sánchez el compromiso y asumida la decisión por Robles, le tocaba a ella dar explicaciones de lo inexplicable. Podía haber tomado la decisión de dimitir como ministra de Defensa. Desde luego esa hubiera sido una postura más digna, leal y consecuente con el ataque a su Centro Nacional de Inteligencia, en la figura de su directora, con la exitosa evasión de responsabilidades de su rival Bolaños y con la puesta en riesgo de la seguridad nacional por parte de su “querido y admirado” presidente.

Por el contrario, la señora Robles, tuvo el cuajo de salir en rueda de prensa, posterior al consejo de ministros de ayer, con la actitud de vieja magistrada en ejercicio, a dar lecciones de como retorcer los fundamentos de derecho y de hecho de una sentencia. Con un discurso, vago e inconexo, plagado de improcedentes llamamientos a la grandeza de las instituciones, intentando hacer de la “sustitución” un nuevo sinónimo de la “destitución” y con una exaltación babeante de la valía de su admirado líder, intentó justificar el cese de la directora del CNI, injustificable desde todo punto de vista. Naturalmente no lo consiguió, solo logró hacer de nuevo el ridículo.

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Como dejó bien claro, ella y otros funcionarios del Estado como ella, llevan demasiados años “sirviendo” a España. También podría haber dicho “sirviéndose”, por lo menos en su caso,  porque, según la denuncia de la Asociación Contra la Corrupción y en Defensa de la Acción Pública (ACODAP) contra ella, entre los 2001 y 2003 sacó fuera de España la cantidad superior 5.700.000 euros que, «presuntamente”, provenían de sobornos cometidos en la época en la que ella era secretaria de Estado del Ministerio del Interior. Ese delito habrá prescrito pero, junto a otros, ensombrece esa supuesta dedicación al servicio de España.

Ella y otros tantos, funcionarios o no, han llegado a la política para medrar, situarse en lo más alto del poder, propinando los codazos que sean precisos y, si se tercia, sacar tajada para su retiro dorado, previo paso por el consejo de administración de la gran empresa que se preste a ello. Por lo que se ve, parece que para ellos todo eso entra dentro de la normalidad, incluso podría parecer que creen sinceramente que los españoles se lo debemos, que se lo merecen.

No puede haber mayor desfachatez, no puede haber mayor demostración de deslealtad con España.

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REDACCIÓN