18/05/2024 06:51
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Resulta interesante y paradójico a la vez cómo se ha ido configurando la memoria colectiva a partir del olvido selectivo y sistemático de algunos hechos históricos cruciales, que en su momento tuvieron una enorme relevancia social, política y mediática. Hechos que, por la acción constante de unos y la pasividad negligente de otros, han ido siendo acallados progresivamente hasta ser borrados por completo de nuestro imaginario.

Uno de estos hitos hoy masivamente ignorado fue el llamado “caso Krávchenko” o “juicio del siglo”; imborrable para quienes vivieron las dos guerras mundiales, pero desconocido para los nacidos después de la segunda. Este ejemplo, por si sólo, seguramente explique mejor que muchos otros el porqué de determinados olvidos históricos y de algunas leyes recientes interesadas en modelar nuestra memoria.

Vayamos, pues, al caso. Víctor Andréievich Krávchenko fue un ingeniero soviético, alto funcionario del departamento de compras de la URSS en Washington, que solicitó asilo en los EEUU en el año 1944. Como su compatriota Alexander Gregory Barmine, huido en 1937 y autor de One who survived –publicado en 1945 y traducido al español con el título “Soy un superviviente”–, Krávchenko tampoco pudo llevar a su familia consigo, y su mujer y su hijo permanecieron en la URSS.

Para contextualizar correctamente los hechos, recuérdese que, por aquel entonces, los EEUU de Roosevelt y la URSS de Stalin eran países aliados, y Krávchenko tuvo que hacer frente en un primer momento a una posible extradición bajo la falsa acusación de ser un “desertor” del ejército soviético.

En 1946, ya finalizada la II GM, Krávchenko publicó el libro titulado “Yo escogí la libertad”, donde daba cuenta de los tristemente célebres campos de prisioneros en la Unión Soviética, décadas antes de que viera la luz, en 1973, el famoso Archipiélago Gulag de Alexander Sholzhenitsin.

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La publicación del libro de Krávchenko desató una brutal campaña de descrédito contra él a través de las terminales mediáticas del Partido Comunista en todo el mundo, desde los Estados Unidos, véase el Daily Worker –órgano del Partido Comunista en los EEUU–, o el Jewish Morning Journal; hasta Francia –léase L’Humanité, Russie d’aujourd’hui (Rusia hoy), la revista France-URSS, el semanario Le patriote soviétique, Les lettres françaises, Ce Soir o Libération–. Recuérdese, incluso, que el ex embajador estadounidense en Moscú, el filocomunista Joseph Edward Davies, pidió a Roosevelt la extradición de Krávchenko a la Unión Soviética.

En 1947, apenas un año después de su primera edición estadounidense, salió a la luz en Francia la traducción del libro de Krávchenko (J’ai choisi la liberté!). E inmediatamente, el 13 de noviembre de 1947, el semanario comunista Les lettres françaises publicaba un artículo firmado por un tal Sim Thomas titulado “Cómo se fabricó a Kravchenko”, en el que afirmaba que Krávchenko no había escrito su libro sino “mencheviques residentes en los EEUU”.

A raíz del mencionado artículo, Krávchenko denunció al semanario francés por calumnias y difamación y, específicamente, a sus dos máximos responsables: el director Claude Morgan y el redactor jefe André Wurmser, autores de varios textos en los que acusaba a Kravchenko de “borracho”, “inmoral”, “traidor” y otras lindezas.

El juicio se celebró en París entre el 24 de enero y el 4 de abril de 1949, y muy pronto quedó demostrado que Sim Thomas había sido un nombre-pantalla inventado por los encausados para atacar el libro y a su autor. Preguntado el principal imputado, Claude Morgan, por el abogado de la acusación Gilbert Heiszmann sobre “cómo pudo determinar la veracidad del artículo de Sim Thomas”, ésta fue la respuesta: “No comprobé la veracidad de Sim Thomas. Me fié totalmente de él”. Por supuesto, Sim Thomas no pudo declarar en el juicio porque jamás existió, dando la razón a Krávchenko: “Sim Thomas, que no existe, es una simple tapadera”.

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Dicho lo anterior, si la campaña desatada años antes por el Partido Comunista contra André Gide tras la publicación de su libro “Regreso de la URSS” (1936) fue sonada, el “caso Krávchenko” lo fue tanto o más, llegando a conocerse –según ya hemos mencionado– como “el juicio del siglo”. Lo cierto es que ambos episodios presentaban notables puntos en común. En primer lugar, mostraron la imposibilidad de abandonar indemne la religión soviética. Por otra parte, evidenciaron la absoluta dependencia de todas las terminales mediáticas del Partido respecto de Moscú. Y, por último, descubrieron la total falta de escrúpulos de sus siervos en defensa del Comunismo. Todo valía contra aquél que osara criticar u oponerse; ipso facto se le denigraba, se tergiversaban sus palabras y se le impedía hablar. El testimonio directo del juicio aportado por Nina Berbérova como corresponsal del semanario La pensée russe (El pensamiento ruso) dio buena prueba de ello.

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