Gema Galgani tuvo las llagas de la Pasión de Jesús en su cuerpo durante tres años, vivió éxtasis, además de tener un contacto habitual con su ángel de la guarda y con el santo pasionista italiano Gabriel de la Dolorosa. A los 20 años, en 1898, se curó milagrosamente de una grave meningitis (la Santísima Virgen le había avisado que su curación le vendría de Gabriel de la Dolorosa a quien había rezado fervorosamente). Solía llamar cariñosamente a la madre de Dios «la Mamá», «mi Mamá». Gema sufrió los insultos y la burla de muchos transeúntes cuando caminaba por las calles de Lucca porque la tenían por farsante e histérica. Hasta su propio confesor, Monseñor Volpi dudaba de la veracidad de sus estigmas. Sus familiares en secreto la espiaban para ver si se autoinfligía las heridas. Fue rechazada como religiosa pasionista (congregación fundada en 1720), precisamente por esta fama y al respecto afirmó proféticamente: “No me quieren en vida, me querrán después de muerta”.
Además, con frecuencia y virulencia, tuvo que soportar los numerosos ataques y la más terrible furia del diablo, al que denominaba “Chappino” (ladrón), aunque fue avisada previamente por NSJC de esta manera: “Hija mía, con mi permiso el demonio se prepara para hacer una guerra violenta contra ti, intentará continuamente descorazonar tu alma”. El maligno le dijo entonces directamente: “ Para ti, no hay esperanza de salvación. Te vas a condenar, estás en mis manos”. Se ensañó contra ella y usó todos los medios a su alcance. Se le aparecían en forma de gigante, de perros negros (un perro negro estuvo mirándola, al lado de de su cama, en su ultimo mes de vida), monos negros, gatos, hombres que la hacían girar violentamente y la golpeaban con cuerdas. El maligno tomaba la forma de personas conocidas por ella, la de su ángel de la guarda, la de un trabajador de la farmacia de su padre o la de Monseñor Volpi que llegó a pegarla. Esto fue para quebrantar la confianza en su confesor, sentándose el demonio en su lugar en el confesionario y quitándole penitencias, además de afirmar que su confesor era un loco, un adivino. Las personas que dormían en habitaciones contiguas a la suya se quejaban de los ruidos y golpes que les hacían perder el sueño nocturno. A veces, su cama temblaba y el maligno la arrastraba debajo de ella o bien bajo el armario, suplicando ella todo el tiempo a Jesús, hasta el alba, llena de golpes y agotada. Una vez, estando de rodillas, la hizo caer hacia atrás. Le llenaba la comida de gusanos para impedirle comer. Le impedía dormir mediante fuertes dolores de cabeza ya que su fatiga dificultaba la oración. Cuando oraba, en ocasiones, bajo la forma de un joven le susurraba al oído: “Qué le importas a él? Está faltando a su deber. Es un charlatán, un malhechor condenado a muerte que quiere vengarse de ti. Mira lo que te ha hecho, te ha clavado en una cruz, mira el daño que te hace. ¿Cómo puedes amar a un hombre que no conoces? Dile que te deje en paz y que yo voy a ser tu guía desde hoy. Te voy a librar de todo dolor en tus manos y pies y te haré feliz.”
Este es su testimonio: «Hoy pensé que iba a estar completamente libre de ese animal nauseabundo y, en cambio, me ha golpeado mucho. Me había ido a la cama con toda la intención de dormir, pero resultó lo contrario. Empezó a pegarme con tantos golpes que temí morir. Tenía la forma de un gran perro negro, y puso sus patas sobre mis hombros, lastimándome mucho. Lo sentí tanto en todos mis huesos que pensé que estaban rotos. Además, cuando estaba tomando agua bendita, me torció el brazo con tanta violencia que caí al suelo por el dolor. El hueso se dislocó, pero volvió a su lugar porque Jesús me lo tocó y todo se remedió».
Un día, el diablo le dijo que cuando decidiera meterse en un convento, no la dejaría ir y la despedazaría la noche anterior con una tenazas. La santa se deshizo de él con agua bendita y con la intercesión de San Pablo de la Cruz (fundador de los pasionistas: Congregación de la Pasión).
Mientras ella estaba escribiendo su autobiografía, por sugerencia de su director espiritual, el Padre Germán de San Estanislao, ésta desapareció y el demonio le hizo saber que él mismo se la había llevado: “Tu manuscrito está en mis manos”. Aunque después de unos exorcismos del Padre Germán, fue devuelto. Eso sí, con todas las páginas manchadas de humo y chamuscadas. Una vez, el diablo tomó las cartas escritas por su director espiritual, las leyó, riéndose y las esparció por el suelo de la habitación de Gema. El maligno, que nunca depuso las armas en su ataque a Gema, trataba de impedirle recibir la Sagrada Comunión, disfrazado de hombre con tosco aspecto que la empujaba y tiraba al suelo en el lodo para obligarla a volver a casa con el fin de cambiarse. Este mismo hombre la esperaba a la puerta de la iglesia, desaconsejándole comulgar. Resulta que en una ocasión, ella le hizo caso. Incluso, cuando iba a comulgar, lo veía al lado del sacerdote, amenazándola de muerte.
En su celo por la salvación de las almas, el diablo la enfrentó especialmente y, después de confesarse, le dijo: “Mientras lo estás haciendo por ti, haz lo que quieras, pero asegúrate de que no haces nada para ayudar a los pecadores o me lo vas a pagar muy caro”. Hasta tal punto fueron las agresiones, que hubo un periodo de un mes en el que ella estuvo realmente poseída. En efecto, Dios permite misteriosamente que algunas almas santas e inocentes pasen por esta dura prueba. Tuvo contorsiones, llegó a escupir sobre el crucifijo y sobre un cuadro de la Virgen e incluso partió en pedazos un rosario. Ella quedó enteramente libre cuando se le dio una reliquia de la santa Cruz y se la puso alrededor del cuello hasta su muerte. Gema murió de tuberculosis en Lucca, el 11 de abril de 1903, a la edad de 25 años. Fue beatificada en mayo de 1933 por Pio XI y canonizada en 1940 por Pio XII como santa pasionista.
Ella es odiada por las bestias del abismo y cuando se la invoca, ellos responden: “¡Apartad a esa mujer de mi!”. Ellos la odian y nosotros la amamos. Es que, en vez de hacernos perder el alma, los demonios nos ayudan a salvarla.
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