07/05/2024 10:45

Tan solo hace unos días, don Pedro Sánchez Pérez Castejón, a la sazón Presidente del Gobierno de España, por sorpresa y sin previo aviso, hizo una visita a la unidad forense que desarrolla sus funciones en la cripta de la Basílica del Valle de los Caídos, situada en el bellisímo paraje de la Sierra de Guadarrama denominado: Cuelgamuros.

En dicha Basílica reposan difuntos cuya muerte se produjo en la guerra civil que tuvo lugar en España el siglo pasado durante los años comprendidos entre 1936 a 1939. Los cadáveres que allí reposan pertenecen a ambos bandos en los que quedó dividida y enfrentada España.

Los documentos motivadores de la construcción de la Basílica del Valle de los Caidos rezan del siguiente modo: “…el más elevado sentido de la unidad y hermandad de los españoles. Este ha de ser en consecuencia el monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfan los brazos pacificadores de la Cruz”.

La visita ha causado un gran impacto. Es lógico. La prensa mostraba fotografías de mesas en las que se formaban prolongadísimas filas de fémures, tibias y calaveras siendo contempladas por un don Pedro absorto y circunflejo. Recordaban aquellas fotografías al desdichado Hamlet en diálogo con la calavera de Yorick, el bufón del rey: Ser o no ser, esa es la cuestión: si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro”.

Sí. Estas imágenes publicadas en la prensa son las que a muchos les ha llevado a pensar que don Pedro Sánchez Pérez Castejón acudió ese día al osario del Valle de los Caídos a solicitar el discreto y sabio consejo de los muertos.

Es lógico. El cerco se va estrechando. Koldo desde las puertas del prostíbulo acecha. Ábalos desde los altos del Congreso vigila. Una multitud de alimañas piden su parte. Desde Cataluña le azuzan y de él se ríen, mientras le exigen la mordida en secreto pactada. Los vascos juegan en la bolera siendo solo él, el único bolo. Las gentes le chillan, le insultan, le abroncan y a chufla le toman. Y eso a él, que es más chulo que un ocho, claro, le molesta mucho. Le apena. Le disgusta. Y naturalmente en ocasiones hasta le deprime. Y ahora está lo de su esposa. ¡Pobre mujer doña Begoña Gómez!. Y solo, por aquello de los fondos europeos. ¡Qué malo es el dinero!…¡Vaya otro por Dios!.

Pero este pequeño incidente ha de trocar en un elemento que, sin duda, habrá de repercutir en la dicha matrimonial de don Pedro Sánchez y doña Begoña Gómez, pues, convencidos estamos, les brindará la ocasión para, en sus amorosas soledades, entrecruzando sus miradas y muy amarteladitos, recitando juntos los versos de Lope, recordar que el amor es olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

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No tiene nada de extraño, pues, que haya gente que piense que don Pedro Sánchez fue al osario a pedir consejo a los muertos.

Pero claro, existe quien reprocha a don Pedro su poco tacto. Mira que hacerse una foto en diálogo mudo con un regimiento de esqueletos desguazados, en un lugar en el que desde hace ya mucho tiempo están prohibidas las exhumaciones. Tiene guasa negra la cosa.

Parece ser que hay ya hasta denuncias interpuestas por este motivo. Bueno pero lo que es cierto es que el pobre don Pedro Sánchez Pérez Castejón no desenterró ningún cadáver. Los responsables serán aquellos sujetos que como figurantes salían en la fotografía, los cuales envueltos en sus impermeables blancos ponían tanto esmero en mostrar a don Pedro la diferencia existente entre una clavícula y un frontal. Y, bueno, aunque algún malintencionado le echara la culpa a don Pedro, sabido es que en cínica y audaz bellaquería, don Pedro supera a don Juan, y como al Tenorio quiero imaginar a don Pedro mostrando al demandante lo vano de su denuncia haciéndole ver las calidades que su natural porta y el poderío que de su persona emana, clamando aquello de «por dondequiera que fui la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé, y a las mujeres vendí. Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé, y en todas partes dejé memoria amarga de mí. Ni reconocí sagrado, ni hubo ocasión ni lugar por mi audacia respetado; ni en distinguir me he parado al clérigo del seglar. A quién quise provoqué, con quien quiso me batí, y nunca consideré que pudo matarme a mí aquél a quién yo maté.

Y con estas razones ¿qué demanda puede prosperar?

También existen gentes que interpretan la necrófila visita del Presidente, como una muestra pública y fehaciente ante las masas del odio que en su alma anida.

Sabido es que el odio mutuo y reciproco es una emoción que a los españoles vincula con enfervorecida pasión. Han sido cinco los presidentes de gobierno asesinados, eso sí.todos en una misma “dirección”, y una perpetua guerra civil nuestra historia. A tal efecto habría de confesar don Gregorio Marañón “la historia de España ha sido una continua guerra civil. Desgraciadamente esto es verdad, y en ello hemos de buscar, tal vez, la causa mayor de nuestras malas venturas nacionales”.

Intuimos que en los profundos adentros de don Pedro Sánchez Pérez Castejón habita el anhelo de pasar a la historia como un gran conductor de masas. Y sabido es que en las masas españolas las semillas del odio siempre germinan con inusitada vehemencia. O sea que, mostrarse entre los mohosos huesos en los que hemos sido capaces de convertirnos los españoles, habría de pensar don Pedro que, podría ser herramienta útil para engrilletar, tras de sí, a todo el rencor y todo el odio que, devidamente reavivado, la sociedad española colma.

Hubiera sido tan brillante como mezquina idea, si no fuera por la inútil incapacidad de los que, a propósito, le organizaron la agenda. Resulta que se equivocaron de huesos. Los huesos visitados fueron aquellos correspondientes a los muertos del bando sobre el cual, después de casi noventa años, quería proyectar el odio, cantando aquellos versos de Ismael Enrique Arciniegas que dicen:

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Y con las uñas cavaré la tierra,

y por la ira ciego

la cruz que marque tu postrer morada

arrancaré del suelo

Y mientras, los huesos de los muertos del bando antagónico, que él quería usar como motivo victimante y causa victimada del odio que deseaba cultivar, se quedaron si visita presidencial.

Y ahí le vimos después a don Pedro recibiendo, en postrera recepción desagraviadora, a los lejanos parientes de los difuntos cuyos huesos no habían sido honrados por su egregia presencia.

En fin, don Pedro. Son cosas que pasan cuando se deja la organización de la agenda y el protocolo a profesionales sin la formación adecuada.

También hay gentes que perciben, viendo las fotografías, un gesto en el rostro de don Pedro contemplando los huesos de los muertos, que les recuerda al de los niños golosos y glotones, cuando su anciana abuela les pone en la mesa un suculento plato de arroz con leche.

Dicen estas gentes que les parece percibir en la cara del Presidente, cuando en las fotografías aparecen repletas las mesas de calaveras, fémures, tibias, costillas, peronés y mil restos cadavéricos más, la tenue pero significativa sombra de un tan arrebatado, como contenido ataque de gula.

Se preguntan estas gentes, si la causa de la visita del Presidente al osario de Cuelgamuros no estaría motivada por una recóndita y oculta pulsión necrófaga del mandatario.

Son vanas tales especulaciones. Lógicamente si don Pedro Sánchez estuviera sometido a procesos necrofágicos, este hecho, sería conocido por todos los españoles. Es cosa clara. Todos conocemos, por la prensa, el catering del avión Falcón utilizado por el Presidente en sus desplazamientos. Los medios de comunicación nos informan detalladamente, tanto de los exquisitos manjares con los que se deleita don Pedro, como de los proveedores que suministran tan deliciosas ambrosías.

Hay mucha gente que se siente muy a gusto llenándose la boca de chismes, dimes y diretes. Tranquilo don Pedro.

Pero eso sí, Sr, Presidente, creo que, antes de terminar, debo de informarle de algo:

  • Primero: Un principio básico de todas las civilizaciones ha sido el respeto a los muertos.

  • Segundo: Comerse los muertos, en circunstancias de normalidad, viene considerándose en nuestra cultura, una patología..

  • Tercero: Utilizar los cadáveres de los difuntos, profanando sus tumbas para obtener un beneficio propio, además de un delito, es una conducta miserable.

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Rafael F.

Es hijoputismo.

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