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Una vez terminada la cruenta guerra que ensangrentó todos los rincones de nuestra nación, se abordó la delicadísima tarea de reconciliar a las dos Españas. Pero frente al enorme esfuerzo y sacrificio llevado a cabo en esa dirección, es obvio que nuestros actuales dirigentes no terminan de comprender y aprender la gran lección que nos dejó el Redentor sobre la superación del odio, y de cómo éste solo se neutraliza con amor y perdón, sin que puedan existir atajos en este proceso. La sublime lección cristiana quedó grabada en cada piedra colocada en el valle que se iba a convertir en “Altar de Sacrificio, Purificación y Reconciliación”, cuando reos, incluso con delitos de sangre, optaran voluntariamente redimir sus condenas ofreciéndose a la culminación de este majestuoso proyecto, junto a otros muchos españoles de toda condición. Sin duda la consecuencia a nivel individual más importante de aquella aportación, fue recibir el ansiado perdón de una maltrecha sociedad que poco a poco iba cerrando heridas, y acogiendo a todos los que buscaban la necesaria convivencia pacífica para beneficio de futuras generaciones.
Habiendo logrado este objetivo los nietos de aquellas víctimas directas de la contienda, hoy se pretende, 80 años después con enorme irresponsabilidad, reescribir la historia vivida por nuestros abuelos, imponiendo desde la fuerza del Estado una única versión manipulada y sesgada, incapaz de sostenerse en cualquier debate riguroso de investigación. Un relato basado en la venganza, el odio y la mentira, tropezando torpemente una vez más en la misma piedra que tanta sangre ha provocado durante siglos. El análisis de los hechos históricos que vertebran la construcción de una nación, debe producirse en un entorno donde el debate y la confrontación abierta de ideas, pueda desarrollarse en libertad, garantizando en todo momento que el relato oficial recoja la pluralidad de los diversos puntos de vista, pero jamás bajo la coacción de ver penalizadas ideas expuestas con rigor académico.
Cualquier parlamento que se considere democrático y a la vez pretenda legislar sobre la Historia, corre el riesgo de subjetivizarla, criminalizando a la disidencia y llegando a forzar con violencia un pensamiento único, que solo se puede imponer cuando precisamente ese Estado renuncia a ser democrático. Y es el caso que nos ocupa; esta ley pisotea derechos fundamentales y amenaza directamente la convivencia entre españoles. Cualquier ciudadano con corazón cristiano percibe la gravedad de su contenido. Sabe que todo discurso basado en el rencor y que enarbole banderas de venganza y exclusión, además de restringir libertades, supone una torpe involución en la ansiada reconciliación. Además, la bastarda intencionalidad de reescribir la Historia con ideas sectarias ideologizadas y revanchistas, constituyen un delito moralmente execrable y reprobable por la directa repercusión que pueda tener al fomentar esa fractura social. La Historia nos enseña que siempre que se reabren heridas, invocando la revancha, éstas solo se cierran con más derramamiento de sangre y un alto precio en vida de inocentes.
Pero esta pretendida fractura social no deja de ser un eslabón más de la cadena que está estrangulando a la nación. Se pretende con denuedo arrodillar a España con esta y otras medidas que están trayendo miseria y hambruna. La inflación desorbitada, la tremenda deuda que hipoteca a nuestros nietos, la mediocre deriva de la enseñanza hacia una incultura sectaria e ideologizada de la juventud con total renuncia a promover valores, la destrucción desde dentro de las instituciones – Monarquía, Justicia, FAS, Sanidad etc – y la cada vez más generalizada corrupción política, contribuyen a ese objetivo orquestado a nivel mundial donde, de no remediarlo, el Mal se acabe imponiendo al Bien.
Los militares tenemos restringido verter opiniones políticas. Pero cuando los políticos incumplen reiteradamente la Constitución y toman medidas que vulneran las libertades fundamentales e incluso la seguridad nacional por dividir y enfrentar a la sociedad, se convierten en amenaza para la ciudadanía y por lo tanto, se colocan enfrente de los que hemos jurado defenderla. La innombrable ley que se pretende reforzar ahora es un misil a la línea de flotación de la convivencia entre españoles.
¿Si ellos se llegaron a abrazar, quienes somos nosotros para enfrentar a sus nietos?.
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